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El ronquido de papá (y la confesión de Teo)

Por: Edison Ortiz | Publicado: 06.06.2016
El ronquido de papá (y la confesión de Teo) ronquido 2 |
Hace poco me llamó Teo para que le presentara un libro. Sin tiempo y dedicado a mis columnas y a nuestro propio libro, no fui capaz de decirle que no. Y créanme. No fue por falta de sinceridad. Aquellos que me conocen saben que ser honesto no es mi déficit, ni problema.

Hace poco me llamó Teo para que le presentara un libro. Sin tiempo y dedicado a mis columnas y a nuestro propio libro, no fui capaz de decirle que no. Y créanme. No fue por falta de sinceridad. Aquellos que me conocen saben  que ser honesto no es mi déficit, ni problema.

No tuve salida pese a la habilidad que he logrado con los años para no hacer cosas que no deseo hacer. Solo me quedó una esperanza: leer algunas páginas y comprobar que era lo bastante tedioso como para no seguir leyéndolo y, dado su título, la foto que lo acompaña (José Darío y Teo), el conocimiento del entorno familiar, más la lectura de su índice, salir del pasó diciendo algunas cosas políticamente correctas y unas frases para el bronce y cumplir.

Aquellos que leemos siempre sabemos que basta con el primer párrafo para saber si un texto vale la pena. Para mi decepción, seguí y seguí ojeándolo. Primero con la convicción que no eran tan mediocre como para acabar su lectura; luego con interés; después con una emoción creciente (lo que implicó muchas carcajadas y alguna vez más de una lágrima); y por último con incredulidad: no era posible que estuviera al frente de una ¿historia-novela? tan buena.

A diferencia  de otros no puedo resistir la tentación de contar que fue lo primero que me dejó boquiabierto: el título del libro, la foto de José Darío y su primer párrafo: “Al médico se le salieron los ojos al descubrir que los pulmones de papá eran una coraza de polvillo de metales. Se nos apretó el corazón y envejecimos siete años”. No pude sino pensar en mí: la trágica muerte de Don Tito, mi suegro un año después que, como buen campesino colchagüino murió solitario una noche de escarcha, fría y oscura como suelen ser las noches de mayo. Han pasado seis años y Rosita (y también yo) no puede sobreponerse a ese hecho lamentable que marcó un punto de inflexión en nuestras vidas. Casi exactamente un año después nació Agustín quien vino a llenar “un poquito” el vació que dejó el amigo de infancia, de farras y parrandas de Joel Marambio. La muerte sucede a la vida para que esta vuelva a brotar y el ciclo eterno continúe.

Lo segundo fueron mis propios padres. Ustedes no tiene porqué saberlo, pero desde que salí de la actividad política, he dedicado mucho tiempo a mi familia y en especial a mis padres. He viajado con ellos dentro y fuera del país, he celebrado sus fiestas y cumpleaños  intentando ajustar mis cuentas pendientes. No quiero sufrir ni tener que atravesar por lo que pasó Rosita cuando ellos ya no estén y ya no pueda decirles nada. Prefiero vivirlos intensamente, quererlos y no tener que ir luego, cuando ya no estén, a llorar a una tumba fría por lo que no me atreví a decirles. Y créanme, tampoco ha sido una tarea fácil, ¿quién no ha querido matar al padre?

Pero “El ronquido de papá”, no es solo la historia de la relación entre un hijo y su padre, de los Valenzuela Van Treek o de una familia extendida del barrio Estación. Es también nuestra historia, la de Rancagua y la del país en su último medio siglo vista través del lente agudo y narrativo de Teo. Léanla. En tiempos donde la política y los valores se revuelcan en el lodo, la abnegación y el sacrificio de un padre son un aliento para decir que se puede ¡Gracias Teo!

 

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