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Opinión

Psicoanálisis y el malestar político en Chile

Por: Eduardo Pozo Cisternas | Publicado: 07.07.2016
Psicoanálisis y el malestar político en Chile A_UNO_686331_eedc8 |
No hay que esperar una totalidad armónica en la nueva izquierda política ya que la hegemonía es contingente, abierta, precaria y siempre en disputa. No hay que esperar que esa subjetividad pasiva de los chilenos vuelva a acomodarse

Después de lo que significó el nazismo para la humanidad, al pensamiento político de se le volvió impostergable pensar lo colectivo sin excluir las problemáticas del sujeto. Los psicoanalistas trabajamos cotidianamente en ello y es desde ahí que podemos, y debemos, salir de nuestros consultorios y organizaciones para aportar a la discusión y acercar el psicoanálisis a la comunidad. Trabajamos siempre orientados por la singularidad del caso a caso, pero eso no significa que no podamos decir algo sobre lo particular o lo universal.}

Por lo demás, tanto el psicoanálisis como la política (sin saberlo), por distintos medios, intentan tratar la misma cuestión: lo que Freud conceptualizó como pulsión de muerte y que luego Jacques Lacan amplificó como goce. Pero: ¿Qué diablos es esto? Para los fines de éste artículo, hay que decir que Freud desde la clínica descubrió que el sujeto no se orienta por su ser íntegro, ni por su serena relación con el otro, ni por la racionalizada búsqueda de su propio bien, sino, y lo voy a decir así: por satisfacer ese goce mortífero que inconscientemente va determinando ciertas elecciones tortuosas. Este goce se aloja en el sujeto en una instancia psíquica que Freud llamó superyó.

En el Chile actual, lamentablemente surge como ejemplo mujeres asesinadas por cobardes hombres que nunca entendieron que Corazones Rojos de Jorge González era una ironía acerca del machismo chileno y no un llamado a ello. Pero ¿Qué hace a una mujer (o a un hombre) elegir y luego quedarse ahí donde le pegan (o donde se hace pegar)? Por amor no es. Más bien por algo que tiene que ver con ese goce, que no es la simpleza del “me gusta que me peguen”, sino algo más profundo a develar según el caso a caso. Si victimizamos y dejamos este aspecto de lado, la lucha para limitar cualquier tipo de violencia está perdida.

Por su lado, el discurso de un proyecto político (Comunismo, Fascismo, Democracia Liberal, etcétera) va a intentar hacer perdurar sus ideales empujando al sujeto a satisfacerse gozosamente, creando un malestar inconsciente inherente a cualquier colectividad. Pero no todos los malestares y sus mecanismos son iguales. En el neoliberalismo chileno (uno de los más radicales del mundo) el discurso incita a un goce capitalizable, ilimitado y dado en parcialidades; por ejemplo: más dinero, más belleza, más orgasmos, más comida, más dietas, más autos, más drogas, más éxito, más seguridad, más felicidad, más gimnasio, más trabajo, más energía…por supuesto “un más” que segrega algo que retorna como “menos”: violencias, adicciones, suicidios y depresiones (según la OMS uno de los países con la tasa más alta). Si bien en la actualidad hay una tendencia mundial a esta dinámica, en Chile su intensidad es la clave para comenzar a comprender su particularidad.

Para cada uno de estos “más”, el discurso capitalista en su versión neoliberal y en el cruce con el discurso con la tecno-ciencia, ofertan objetos y servicios de consumo para satisfacerlo creando la sensación de “libertad”. Sin embargo, ésta relanza ese “más” bajo su modalidad de “no es suficiente” incidiendo a satisfacer ese goce solitario y para todos iguales en el superyó de cada sujeto. Éste empuje se encarna en dispositivos que controlan y evalúan al sujeto obturando la heterogeneidad, sólo por mencionar algunos: los procesos de selección en el trabajo, las terapias cognitivistas, los libros de autoayuda que hacen pensar que una experiencia es universal (“este libro es como si estuviera, escrito para mí”), la psiquiatría que clasifica y medica violentamente a lo “anormal”, la publicidad que aparece hipnotizando en los medios de comunicación masivos, la industria farmacéutica, los coaches, etc.

