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De la mala ciencia a la buena ciencia: a propósito de la reacción contra Mayol

Por: Gonzalo García | Publicado: 29.03.2016
De la mala ciencia a la buena ciencia: a propósito de la reacción contra Mayol gino germani |
Que la reacción contra el trabajo de Mayol y Araya –publicada por RedSeca- haya puesto en cuestión su credencial de ciencia no debería extrañarnos. Al epíteto de ensayista se suma otro comúnmente desplegado en este tipo de argumentación: “la carencia de rigurosidad” propia del sociólogo y profesor de la USACH. Lo cual, por supuesto, no quiere decir que se trate de una crítica antojadiza. Era una réplica fácil de prever según el modo en que Mayol aparentemente intentó defender sus conclusiones. Pero no es nuestra intención seguir en esta discusión, sino problematizar algunos aspectos que la misma crítica supone.

Por los años sesenta Gino Germani se refería al “ensayismo” como el modo de reflexión que caracterizaba la fase presociológica en que se hallaba la academia latinoamericana. Sustantivo  de diagnóstico y crítica que a la vez coincidía con el proceso de institucionalización de la sociología como profesión. En breve, atrás quedaba la pseudo-sociología; esa fase degenerativa de especulación humanista dominada por el ensayo. En su lugar se instalaba el auténtico método para acceder a la realidad social y se legitimaba con un apellido particular: científico en tanto producción rigurosa (y acumulativa) de conocimiento verdadero a través de hipótesis y leyes empíricamente contrastables.

Que la reacción contra el trabajo de Mayol y Araya –publicada por RedSeca– haya puesto en cuestión su credencial de ciencia no debería extrañarnos. Al epíteto de ensayista se suma otro comúnmente desplegado en este tipo de argumentación: “la carencia de rigurosidad” propia del sociólogo y profesor de la USACH. Lo cual, por supuesto, no quiere decir que se trate de una crítica antojadiza. Era una réplica fácil de prever según el modo en que Mayol aparentemente intentó defender sus conclusiones. Pero no es nuestra intención seguir en esta discusión, sino problematizar algunos aspectos que la misma crítica supone.

Los que nos dedicamos a las ciencias sociales debemos aceptar el desacuerdo permanente. Así como la validez de nuestros puntos de vista dependen fundamentalmente del consenso de la comunidad en la que participamos, existen diversas formas de aproximarse a la realidad social. El debate y el pluralismo –tanto teórico como metodológico- es una condición inherente a nuestras disciplinas. Y ello no significa renunciar a la pretensión de construir conocimiento objetivo. Por el contrario, se puede analizar un fenómeno desde tradiciones o escuelas de pensamiento que difieren en cuestiones fundamentales sin que por ello entre en cuestión el carácter de ciencia de la postura del rival. Un entendimiento ingenuo de la ciencia no sólo radicaría en suponer la existencia de un acuerdo único respecto del modo en que acordamos la verdad de nuestros puntos de vista, sino suponer que dicho acuerdo se dirime exclusivamente en el mundo de lo empíricamente contrastable.

Un argumento científico puede ser refutado en relación a los supuestos de fondo del investigador; de acuerdo a su opción teórica y metodológica, o de acuerdo a las implicancias ideológicas de su punto de vista sobre la naturaleza humana. Y esto es algo que un profesor de estadística comúnmente se niega a aceptar: el hecho de que nuestras conclusiones, por más específicas y cautelosas que sean, están sujetas al debate sin tener que remitirnos necesariamente a una nueva correlación de variables. La ingenuidad en el caso contrario, insistimos, es doble. Por un lado, consiste en liquidar al otro en nombre de algo así como la “buena ciencia” y, por otro, en cuestionar la validez de su argumento considerando la insuficiencia de una demostración empírica específica.  

Pero hay un segundo recurso interesante en la reacción contra Mayol. Se habla en nombre de la comunidad científica y la importancia que tiene el escrutinio público entre los pares para examinar la legitimidad de sus conclusiones. Lo que llama la atención es el contexto y la forma en que se invoca la existencia de esta comunidad como una realidad establecida de antemano –que aquí aparece para ningunear y decretar cierta reputación. La razón de este supuesto es simple: el consenso comunitario ya habría sido fácticamente determinado. Se trata de conseguir doctorado, de publicar por revistas académicas indexadas, de adjudicarse proyectos Fondecyt… en definitiva, satisfacer los “estándares actuales” de la llamada productividad científica, de la cual sólo hay que colgarse.

Retengamos estas palabras: “estándares actuales”. Para un pequeño país de la periferia afanado en satisfacer indicadores externos significa que el problema de fondo (¿Quién y bajo qué criterios decide lo qué es ciencia?) ya está salvado. Antes de sentarnos a conversar el vaso de leche estaba servido porque el camino lo hemos comenzado al revés. Piénsese, por ejemplo, en el ingreso irreflexivo de indicadores ISI como criterio predominante para tutelar el trabajo científico en la universidad. Donde ya no es la universidad la encargada de establecer criterios propios a un fin que suponemos privativo de una institución autónoma y pensante por excelencia, sino que éstos son puestos desde afuera.

No es casualidad entonces que desde la misma academia sigan apareciendo coreografías que nos recuerden al gran Germani.

 

Gonzalo García