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Opinión

TMC: Terrorismo Mediado por Computador

Por: Álvaro Cuadra | Publicado: 03.12.2015
Durante el siglo XXI, las redes digitales han llevado a la cultura planetaria a un nuevo estadio de desarrollo que, a falta de mejor nombre, podemos llamar Híper Industria Cultural.

 Durante el siglo XX, la cultura adquirió la fisonomía propia de las sociedades industriales, de suerte que se puede caracterizar dicho momento como la expansión de la llamada Industria Cultural, la prensa de gran tiraje, el cine, la radiotelefonía y el inicio de la televisión. Durante el siglo XXI, las redes digitales han llevado a la cultura planetaria a un nuevo estadio de desarrollo que, a falta de mejor nombre, podemos llamar Híper Industria Cultural. En esta era de híper industrialización de la cultura, nace un espacio paralelo llamado Ciberespacio.

 Como era de esperar, todo lo humano – lo bueno y, principalmente, lo malo –  se escenifica ahora, también, en este espacio virtual: credos diversos, ideologías aberrantes inspiradas en el racismo, la xenofobia, el odio religioso y  una infinidad de fanatismos de todo tipo. Todo ello como parte de guerras – reales o imaginarias –  y, ciertamente, preámbulo de actos terroristas. Ha nacido el TMC: Terrorismo Mediado por Computador. Si bien los actos terroristas se verifican en la “vida real” (IRL: In Real Life), no se puede desconocer que la preparación, agitación, coordinación y financiamiento de tales acciones se realiza en el Cíberespacio. Prueba de ello es el despliegue de ISIS en la red de redes y las llamadas redes sociales.

Desde hace ya varios años, nosotros latinoamericanos hemos asistido a la creciente presencia de una nueva realidad. Todo aquel mundo en que fuimos instruidos, mundo de bibliotecas y lecturas de libros y periódicos, va cediendo su espacio a los abigarrados colores de las pantallas digitales. Diríase que la Ciudad Letrada, según la feliz expresión de Ángel Rama, la matriz ilustrada que ha definido los contornos de nuestra cultura, va siendo desplazada por una Ciudad Virtual que emerge en las grandes urbes de nuestra región.

En el presente, asistimos a la emergencia de lo que se ha dado en llamar la globalización, un proceso histórico, cultural, económico y, ciertamente, político. Es claro que junto a los diseños sociales y culturales anclados en la expansión del consumo, se advierte que el otro eje de esta transformación reside en lo comunicacional. Las redes nos permiten hoy comunicarnos de manera instantánea en un universo desterritorializado, en lo que algunos han llamado compresión espacio temporal. Es en este Ciberespacio donde se está configurando una Cibercultura.

Si antaño acudíamos a nuestras añejas novelas naturalistas – verdaderos carnets etnográficos – para comprender nuestras sociedades, nuestra cultura, hoy debemos acudir más bien a las novelas de ciencia ficción para intentar comprender el presente y el futuro. Vivimos días en que nuestra cultura toda, nuestro régimen de significación, está siendo conmovida hasta sus cimientos. Esta mutación antropológica está destinada no solo a reconfigurar el modo en que producimos, distribuimos y consumimos bienes simbólicos sino que, más radicalmente, se trata de una mutación que transforma nuestra percepción y con ello nuestro imaginario histórico y social.

Como suele ocurrir con todas las invenciones humanas, nada hay de inocente en ellas. Durante siglos se ha advertido el íntimo, y a ratos obsceno, concubinato entre la tecnología y las artes militares. Tal ha sido, desde tiempo inmemorial, el decurso de nuestra historia. El desarrollo de la informática y de las telecomunicaciones, verdadera convergencia tecno- científica que ha hecho posible internet no es ajena a este sino. No olvidemos que, finalmente, internet nació como una tecnología militar. Si bien estas redes que se extienden hoy por gran parte de América Latina nos traen, en efecto, grandes posibilidades para el comercio y el flujo de información a nivel planetario, no podemos desconocer los riesgos y amenazas que trae consigo.

Para decirlo sin ambages, la red digital que cubre todo el orbe es administrada por empresas de servicios instaladas en los países más desarrollados. Para nadie es un misterio que los programas o software son de factura estadounidense, lo mismo que las tecnologías del hardware. En pocas palabras, el poder de las redes estatuye, al mismo tiempo, redes de poder. El concepto mismo de globalización es engañoso, pues, contrariamente a lo que cree, no se trata de relaciones horizontales entre pares.

La red de redes puede ser examinada, entonces, desde dos ángulos, como una potencial herramienta de desarrollo y autonomía que nos proporciona a bajo costo valiosa información. Sin embargo, sospechamos que también es una herramienta para nuevas formas de sojuzgamiento, vigilancia y dependencia.

El affaire WikiLeaks protagonizado por Julian Assange, y más recientemente, el caso de Edward Snowden, están confirmando nuestras sospechas: Internet, que nació como una estrategia de índole militar (ARPANET), nunca ha dejado de serlo. Las denuncias parecen confirmar que las agencias de inteligencia de los Estados Unidos con la participación de grandes empresas de servicios vigilan a millones de ciudadanos en todo el mundo, invadiendo su privacidad. Esta nueva forma de espionaje se extiende a numerosos gobiernos e instituciones oficiales alrededor del planeta tierra.

Lo que creíamos una amenaza propia de las distopías futuristas, como es el caso del TMC promovido por el Daesh, se nos muestra hoy como una cruda y vergonzante realidad. Pero, al mismo tiempo, WikiLeaks no solo constituye un escándalo sino la más radical denuncia de prácticas reñidas con los más elementales derechos ciudadanos. Cuando miles de expertos trabajan organizadamente para un gobierno, en defensa de intereses políticos y económicos, interviniendo los flujos de información que circulan por la red, es que una Ciberguerra está en marcha.

Estamos apenas ante la punta de un iceberg, es mucho más lo que no sabemos que aquello que se filtra. ISIS y WikiLeaks nos dejan varias lecciones. La primera es que, a veces, basta la figura de un individuo para denunciar los atropellos a los ciudadanos. Las figuras emblemáticas de Assange y Snowden no solo nos alertan frente a lo que está sucediendo sino que testimonian que más allá de la High Tech está todavía la conciencia humana, capaz de revertir, aunque sea muy parcialmente, el abuso de los poderosos. Lo que está aconteciendo nos prepara para el futuro que se está fraguando, una “democracia” convertida en espectáculo por una Híper Industria Cultural cuyo único fundamento no es otro que la performance estadística de índices y cifras y un Terrorismo Mediado por Computador, de carácter global. Grandes artistas y pensadores del siglo XX, Pasolini y Benjamin, entre otros, llamaron “fascismo”, precisamente, a ese estado de una humanidad impotente, degradada a cumplir la función de espectador y consumidor de su propia destrucción.

Álvaro Cuadra