La psicoanalista Colett Soler, dice que en los consultorios recibimos a los heridos del superyó capitalista, para referirse al sufrimiento sintomático contemporáneo. Lo subrayo porque asumo que fue una decisión no ocupar la palabra víctima. No hay que confundirse, una cosa es el modo implícito en que el discurso político imperante intenta colonizar ese superyó singular de cada sujeto, y otra cosa es como éste hace o no efectivo ese mandato.

Personalmente creo que la clínica psicoanalítica no es la única vía para que nos advirtamos a nosotros mismos (esto es algo inconsciente y no una voluntad racional yoica) de como ese goce o mandato superyoico nos atrapa. Pienso que el ser humano está habilitado para luchar por un discurso político “menos tonto” como señala Jorge Alemán, que nos habilite a estar más en sintonía con nuestra propia singularidad, pero también con un otro en un lazo social que en Chile se caracteriza por el agobio, la paranoia y la desvitalización de la vida cotidiana.

La particularidad del chileno está cruzada por la marca de una generación llena de miedos por la aniquilante dictadura cívico-militar, sostenida por EEUU, que instala con sangre la era neoliberal. Modelo sostenido por la Concertación que “la supo hacer” haciendo creer, a través de la culpa en el sujeto, que estar en contra de aquellos demócratas que lucharon contra la dictadura era casi inmoral (instalado por la Democracia Cristiana como último refugio de una religión católica decadente). Camino abierto para que su discurso en los 90 terminara de instalar la idea de que en la política debían estar los técnicos, “los que saben”, separando economía, política y ciudadanía. Esta última queda: sumisa, homogenizada, acrítica, despolitizada, individualista y refugiaba en el consumo.
Hasta bien entrado el nuevo siglo (hasta el 2006), a los chilenos lo único que les interesa es que no violenten su metro cuadrado (algunos siguen hasta hoy) y “criticar” desde un sillón frente a la televisión o a ciertos diarios hegemónicos. La idea implícita del neoliberalismo es producir la subjetividad ciudadana antes descrita a través de sus dispositivos, la explícita es hacer desaparecer la política y resaltar lo técnico-económico. Esto ha sido muy exitoso en Chile. La despolitización se ve tanto en la “clase política” donde estos mismos toman sus partidos como máquinas de poder corrupta (como lo muestra la serie gringa House of Cards), como también en una parte la sociedad civil (de la clase alta hasta las populares) que argumentan pasivamente su divorcio con la política por el actuar de sus “protagonistas”. Aceptan pasivamente lo que nos ofrece la “democracia” cada 4 años y que recibimos tan alegremente. Incluso aparecen selfies y posteos: “cumpliendo con mi deber cívico”, imperativos de deber (inyectados por la Concertación) para calmar la propia culpa y no entrar en conflicto, mismo mecanismo que ofrece La Teletón. La subjetividad chilena seguía respondiendo a la fantasía típica del obsesivo: “que todo siga igual, que nada de lo mío se mueva”. Jorge Alemán plantea que desde Freud, ya no se trata de emanciparnos de un poder que nos oprime, sino que el sujeto debe emanciparse de sí mismo.

El despertar de una fuerza “menos tonta”

El 2006 se produce el despertar ciudadano a través, y necesariamente, de la sangre de una nueva generación roja, furiosa y adolescente. Años después, y en serie, se construye el movimiento estudiantil del 2011. Comienza en marzo como una protesta al alza del pase escolar para el transporte público y los evidentes problemas para poder costear el crédito aval del estado (CAE) que muchas familias terminan pagando en 20 años. Rápidamente, a través de sus dirigentes y organizaciones, se politiza, se profundiza y crea un contenido centrado en la crítica al carácter mercantil de la educación neoliberal instalada en la dictadura.

