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España no es Dinamarca, ni se le parece, y avanzamos hacia la gran paradoja

Por: Joan del Alcàzar | Publicado: 13.04.2016
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Resulta evidente -pese a que algunos quisieran poder creer lo contrario- que la España política y partidaria no se parece prácticamente en nada a la Dinamarca que la serie televisiva Borgen ha mostrado al mundo. Aquel país nórdico no ha contado con un gobierno de mayoría absoluta desde 1909, así que los pactos y las coaliciones de gobierno son lo natural. En España, en las antípodas parlamentarias, las conversaciones para la constitución de gobierno han encallado, quizás definitivamente.

Resulta evidente -pese a que algunos quisieran poder creer lo contrario- que la España política y partidaria no se parece prácticamente en nada a la Dinamarca que la serie televisiva Borgen ha mostrado al mundo. Aquel país nórdico no ha contado con un gobierno de mayoría absoluta desde 1909, así que los pactos y las coaliciones de gobierno son lo natural. En España, en las antípodas parlamentarias, las conversaciones para la constitución de gobierno han encallado, quizá definitivamente. Lo digo, claro está, con reservas porqué leía un breve de Jordi Palafox en el que recordaba a Romanones cuando éste afirmaba que para los políticos españoles nunca jamás quiere decir no de momento.

Es fácil, no obstante, aceptar el símil ajedrecístico de Enric Juliana: estamos en la situación llamada de rey ahogado. Esto es, la pieza no está en jaque, pero cualquier posición a la que puede desplazarse lo pondría en esa situación. Íñigo Errejón, por su parte, ha abundado en esta idea cuando ha reconocido que vivimos un empate catastrófico: ni los restauracionistas restauran, ni las fuerzas del cambio consiguen cambiar nada; eso ha dicho el joven dirigente.

En ese momento de la partida, en ese escenario, a tenor de las encuestas [y sabemos que las carga el diablo, pero es poco inteligente no atenderlas] parece que el electorado de la derecha es mucho más, infinitamente más paciente con sus políticos que el de la izquierda. Estos votantes no es que sean impacientes, es que son castigadores con los suyos cuando se consideran engañados o desatendidos.

Desde el 20D de 2015 cada organización partidaria ha hecho su juego. El PP no ha hecho nada, ese ha sido el suyo. Ciudadanos se ha movido más y mejor que nadie: ha bloqueado al PSOE, ha tirado al blanco contra Podemos y ha mantenido vivo al PP apelando a diario a su necesaria contribución a la causa de gobierno. El PSOE ha jugado a autolesionarse, convirtiéndose en víctima de sí mismo y apareciendo fracturado y con un líder con respiración asistida [del comité federal]. Podemos se cuece en su propia salsa, sin saber gestionar los cinco millones de votos que cosechó y que son muchos más y más plurales que los militantes o adheridos al partido.

Tras las fallidas pseudonegociaciones, la crisis del partido morado parece profunda. A la purga de Sergio Pascual a manos de Pablo Iglesias, que recuerda formas políticas de épocas superadas, el distanciamiento entre el supremo líder y Errejón no puede ocultarse. Es éste último, siempre lúcido, quien ha declarado que Podemos ha de ser más amable e integrador puertas adentro y más seductor puertas afuera. Paralelamente, el jurista Jiménez Villarejo se ha convertido en la voz de muchísimos votantes de la formación cuando ha declarado lo que es un sentir muy extendido: “Si Podemos permite que siga gobernando el PP será una equivocación histórica que le pasará factura”.

Parece más que verosímil la predicción. Los sondeos hablan de un PP que mantiene sus apoyos, un PSOE ligeramente a la baja, Ciudadanos claramente al alza y convertido en tercera fuerza y Podemos perdiendo fuelle a marchas forzadas y bajando hasta ser el cuarto grupo parlamentario. Y este cuadro se haría efectivo con una rebaja de la participación electoral que favorecería a las formaciones conservadoras, que cuentan –parece indiscutible- con una parroquia más fiel y disciplinada.

Tantos y tan urgentes que eran los problemas sociales, económicos y territoriales de la época Rajoy; tan imprescindible como era desalojar al PP, tan reaccionario y autoritario como carcomido por la corrupción; y cuatro meses después no ha habido forma de ofrecer un gobierno alternativo. Desde luego razones para la irritación superlativa no faltan a los votantes de izquierdas, y no sorprenderá que muchos de ellos ?erróneamente? opten por no votar en los próximos comicios.

Dicho esto, unas nuevas elecciones podrían abocar a un resultado extremadamente paradójico: las dos formaciones políticas de ámbito estatal ubicadas en la izquierda, peleando a muerte entre ellas, serían las parteras de un gobierno de derechas, en el que el PP y Ciudadanos se pondrían de acuerdo en cosa de horas.

Durante la Transición, Luis Pastor cantaba una canción en la que una de sus estrofas decía algo así como “vaya, que tendría gracia / que por falta de unidad / no llegara la democracia”. Pues eso, que cuarenta años después podría pasar algo parecido. Tendría gracia que el combate entre el PSOE del Norte y el PSOE del Sur contra el Podemos Fundamentalista y el Podemos Realista le diera el gobierno al tándem PP-Ciudadanos. O peor todavía: que se salieran con la suya las vacas sagradas del PSOE [de la España Auténtica, claro], la Gran Banca, los grandes poderes mediáticos, Merkel, etc., etc., y finalmente se llegara a esa gran coalición conservadora que, entre otras cosas, haría desaparecer a corto plazo el Partido de Pablo Iglesias Posse, más conocido como el Abuelo. ¿Qué haría entonces Pablo Iglesias Turrión (a) Coleta Morada?

Joan del Alcàzar