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«El Paradero» de Juan Balbontín: Una novela de un hombre de paso

Por: Fernando Balcells | Publicado: 07.07.2016
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A ratos el lector cree encontrarse con erratas que se van desmintiendo en la reiteración y no le queda otra que preguntarse, ¿qué hago aquí? Quien lee en este pantano telegráfico, en esta anticipación tuitera y que sin embargo no se deja consumir por ninguna comparación.

El Paradero es una novela de treinta páginas, escrita a mediados de los años setenta y guardada como mito improbable durante cuarenta años. El autor, Juan Balbontín, estudió literatura y participó en el famoso Departamento de Estudios Humanísticos de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Chile, donde confluyeron varios de los mayores talentos literarios de esos años.

Estuvo detenido por los militares el año 76. Escribió este relato maestro después de esa experiencia y se retiró luego a vivir a Osorno. ‘Habito en la poesía pero no participo de la institucionalidad literaria’. O algo parecido, creo recordar de una entrevista que dio. La semana pasada la editorial Cuarto Propio presentó una edición de la novela a cargo de Gabriela Balbontín, hija del autor. El hombre no se presentó a su propio renacimiento.
La novela tiene lugar en un paradero de micros frente a La Moneda. Todo sucede en un invierno eternamente nocturno, como si el ojo del Gran Hermano se enamorara de un transeúnte.

Leí el libro a tropezones, en una semana que se me hizo corta y a ratos sofocante. Las mayores pérdidas de tiempo estuvieron en la sobreabundancia de hallazgos deslumbrantes que me impactaron obligándome a descontinuar la lectura… dejó caer casi físicamente cada uno de los treinta minutos para que en cualquiera de ellos el desconocido apareciera…

Desde la primera página el arrebato mantiene abierto un conflicto con la escritura. Párrafos demasiado largos. Descripciones de una visualidad borrosa. Enlaces inarticulados. Proposiciones invertidas y excesos que uno diría ‘falta de economía’ y, sin embargo, en una serie de giros que rodean su propio barroco, la mirada que se construye es única por lo que ‘dejó caer casi’ y que la atmósfera recoge. El narrador se resiste a la tendencia estetizante del lector y raya, físicamente la perla /dejó caer (casi) cada uno de los treinta segundos/ para hacer prevalecer el ahogo y el desahogo simultáneos de la escritura. Todo lo que se deja caer sin cuidado aparente es necesario en esta escritura.

A ratos el lector cree encontrarse con erratas que se van desmintiendo en la reiteración y no le queda otra que preguntarse, ¿qué hago aquí? Quien lee en este pantano telegráfico, en esta anticipación tuitera y que sin embargo no se deja consumir por ninguna comparación. El narrador nos ha prestado su especial linterna y repetimos junto al protagonista… he desaparecido de mi propia mirada… ¿He desaparecido o es en ese acto preciso en el que aparezco como punto ciego o como ausencia? En este lugar el lector descansa.

La repetición, la espera y la movilización de los ojos obedecen a un reloj arrítmico, un habla destemplada, atrasada y adelantada por una soledad que solo se deja acompañar de una convención mecánica. Un tiempo en espera del tiempo.

Cuando aparece… ese desconocido imantado que era a la cuadra… la puntuación se alarga y la sintaxis se hace elástica, para sumergir al lector en la geometría del paradero y en el desdoble que se mueve entre las micros y la ruina, esperando y revolviendo los ojos en sus círculos. Hay una inmediatez en el relato que parece no aceptar siquiera retoques en el detalle. Una estricta paciencia prepara los giros de este libro al que no le falta nada.
En alguna parte habla de Ellos que, prodigios de cálculo efectuaron…y en esa escritura, los verbos se insertan o no en frases unidireccionales y pueden ir y venir abriendo y bifurcando los sentidos, desprendidos de vínculos causales y por lo tanto indecisos y vivos. A medida que la trama se ‘resuelve’, todo avanza hacia la indeterminación y a la ruptura de los moldes.

Tantas medias horas fallando en la espera, haciendo del fallo un motivo para repetirse obsesivamente en la misma fracción de vida y encontrar una tras otra las variaciones infinitas de la mirada a lo mismo enteramente diferente. Una mirada que hace lento el escaparse del tiempo para que… la tierra huyendo de sí misma, le abriese la puerta… Una mirada que tartamudea entre los detalles de su ocurrencia y arma tantas historias posibles como fragmentos de una relación hundida con el mundo.

Si la escritura tropieza es para golpear más veces; para establecer una cadencia en el golpeteo de las sensaciones. La alucinación, que es un episodio o que puede serlo todo, aparece junto con las tachaduras que señalan una contención, una suspensión y una apertura a los más desgarrados dolores. Esos silencios señalan la edición de las respuestas en un interrogatorio. Un interrogatorio no está hecho de preguntas sino de afirmaciones demoledoras que buscan que…el hecho desaparecido desaparezca.

Cuando ni ella estaba para prestarme su silencio… se escribió esta novela de un hombre de paso. No de un paseante sino la historia de una vida entre esa precisa vereda y el tráfago de una calle conocida pero ajena.

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