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TVN se hunde con la élite

Por: Víctor Gómez | Publicado: 23.02.2016
TVN se hunde con la élite TVNok_816x544 |
El canal público está en grave crisis. No asimiló los cambios en el escenario político nacional, tampoco en la mutación de las audiencias y menos la transformación de la industria televisiva y de contenidos. Al contrario, un grupo representativo de la élite (política y económica) y a espalda de la sociedad, hizo oídos sordos a los nuevos escenarios y condenó a TVN a un momento tan crítico que está en juego su futuro.

Hace casi cien años Antonio Gramsci advertía que en ciertos momentos de crisis las élites tendían a aislarse y desde ahí, definían sus acciones para mantener el orden institucional, conservar sus valores y evitar los cambios a contrapelo de las formas y contenidos nacidos en las nuevas condiciones históricas. En resumen: negarse a los cambios aunque sean inevitables. El actual escenario de TVN cumple, en más de una dimensión, con esa lectura del teórico italiano de la superestructura.

El canal público está en grave crisis. No asimiló los cambios en el escenario político nacional, tampoco en la mutación de las audiencias y menos la transformación de la industria televisiva y de contenidos. Al contrario, un grupo representativo de la élite (política y económica) y a espalda de la sociedad, hizo oídos sordos a los nuevos escenarios y condenó a TVN  a un momento tan crítico que está en juego su futuro.

TVN no podía estar fuera de los cambios de la sociedad chilena luego del 2011. Escenario coronado por movilizaciones estudiantiles que sacudieron el pacto de la transición y abrieron el paso a una nueva era política con consecuencias hasta hoy latentes más allá de la educación.

Desde entonces se detonó la crisis de credibilidad y confianza en la élite y el modelo político post dictadura; se masificó el rechazo al modelo neoliberal y su producto de un país injusto y desigual; surgieron nuevos temas e intereses en la sociedad; comenzó el uso intensivo de redes sociales y plataformas tecnológicas como medio de información y opinión; se desarrolló una ciudadanía más autónoma, crítica y activa. Y por último, nacieron nuevos liderazgos y voces culturales, sociales y políticas con relato propio.

La razón de la escasa sintonía de TVN con la sociedad no sólo está en los administradores de turno, sino también, en la concepción del canal público rediseñada a comienzos de los 90 por medio de una ley -tan singular y mala- que no existe otra en el mundo para un medio estatal.

Para no agitar las aguas en el naciente proceso político, la Concertación impuso a TVN su lógica del Chile de los consensos. Los asustaba el “Cuco” de la instrumentalización política de la estación (E. Boeninger, E. Correa y E. Tironi). Sin embargo, la ley de 1992 sentenció al canal público a falsas premisas, entre ellas, independencia del gobierno de turno, autonomía editorial, autofinanciamiento y la tarea ser un aporte cultural para la sociedad de manera plural y representativa. Todas falacias que la realidad se encargó de desenmascarar en este Frankenstein mediático.

Sus directorios y sus distintos directores ejecutivos obedecieron al más vulgar y asqueroso cuoteo de la Concertación y la derecha. Hasta ahora las autoridades del canal responden a la lógica del equilibrio pactado.  Lógica binominal, pero por sobretodo elitaria, autorreferente y discriminatoria.

Su estructura financiera que debía gestionar recursos sin la colaboración del Estado funcionó en la medida que no complicó a ningún interés de los auspiciadores. Crear productos inocuos en pantalla, poco críticos y funcionales al modelo se aplicaron como receta por los ejecutivos de turno con “éxitos” relativos durante una década. Varios se ufanan de su liderazgo de audiencias en ese período.

Los aportes de TVN en el plano cultural fueron escasos y discutidos hasta hoy, por más que algunos expertos defiendan con pocos argumentos sus logros en esta materia. Aseguran con verso postmodernista que en programas como El Mirador, El show de los libros, Tierra Adentro, entre  otros, el canal exhibió realidades y ethos culturales ausentes en la TV pública la década anterior.

La credibilidad de sus noticieros avanzó hasta donde pudo y siempre se debió hacer más en este plano. Pero en el camino se llegó a la ridícula paranoia en temporadas de campañas políticas de asignarle tiempos iguales a las coberturas de los candidatos para cautelar la objetividad  y la independencia del canal, según la fórmula del economista  DC, René Cortázar.

Los programas de investigación de toda índole, en escasas ocasiones, abordaron temáticas que complicaran al gobierno y casi como pacto no escrito, toda crónica, reportaje u opinión no podía complicar a élite económica y a ninguna de las sensibilidades políticas a cargo del canal. La censura y autocensura se hicieron cotidianas.

A modo de ejemplo, la cobertura periodística de los escándalos de corrupción y de financiamiento irregular de campañas políticas ha pasado por el cedazo editorial con consecuencias lamentables para TVN.  Filtro que –al margen del esfuerzo honesto de algunos periodistas- condena a sus noticiarios a poca profundidad de contenidos, a nula novedad informativa (noticia) y a reportes uniformes que reiteran lo que otros medios investigaron durante la jornada sobre Penta, SQM, Caval y otros. En resumen: un velado periodismo oficialista.

Los programas de debate político de TVN ofenden la inteligencia de las personas. Su representación no escapa a la lógica binominal y excluye cualquier voz disidente con el modelo político y económico. Sus protagonistas se miran el ombligo, defienden sus parcelas aunque la sociedad hace rato los rechaza en encuestas y también en las urnas.

