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#DeLaCalleAlMunicipio|El Nuevo Amanecer del poblador Rafael Soto

Por: Pablo Álvarez Y. | Publicado: 13.05.2016
Habiendo superado una grave quemadura a los tres años que lo tuvo hospitalizado durante todo un año, vencida su adicción a drogas como la cocaína y la pasta base y resistido algunas de las tomas con represiones más duras en la historia reciente de Chile, el llegar al Concejo municipal de La Florida parece un desafío de corte menor en la vida de Rafael Soto, presidente de la Federación Nacional de Pobladores (Fenapo).

Fue casi una casualidad lo que unió definitivamente a Rafael Soto con el movimiento popular chileno. Trabajando como educador comunitario de la Fundación Don Bosco, le tocaba frecuentar una de las poblaciones más emblemáticas de la Unidad Popular: Nueva La Habana.

Ahí conoció a su pareja y, un 30 de octubre de 2005, la fue a ver para su cumpleaños. En la población se encontró con 300 familias alegaban en contra de que el espacio se le entregara como solución habitacional a gente de otras comunas, siendo que Allende lo había ideado para dar hogar a sus abuelos. En una acción desesperada, decidieron tomarse el terreno. Soto terminó por apoyar la toma.

Se dedicó a sacar niños y preparar la resistencia al inminente desalojo, que no se hizo esperar. La fecha sería conocida como “La Batalla de Nuevo Amanecer”. En un principio no había muchos carabineros, y estos se vieron rodeados por los pobladores. Pero a través de bengalas al aire empezaron a llamar más y, a medida que esto ocurría, los dirigentes que en un principio alentaban la toma fueron desapareciendo. A Soto, “el tío del patio comunitario”, lo sindicaron como el líder al ver las gestiones que hacía para sacar niños. La golpiza que le dieron, entre 15 carabineros, fue ejemplar.

El saldo del enfrentamiento, que se extendió por toda la noche, fue de ocho niños heridos, mujeres golpeadas y 133 detenidos. Con la batalla, Nueva La Habana renacería como la Población Nuevo Amanecer y, en ese contexto, se fundaría posteriormente la Agrupación de Allegados Don Bosco, a través de la cual Rafael dedicaría su vida a la lucha de los pobladores en adelante.

Mirando en retrospectiva, cayó en cuenta de que en realidad no era tanta casualidad su unión con el movimiento de pobladores: «Me empiezan a llegar recuerdos de tomas de terreno que había escuchado en mi infancia, una de mis tías vivía en la Angela Davis, otra de mis tías en La Bandera, ambas nacidas de una toma. Ahí me doy cuenta de que mi historia además es la historia del pueblo pobre, que históricamente lucha porque su derecho al suelo sea reconocido en Chile”.

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A los tres años de edad, Rafael Soto tuvo un accidente que lo dejó no un día, un mes, o un semestre internado en el Hospital Roberto Del Río. Todo un año de tratamiento le tomó sanar y reconstruir los daños que le había ocasionado el quemarse con un brasero mientras jugaba.

Sin poder salir a jugar, una enfermera lo entretenía con el silabario hispano-americano. “Cuando salí a la calle nuevamente era un niño fenómeno particular: se había quemado y sabía leer”, dice Soto, al que desde ese momento le empezaron a decir de cariño Rafita.

Cursó sus estudios escolares en plena dictadura y llegó a ser presidente de su centro de alumnos. A pesar de ser muy buen alumno, asegura que su perfil opositor al régimen militar le impidió acceder a una beca Presidente de la República para sus estudios superiores. Sus abuelos y tíos terminaron armando una «cucha» (recaudación de dinero) para que Soto pudiera acceder a un Centro de Formación Técnica y estudiar Ecoturismo. Si bien su objetivo era teatro o periodismo, lo fue olvidando cuando la carrera le empezó a dar réditos económicos. También ahí se acercó a una época oscura de su vida.

Durante el trabajo, veía cómo algunos de sus colegas ingerían anfetaminas y cocaína para ser más productivos. Con las dificultades personales que tenía, Rafael también empezó a consumir. Le gustó, e incluso terminó fumando pasta base. “El 96 murió mi mamá, mi abuelo, mi abuela, entonces en ese tiempo me fui autocomplaciendo. Hubo un momento en el que estuve todo un año jalando. A pesar de todo, seguía siendo el Rafita en la población ‘Mira al Rafita, cómo está… la está cagando, pero es buen cabro’, decían”.

Sin meterse en la delincuencia, Soto hacía clases a los niños de la población para conseguir dinero para la droga. Con el tiempo se empezó a dar cuenta de que no podía seguir así. “Uno no sabe como entra, pero tiene que ver cómo salir. Para el 99 me vi caminando por las calles de Santiago con un cuchillo en la mano para defenderme de otros consumidores que le roban la droga a los más débiles. Viéndome en eso vi al Rafita del liceo, el buen alumno que estaba construyendo un camino y que de la noche a la mañana lo tiró al suelo por su consumo”, dice.

Ese año conoció la Fundación Don Bosco, conducida desde la Iglesia Salesiana y con fuerte arraigo popular. Sin ser cercano a la iglesia, vivió en las cuatro casas que proponía uno de sus programas para ayudar a los consumidores a dejar su vicio. Funcionarios y psicólogos le empezaron a sacar de la cabeza la idea de que la solución tiene que ver con la sustancia, diciéndole que más bien tenía que ver con el desarrollo personal.

/Boris Yaikin

/Boris Yaikin

¿Qué conclusiones empezaste a armar en ese momento?
-Lo que pasa es que en algún momento determinado yo vi que lo único que no había muerto en mí era la consciencia de clase, la consciencia social. Me di cuenta de que la droga de alguna manera hoy se aborda en Chile desde una mirada represiva, policial. Se juzga a la gente por la droga que consume, y no por su situación personal.

