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¡Es lo que hay! En el contexto constitucional de un neoliberalismo autoritario

Por: Francisca Quiroga | Publicado: 19.10.2015

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Como en la filosofía de “en la medida de lo posible” genero una justicia mezquina, poco soberana. ¡Lo que hay!, es la clase política que existe, el contexto constitucional de un neoliberalismo autoritario que reproduce esta clase política de elite que a su vez opera como un mecanismo representacional de la voluntad popular en la tecnología de las elecciones, la verdad es que en las elecciones cada vez se juega menos, en la medida que los sucesivos gobiernos han administrado, avalando, un modelo absolutamente desigual, con una de las connotaciones de desigualdad más significativas del mundo, una democracia que es la transformación de una alegría en comedia y caricaturas, y que ahora es una tragedia de la legitimidad, que no ofrece condiciones para una democracia plena.

Un sistema educativo jibarizado donde las universidades públicas educan a los quintiles más pudientes y las universidades privadas educan a los quintiles más pobres.

Un sistema de protección social focalizado, precarizado, y privatizado. Empleos precarios donde el 70% de los trabajadores chilenos gana menos de $426.000 líquidos, donde 45 hogares son dueños del país. Un escenario de derechos limitados ante la consagración sacrosanta de la propiedad privada.

Un sistema judicial que criminaliza a los pobres y protege a los poderosos que se apropian al amparo de la ley de riquezas naturales que son activos económicos que estamos consumiendo como país, y no para beneficio común.

Un sistema educativo jibarizado donde las universidades públicas educan a los quintiles más pudientes y las universidades privadas educan a los quintiles más pobres. Descontando los problemas de calidad que no nos permite una mayor producción de conocimiento, que no sea como una expresión reducida, que muchas veces termina emigrando a otros países.

Un modelo productivo que está basado en la depredación del medio ambiente, una clase política que parece no ver con perspectiva un futuro que replantee el modelo para que genere un mayor valor intelectual, tecnológico, es un tema público que vuelve a replantear los modelos de desarrollo productivo y social.

Esto es lo que está detrás del velo de novia de nuestra sociedad de mercado, modelo exportable a otras latitudes, en palabras de Harvey, “la protección neoliberal de los derechos de propiedad privada y sus valores se convierten en una forma hegemónica de política”. Agregaríamos que es una forma muy totalizante a estas alturas en nuestro país donde existe el desarrollo de un capitalismo tardío.

Muy peculiar y distinto a otras experiencias latinoamericanas, aquí los militares se tomaron muy en serio lo de contrarevolución, transformando claramente la de ellos en una “revolución silenciosa”, pero cumplidora, refundacional en el sentido hayekiano. En los ochenta Pinochet incluso llevando la delantera ante los programas de disciplinamiento de Reagan y Thatcher  generó el  orden de las cosas, todo para el capital y chorreo en la medida de las posibilidades para los demás. Instalo la Constitución del 80 como un corolario nacional histórico y hegemónico que rige esta ordenación ortodoxa del neoliberalismo, un experimento criollo.

El alcance constituyente está encerrado en esta camisa de fuerza neoliberal que caracteriza una dominación económico social profundamente cultural a través de las dinámicas del consumo, y el individualismo.  

Contra estos múltiples efectos difuminados en el tejido social surgen movimientos emergentes de plena visibilidad, particularmente el 2011, el movimiento nacional estudiantil, Aysén y Magallanes se plantean como fenómenos que hablan de un malestar, una sensación subjetiva que abrió el camino de la Nueva Mayoría. Esos vientos constituyentes que han mostrado como una necesidad los cambios a la constitución, la redacción de una nueva carta fundamental.

Coincidentes en la ilegitimidad de la Constitución del 80, las propuestas bacheletistas basan su confianza en un parlamento, cuyas bases de legitimidad están ampliamente cuestionadas por el mismo cierre perimetral que invalida a las Constitución del 80. Más aún sus vínculos como mercancía comprable en el mercado exclusivo de los capitales que financian la política han terminado por hacer singulares la referencia a este enclave,  como el que definirá los caminos, con la consabida hegemonización de dos tercios a la derecha que lo marcan en zona del statuo quo por más de veinte años.

En este sentido, la apuesta es clara y ha sido la misma gimnasia durante los gobiernos de postdictadura, “que todo cambie, para que nada cambie”, en esta pirotecnia recursiva  hemos jugado con una semiótica sensiblera, donde hacemos la escena revestida de todos los obituarios y luego dejamos la cosa ahí no más, tranquilidad, sin pasarse rollo “en la medida de las posibilidades”, esta cosa tibia y esquiva que va adormeciendo todo intento por construir una democracia sustancial.

Y esto es lo que hay, no da para más y puede dar para menos, ojo, siempre puede dar para menos, inclusive. Nuestra clase política ha adquirido la identidad de no dar el ancho, y es lo que hay, y es el país que tenemos. La pragmática conformista termina como máscara de hierro de una democracia eleccionaria cuyas relaciones de poder están inclinadas con grosera polarización.

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