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Opinión

Sobre el centro político, el desprestigio de las elites y la democracia

Por: Freddy Urbano | Publicado: 18.11.2015
En el peor de los casos se pasa de lo viejo a lo nuevo de un salto, y con la misma omnipotencia certera con la cual se afirmaba lo anterior, se ubican en un presente que lo niega. El pasado no deja ni sabor ni olor en la pulcra afirmación en la que otra vez nos instalamos. Esta interesante reflexión de León Rozitchner en su texto “Acerca de la derrota y de los vencidos”, nos estimula a escribir una nota con relación a las narrativas actuales que dentro del sistema político chileno recurren a la categorización binaria entre la vieja política y la nueva política.

En el peor de los casos se pasa de lo viejo a lo nuevo de un salto, y con la misma omnipotencia certera con la cual se afirmaba lo anterior, se ubican en un presente que lo niega. El pasado no deja ni sabor ni olor en la pulcra afirmación en la que otra vez nos instalamos. Esta interesante reflexión de León Rozitchner en su texto “Acerca de la derrota y de los vencidos”, nos estimula a escribir una nota con relación a las narrativas actuales que dentro del sistema político chileno recurren a la categorización binaria entre la vieja política y la nueva política.

En un encuentro reciente, la senadora Lily Pérez y el ex ministro y ex candidato Andrés Velasco, convocaron a los sectores desencantados con la derecha y con la Nueva Mayoría a sumarse a su proyecto político, que ellos denominan como una “tercera vía” y que se situaría en el centro de la escena política chilena. Supuestamente, ambos personeros están en la búsqueda de un referente político donde tengan cabida todos aquellos ciudadanos que se autodefinen como “liberales”, e intentan posicionarse desde un discurso representativo de la “nueva política”, en contraste con la vieja política que aparece degastada y sin legitimidad en la coyuntura actual.

Según propia declaración, su vocación son las ideas y no los oportunismos electorales… buscan cautivar a aquellos militantes decepcionados de la Democracia Cristiana y a esos otros que no comulgan con cierto integrismo católico de una derecha de impronta conservadora. He ahí la apelación a un “centro” político supuestamente olvidado, que debería recobrar la prudencia y no dejarse embaucar ni por los excesos ideológicos de una centro-izquierda aparentemente reformista, ni menos por el conformismo coercitivo de la centro-derecha. Da la impresión de que Pérez y Velasco estiman que la política del intermedio es la fórmula electoral adecuada para motivar a aquellas militancias y a los probables electores desilusionados con las elites políticas tradicionales. Ni esto ni lo otro, sino todo lo contrario: ni derecha ni izquierda, sino el centro.

Es pertinente señalar que la referencia permanente a aquellos dirigentes que formaron parte de estas elites y que a renglón seguido se desencantaron con ellas, suelen plantear narrativas a propósito de la democracia y la igualdad. Basta con recordar la renuncia, en años recientes, de dirigentes de la Democracia Cristiana como Adolfo Zaldívar y Jaime Ravinet, así como también el desafortunado apoyo de Fernando Flores al candidato Piñera en la elección de 2010, entre otros giros ideológicos de mayor o menor espectacularidad. Estos dirigentes, que gozaron de amplio espacio y predicamento al interior de las elites concertacionistas y que gobernaron con dicha coalición durante dos décadas, suelen dirigir la diatriba del desencanto al domicilio político del que alguna vez formaron parte. Por ello, no parece muy novedoso recurrir a un supuesto “centro político” como receta para superar las llamadas viejas prácticas. Nótese que los enunciados programáticos de Velasco y Pérez no están muy lejos de los argumentos utilizados por Ravinet y Zaldívar: profundización de la democracia, redistribución del poder y expansión de las libertades e igualdades. Es decir, cuestiones que el centrismo político suele descartar cuando llega la hora de gobernar.

En apariencia, esto huele más a una treta política que a la configuración de un referente que dispute la hegemonía político-electoral que han compartido la derecha y la Nueva Mayoría, aun cuando estos conglomerados estén inmersos en un cenagal de desprestigio y desafección políticos por los sucesivos casos de corrupción destapados en el último tiempo. Resulta en un contrasentido el proponer una corriente que se identifique con el centro político, a la vez que se desliza una severa crítica a las elites políticas tradicionales: precisamente son estas últimas las que han invocado, durante los últimos 25 años, las bondades de ejercer una política de centro. En efecto, durante los años ’90 las elites gobernantes de la Concertación de Partidos por la Democracia promovieron la narrativa del “cuidado a la democracia”, según la cual el centro político es el hospedaje óptimo para prevenir desbandadas ideológicas y reventones sociales. Un escenario despolitizado acomoda muy bien a las políticas de centro, las que para su implementación requieren desconectar a la acción política de sus horizontes utópicos. Recordemos aquella consigna de los ´90: una política responsable, una democracia “en la medida de lo posible”.

El centro-centro fue la receta política de la transición pactada en Chile. La desideologización de las prácticas militantes, convenientemente estimulada por las elites nacionales, desencadenó paulatinamente un malestar social denominado por Carlos Galli como un malestar con la democracia moderna, que no logra resolver la tensión entre participación y representación. El pueblo sólo aparece como instancia originaria, constituyente y legitimadora de las instituciones. De algún modo, el centrismo político es, en sí mismo, situacional y oportunista: intenta esquivar la toma de una posición ideológica frente a temas socialmente sensibles, busca la moderación y la mediación política como fórmula de acuerdos, y sobre todo, como paso previo para la construcción de un “pacto” para el control de la amenaza social inminente. Eso sí: son mediaciones y acuerdos que deben ser monopolizados por las elites dentro del sistema político.

Lo paradojal en la propuesta de Pérez y Velasco, es intentar reponer una política de centro-centro, en un momento en que la sociedad chilena busca re-politizar los temas sociales y de país, re-democratizar las instituciones del Estado, y relevar la necesidad de una Asamblea Constituyente que confeccione una nueva Constitución que sea genuinamente democrática. La pregunta emerge sola: Ciudadanos, Red Liberal y Amplitud, ¿atenderán estas dinámicas socio-políticas que parecen ser no visibles y que más bien son silenciadas por los medios de comunicación oficial? Los informativos del stablishment, por lo general, destinan sus mejores esfuerzos a transmitir noticias ligadas a simpatías y rechazos políticos que son producidas por agencias de encuestas, con cierta marca ideológica y con el aval del poder que ostentan todavía las elites chilenas.

Hay algo en la sociedad chilena que Pérez y Velasco observan y que los demás no logramos percibir. Proponer el retorno del centro político es un absurdo, porque da la impresión que esta fórmula política nunca ha dejado de estar en la sintonía de los gobiernos en los últimos 25 años. La muletilla permanente de las elites gobernantes ha sido apelar a cierto realismo político cada vez que los sectores sociales más críticos del modelo político- económico se toman los espacios públicos para exigir trasformaciones sustantivas. La idea del cambio ha estado permanentemente en el discurso del duopolio integrado por la Concertación/Nueva Mayoría y por la derecha política, pero es un lenguaje vacuo y deshabitado en lo político: por lo general, es la artimaña utilizada para cautivar adhesiones electorales, y que después de los recuentos finales de los votos, desaparece a la sombra del discurso incombustible –casi como una letanía– del realismo político.

Freddy Urbano