¿Crees que el Estado se hace cargo de este problema?
– Se ha aplicado una política que ha llevado precisamente que desde la primera infancia los cabros estén en contacto con alguna forma de tráfico. El imperio droga a nuestros hijos, porque ahí es donde tenemos la mejor fuerza para generar la revolución que necesitamos. Nuestros cabros valientes, choros, que podrían conducir un proceso revolucionario en Chile hoy día están en la pasta o en la cárcel. Por otro lado, nuestros hijos que no han cometido ningún delito son llamados flaites, solo por ser hijos de la pobla.

Habiendo salido del pozo al que había entrado, Soto empezó a trabajar con Don Bosco en distintas experiencias: con niños del río Mapocho, caletas de indigentes, casas de acogida. Terminaría siendo educador comunitario y frecuentando uno de los lugares más emblemáticos de la historia del movimiento de pobladores en Chile: el Campamento Nueva La Habana.

 Nuestro cabros valientes, choros, que podrían conducir un proceso revolucionario en Chile hoy día están en la pasta o en la cárcel. Por otro lado, nuestros hijos que no han cometido ningún delito son llamados flaites, solo por ser hijos de la pobla.

 

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La casa de Rafael en la Villa Padre Rodrigo Carranza de Nuevo Amanecer es fácilmente distinguible. Su entradilla y sus paredes –tanto por dentro como por fuera- tienen mensajes pintados y afiches de No al Proyecto Alto Maipo. Ya desde el desayuno se empieza a hablar de las acciones a seguir con los proyectos de vivienda que está tramitando y sus ideas las comunica rápidamente por chat en su celular.

Hoy tenemos una orgánica -me gusta decirle biorgánica, porque es natural, social y nace en el territorio-, que nos permite organizarnos de manera eficiente”, dice Soto. Un ejemplo de esto fue cuando hace algunas semanas hubo corte de agua en distintos puntos de Santiago. Con una organización rápida, los vecinos de la población fueron a los silos de Aguas Andinas cercanos a instalar una cañería. Argumentaron que el agua era de todos, mientras que Interior amenazó con llevarlos detenidos.

“Tienen que abrirse áreas sociales sin el Estado y sin el Mercado. Generar alternativas de autogestión. Dejar de ser clientes si se tiene plata o beneficiarios si no se tiene, y depositar la confianza en los territorios para que decidan lo que necesitan realmente”, asegura Rafael.

Le gusta explicar las cosas antes de referirse a ellas. Si habla de la experiencia de la droga, parte contando la historia de la pasta base, la llegada de drogas a Chile desde otros países, la quema de cultivos en dictadura, el aspecto legal, de salud y religioso, además de hacer una crítica a la incidencia del mercado en la expansión de estas sustancias.

Del mismo modo, si habla de su experiencia actual en Don Bosco y como presidente de la Federación Nacional de Pobladores (Fenapo), Soto habla de la migración campo ciudad, de la toma de La Victoria –la primera en América Latina-, del proceso de desarrollo de la Unidad Popular al construir junto a los pobladores, de la Angela Davis, de Lo Hermida, de Nueva La Habana, de la irrupción del sistema subsidiario en dictadura y de su mantención en los gobiernos de la Concertación, de las casas Copeva, la histórica toma de Peñalolén, y de cómo las organizaciones de pobladores se articularon en una Federación Nacional para prepararse para el gobierno de Piñera.

«En algún momento determinado yo vi que lo único que no había muerto en mí era la consciencia de clase, la consciencia social».

“Como Fenapo creemos que el sistema subsidiario tiene que acabar. Los proyectos que se están construyendo dentro de las propias comunas los han impulsado las luchas sociales. Pero la mayor cantidad de proyección que se construye sigue teniendo la dinámica del sistema subsidiario: expulsión y deuda”, asegura.

Además de Don Bosco y Fenapo, Rafael milita en el Partido Igualdad. “Jamás he entendido la orden de la cúpula, cuando me acerqué a Igualdad fue porque creo en esta conciencia de ‘herramienta del pueblo’, de un partido instrumental para las organizaciones sociales. Además es el único que participó del primero de mayo clasista, el único que se involucra en la barricada cuando es necesario”, argumenta.

Y a través de él estás planteando una candidatura a concejal de La Florida, ¿cómo se dio esta decisión?
– Es que hoy vemos que tenemos una casta política desapegada de la realidad de la mayoría de los chilenos. Por esto disputamos el poder comunal con el claro objetivo de transformar de raíz la participación política. La Florida, junto a Peñalolén, tiene los más altos índices de déficit habitacional. Y ningún concejal, salvo la concejala de Peñalolén Natalia Garrido -del Movimiento de Pobladores en Lucha-, es poblador o allegado.

¿Ves factible el poder llegar al municipio?
– Hoy nosotros creemos que tendremos al menos un concejal, si es que no dos, del pacto Pueblo Unido. Quizás no tenemos muchos recursos, pero la gente se moverá como hormiga para obtener un concejal y que este potencie la participación comunitaria. Es lo que hemos hecho como pobladores acá, los proyectos habitacionales salen a través de más de mil familias que se reúnen de manera asamblearia permanentemente para generar soluciones. Así debería operar un municipio.

Viendo tu historia en retrospectiva, ¿cuál es la gratificación más grande que te ha dado esta lucha?
-Hay un acto que suelo ver permanentemente y me llena de alegría: cuando el poblador ingresa por primera vez a su vivienda. Eso realmente me emociona mucho. Ver que después de tanta marcha, tanta toma y darle una batalla a la vida, le estamos dando un refugio a nuestros hijos.

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