El movimiento toma una fuerza inusitada y surge una nueva retórica, sostenida en la crítica a esta trama simbólica-histórica (sin dejar de lado la Concertación), que inspira a otras demandas sociales insatisfechas y segregadas por la institucionalidad chilena. A mi parecer, siguiendo a Ernesto Laclau, surgen entre ellas cadenas equivalenciales manteniendo las diferencias, tanto en el sector educacional (estudiantes, profesores, secundarios, universitarios, etc) como en sociedad civil general (ecologistas, feministas, trabajadores públicos, minorías sexuales, regionalistas, jubilados, etc). Es decir, el estudiante surge como el elemento que viene a encarnar la articulación de demandas heterogéneas, cada una de ellas sin perder su identidad pero a la vez dejándose representar contingentemente por el hecho discursivo de los estudiantes y el significante que levantan: “Fin al lucro”. Se crea así un antagonismo hegemónico frente al discurso neoliberal, apuntando con el dedo a lo gozoso, “al más” del mercado monopolista, superando la dualidad dictadura/democracia.

Fue un momento importante, un acto instituyente, para la política chilena que vino a remover los anclajes oxidados y estáticos al interpretar, desde la voz de sus líderes, esa culpa instalada inteligentemente por la Concertación, que terminó noqueada. Por otro lado, vino a remecer los miedos traumáticos sostenidos por la UDI que terminó cayéndose a pedazos al verse desestabilizado en su argumento fantasmático principal: el descontrol en la época de la UP y la posterior “inevitable puesta en orden” de sus secuaces militares. A los ciudadanos más viejos les llegó, a los más jóvenes nos sirvió como brújula. Algo se soltó, algo se abrió.

Evidentemente, tal como lo sostienen muchos investigadores de las ciencias sociales en Chile, hay un antes y un después en cierta subjetividad chilena y un giro respecto a ese sometimiento antes descrito. Sin embargo, el movimiento no se ha consolidado en una tercera fuerza articulada. Se me hace inevitable no pensar en el 15 M de España que rápidamente se encauzó en partidos políticos como es el caso del Podemos que está sosteniendo una alternativa distinta a la neoliberal, causando gran admiración en Europa. Pero nuestra subjetividad es distinta, tenemos nuestros tiempos (lentos) y venimos de una historia distinta (desarticuladora), la dictadura es más reciente y fracturó totalmente el tejido social dejándonos idiotizados bajos esos “más” superyoicos que seguimos obedeciendo tan bien.

Aparecen nuevos movimientos: Izquierda Autónoma (que acaba de sufrir una ruptura interna), Revolución Democrática (Partido ahora), Frente Estudiantes Libertarios, Izquierda Libertaria (recientemente lanzada como fuerza política oficial), UNE, Izquierda Ciudadana, entre otros. Debe surgir la capacidad de entender que la demanda estudiantil representa contingentemente algo en Chile que va más allá de la educación y que tiene que ver con un síntoma social por un lazo político fracturado. La protesta por la reforma educacional por supuesto no hay que abandonarla y puede llegar a ser nuevamente el articulador, incluyendo ahora las Universidades privadas movilizadas que al igual que el 2011 (ahora con más fuerza) están movilizadas. Pero no hay que esperar que sea el eje privilegiado ni menos único dentro y entre los movimientos. No hay que esperar una totalidad armónica en la nueva izquierda política ya que la hegemonía es contingente, abierta, precaria y siempre en disputa. No hay que esperar que esa subjetividad pasiva de los chilenos vuelva a acomodarse. El proceso debe acelerarse para encarnar una plataforma discursiva que empuje al sujeto estar más atento a sus propios malestares gozosos y, por lo tanto, abierto al lazo político con el otro.

Eduardo Pozo Cisternas