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Campos, Holman y Gálvez, o como el bajo puede llenar la noche

Por: Fabio Salas Zuñiga | Publicado: 30.05.2016
La mayoría de la audiencia allí reunida pronto se dejó llevar por el festín sonoro que venía del escenario y que reverberaba de una manera por decir lo menos, novedosa.

Hacía frío la noche del pasado sábado en Santiago. La cita con el trío de bajistas Jorge Campos, Ernesto Holman y Christián Gálvez asomaba como un imperdible toda vez que no es usual que tres músicos de este calibre se reúnan para ofrecer un concierto con material de data reciente y si sumamos a ello, la exitosa y rutilante carrera de cada cual, entonces estaba todo preparado para presenciar un real acontecimiento.

Y los artistas no defraudaron. Aunque la sala de Centro Arte no alcanzó a llenarse, la mayoría de la audiencia allí reunida pronto se dejó llevar por el festín sonoro que venía del escenario y que reverberaba de una manera por decir lo menos, novedosa.

El trío abrió con un par de piezas de largo desarrollo que aún cuando la mezcla de sonido hacía que el bajo de Ernesto sonase demasiado saturado por momentos, pronto se pudo despejar y la música fluyó espontánea, lúdica y llena de vigor y energía. Con los músicos divirtiéndose en escena y haciendo que el auditorio se contagiase ante el frontal ataque de efectos, loops y timbres que llenaban la sala.
Hay que señalar que la tecnología actual que usan los músicos, que comprende desde un sofisticado arsenal de pedaleras hasta modelos de bajos electroacústicos del tamaño de un cuatro venezolano, permite que cada uno pueda multiplicar sus pistas de emisión de sonido y realizar verdaderas exhibiciones de improvisación instrumental que suenan simplemente a música contemporánea, chilena en este caso (un dato no menor), dejando atrás las dimensiones propiamente jazzísticas o rockeras que cualquiera de ellos puede haber desarrollado en el pasado.

A continuación Jorge Campos fue el primero en ofrecer un pasaje solista que inició con su hermosa versión de “Luchín”, el elegíaco tema de Víctor Jara que aquí suena remozado y actualizado sin perder por ello su pureza original. Tras de lo cual Jorge las emprendió con furioso funk donde dio rienda suelta a su lado más “rockero” y vehemente. Aún cuando de repente el volumen de su bajo Machi de dos mástiles se disparaba creando un acople, Jorge entregó un pasaje de gran intensidad y pulimento, con lo que queda de manifiesto su inmensa calidad como instrumentista y compositor.
Después, Christián Gálvez ocupó su lugar haciendo gala de una humildad creíble toda vez que él representa la natural continuidad de lo que Holman y Campos iniciaran hace treinta años en la historia de la música chilena desde la significación musical del bajo eléctrico. Heredero natural de una línea de ilustres bajistas, Gálvez se lució con una secuencia de blues jazzeros clásicos que inició con un sutil arreglo de “Tenderly” de Duke Ellington. Llama la atención que Christián pulsa las cuerdas de su bajo con uñeta y que su digitación por su técnica y velocidad es más bien la de un guitarrista eléctrico que la de un bajista, pues de repente sus escalas se disparaban por los trastes del bajo con una velocidad endemoniada que sin embargo permitía seguir muy bien su fuga.

Después de tamaña exhibición fue el turno de Ernesto Holman. Este artista ya pertenece a la categoría de esos músicos que dominan tan bien su oficio que jamás se equivocan y saben muy bien cuándo efectuar un armónico o qué acorde va aquí o allá o cuando hay que atacar la frase con vehemencia o concluirla con sutileza. Escuchamos y vimos a un Holman tocando a gusto sin nunca cometer errores. La tonada que inició su set fue de lo mejor de la noche, un aire rural bello, lleno de matices y con una secuencia de acordes que permitían retrotraer ese paisaje campestre que cualquier chileno siente como propio y como algo lleno de luminosa vitalidad.

Y para el final, el trío ejecutando una contenida versión de “El Cigarrito” de Víctor, y una desatada jam session que bajo el título de “El Tren” fue una atropellada sonora tocada con precisión y un desborde de energía que dejó al público feliz.

A la salida del concierto quedó la sensación de que eventos como éste debieran suceder más a menudo por la sencilla razón de que tenemos en casa un número como el que proponen estos bajistas que no desentonaría y que sería recibido con calidez en cualquier escenario de este maltratado, achacoso y belicoso mundo actual.

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