El escenario del canal público hoy es complejo desde todo punto de vista.

Tanto el Presidente del Directorio, Ricardo Solari, como la ex Directora Ejecutiva, Carmen Gloria López y el jefe de Prensa, Alberto Luengo, poco y nada sabían de gestión televisiva y de la industria de contenidos. Sus nombramientos obedecieron al amiguismo y designaciones políticas digitadas desde La Moneda, que soslayaron las competencias profesionales requeridas para un canal de televisión. Ellos pertenecen al selecto grupo de chilenos que dan “garantías” a la élite de no alterar el orden en TVN.  La gestión de este mediocre trío sólo profundizó la crisis que se avizoraba desde el período de Sebastián Piñera.

Si se válida el rating como herramienta de análisis en la TV chilena, las audiencias castigaron con todo a TVN. No hay aciertos en el área de entretención con desastre en sus teleseries, en los programas misceláneos y hasta en el matinal Buenos Días a Todos. El noticiario central (horario prime) se ubica en el cuarto lugar entre cuatro competidores. El área deportiva bajó el telón a Domingo de Goles, programa que no conquistó ni siquiera la simpatía de las audiencias seguidoras del fútbol.

La situación financiera es tan grave que en 2015 las pérdidas superaron los $18 mil millones. Los ajustes por medio de despido de rostros, disminución de salarios de altos ejecutivos y el despido masivo de trabajadores son sólo recomendaciones de manual en cualquier empresa en crisis, el problema de fondo radica en que TVN no es una empresa común y corriente. Sus productos son contenidos y no bienes ni servicios.

En el plano de las soluciones, las alternativas son diversas y oscilan dependiendo el foco del análisis de los expertos.

Para algunos, la salida de TVN pasa por el financiamiento estatal. Otros apuntan directo al cambio de ley del canal público y su puesta al día con los tiempos que corren. Y nos pocos plantean a dejar atrás la TV masiva y dar paso a la segmentación de las audiencias con canales temáticos por medio de la TV digital, que pronto entrará en vigencia en Chile.

En materia de mejorar la gestión, hay quienes plantean reducir la planta de trabajadores, bajar salarios y disminuir los gastos de producción. Otros con claro sentido mercantil piden el despojo de criterios directivos “antiguos” (resistencias) y la renovación con ejecutivos “modernos” que entiendan las nuevas lógicas del negocio. Y hay quienes proponen cambiar por completo el modelo de negocios y transformar a TVN en un medio surtido sólo por productoras externas que cumplan con las directrices de “Misión pública” asignada al canal (privatización encubierta).

Muy pocos apuntan su mirada a la integración plataformas y a la creación de contenidos diversos (para distintas audiencias) que naveguen por internet e interactúen en teléfonos móviles y otros medios tecnológicos.  La TV abierta tal como existe va en extinción y se adapta o muere.

También son escasas las voces y opiniones preocupadas de los contenidos y de la calidad de ellos. Si el actual modelo implica dependencia total del rating y del avisaje, entonces, la calidad de los contenidos es postergada por un imperativo económico. Sin embargo, cuando se diseña una programación con autonomía de la doctrina People Meter, se abre un espacio para privilegiar la calidad e insistir en el desarrollo de una propuesta propia. O si se prefiere, se deben generar productos de calidad que otros no ofrecen en toda la parrilla. La pata coja será siempre el factor económico y sólo ahí, se abre el espacio para el aporte fiscal.

El primer esfuerzo por dar cobertura al interés diverso de las audiencias comenzó en la TV por cable que aún convive con una fórmula mixta de avisaje y pago por suscripción. La novedad en este plano la marca Netflix, que no depende de la publicidad, usa internet y cobra cuota mensual de bajo costo. En diciembre, Reed Hastings, creador y propietario de esta plataforma visitó Chile y en entrevista con La Tercera explicó algunas claves del éxito de su modelo de TV. “Nosotros preferimos que los creadores de las series se concentren en tener un buen producto, y que no estén obsesionados por el rating”.

TVN necesita superar la transición. Reclutar a personal directivo que no tenga compromisos ni pactos políticos para crear la televisión abierta que viene. Se debe abrir espacio a la creatividad y la audacia en todo sentido. La sociedad –por medios y formas que hay que diseñar- debe participar en la redefinición de su identidad y en la discusión de los objetivos como canal público. Debe existir respeto absoluto a sus trabajadores, y al mismo tiempo, se debe dejar atrás la soberbia interna y por sobre todo, comprender que Chile cambió y las audiencias también.

La crisis de TVN es grave, profunda y en ningún caso sus soluciones pasan por recetas mágicas ni por la acción de iluminados. Resulta ofensivo con el nivel de trance que atraviesa la estación pública hoy esté casi confirmado que el próximo Director Ejecutivo será Jaime De Aguirre, personaje involucrado con millonarias facturas ideológicamente falsas a SQM (Estafó al fisco, adulteró balance de CHV, perjudicó a sus trabajadores y sigue impune). Con su nombramiento se profundizaría la crisis de credibilidad del canal público y otra vez se manosearía su independencia, cuando el caso SQM está hirviendo y la corrupción tiene al mundo político desfilando en los tribunales. De paso, la sola candidatura de un corrupto burla del valor ético y desprecia el sentido común.

Las élites –políticas y económicas- están en la etapa de pataleo y no aceptan los cambios aunque sean inevitables. Este es otro Chile. Antonio Gramsci sigue vigente y TVN lo demuestra con creces.

Víctor Gómez