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¿Quiénes apoyan a Brexit? Parte III Radiografía de un país polarizado

Por: Hassan Akram | Publicado: 14.07.2016
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La falta de entendimiento inter-generacional es un punto de coincidencia entre el Reino Unido y Chile. En Chile la generación de la transición, traumada por la derrota y temerosa frente a la movilización social y el conflicto político (ver la columna anterior) es la que se opone a demandas como la AC. En contraste sus padres y sus hijos son distintos y sí lo apoyan. En el caso del Brexit hay una división cultural generacional similar que explica la muy particular base de apoyo que esa demanda tiene.

Tras el voto a favor de Brexit en el Reino Unido, la opción de salir de la Unión Europea (Leave) en el plebiscito del junio de 2016, muchas personas no podían creer el resultado.  Inicialmente las encuestas en línea habían dado la impresión de que iba a ser una votación muy estrecha pero las normalmente más fiables encuestas telefónicas habían dado la victoria a Remain (pro-UUEE) con cierta seguridad.  En contraste con las encuestas telefónicas en Chile, en Gran Bretaña el porcentaje de la población con línea fija es suficientemente alto para que no se sesgue la muestra.  En la semana antes del plebiscito estas muestras arrojaron como resultado una votación de 52% a favor de la UUEE.  Aún más fiables, supuestamente, que las encuestas telefónicas son las predicciones de las casas de apuestas que en el Reino Unido hacen un negocio redondo ofreciendo apuestas políticas.  La noche de la votación ellos tasaban la probabilidad de un resultado pro-UUEE en un 85%.

Sin embargo, al día siguiente los británicos amanecieron con la noticia de que la constitución europea solo había concitado el apoyo de un 48% de la población.  Por lo tanto, el Reino Unido tenía un mandato democrático de salir de las restricciones neoliberales de los tratados constitucionales europeos (las que se enumeraron en la primera columna de esta serie).  Fue como si el pueblo chileno hubiese votado por una Asamblea Constituyente en un plebiscito general, creando un nuevo “momento constitucional”.  No obstante, mucha gente de izquierda entró en una especie de luto (como explicó la segunda columna de esta serie, la izquierda británica, dominada por la tercera vía, se había puesto cómoda con la integración europea neoliberal constitucionalista).

De hecho, los tres partidos más grandes del país, los Conservadores (de derecha), Laboristas (de izquierda) y Liberal-Democrátas (de Centro) tenían una posición oficial a favor de la UUEE y sus políticos más importantes hicieron campaña activa para Remain.   Juntos estos partidos ganaron un 75.2% del voto y un 86% de los escaños en la última elección nacional del país (mayo de 2015).  Pero en el plebiscito, solo un año después, su apoyo cayó a 48%.  Esta caída ocurrió a pesar de que el mundo empresarial-financiero, periódicos de todos los colores políticos y una letanía de expertos académicos, amenazaron al país con las penas del infierno en caso de un voto en contra de la UUEE.  Iba a colapsar la moneda, disparar la inflación y el desempleo – una recesión sería inevitable.  Pero el electorado británico no hizo caso ni a su elite política ni a los “expertos”.

Entonces la derrota de la opción pro-UUEE y la victoria del Brexit marca la llegada de un nuevo clima político en el Reino Unido, producto de la acción de nuevos actores sociales y políticos, con poco o nada que ver con las elites políticas, sociales y culturales anteriormente dominantes.  Esta llegada de nuevos actores que no comulgan con las elites políticas tradicionales es algo que también se observa en Chile, y es particularmente evidente con la demanda para una Asamblea Constituyente (la propuesta política chilena más similar al Brexit).  La demanda ‘AC’ llegó al debate político chileno con un cambio demográfico.  De hecho, se ha hablado de una ‘generación nacida en democracia’ o una ‘generación sin miedo’, que está empezando a hacerse escuchar como un actor social y político clave para el futuro del país.

En Chile, se observan muchas coincidencias entre esta gente (los sub-30 que lideran el movimiento estudiantil y sus varias expresiones políticas) y la gente mayor de 65 años (los que se acuerdan de las luchas de Allende).  En brutal contraste con los viejos (‘la generación que vivía durante la UP’) y los jóvenes (‘la generación nacida en democracia’), otra generación, la de la transición, aprendió una cultura social y política muy distinta.  Dado que son ellos los que hoy día ostentan el poder en muchas instituciones públicas y privadas, se han generado graves problemas con el entendimiento mutuo inter-generacional (la situación actual de los colegios y universidades en toma es una clara señal de aquel).

La falta de entendimiento inter-generacional es un punto de coincidencia entre el Reino Unido y Chile.  En Chile la generación de la transición, traumada por la derrota y temerosa frente a la movilización social y el conflicto político (ver la columna anterior) es la que se opone a demandas como la AC.  En contraste sus padres y sus hijos son distintos y sí lo apoyan.  En el caso del Brexit hay una división cultural generacional similar que explica la muy particular base de apoyo que esa demanda tiene.

Según las encuestas de boca de urna los que votaron a favor de la UUEE (Remain) y los que votaron a favor de Brexit (Leave) fueron dos poblaciones muy distintas.  La división del país fue brutal en términos de edad (75% de los votantes con 25 años o menos votaron pro-UUEE y 61% de los votantes con 65 años o más votaron pro-Brexit).  También lo fue en términos de clase social (76% de la votación pro-UUEE fue de los ABC1 y de los C2DE unos 64% votaron pro-Brexit).

La cultura de los jóvenes ricos de Inglaterra (la versión británica de la generación de la transición anti-AC en Chile) es muy diferente que la de los viejos pobres.  No solo tienen niveles educacionales muy dispares sino que también viven en zonas distintas del país.  El típico votante pro-UUEE vive en Londres u otra ciudad grande, puede ser inglés, escocés o galés y tiene educación universitaria.  Piensen en la película Notting Hill o la chica inglesa de la película L’Auberge Espagnole.  En contraste el típico votante pro-Brexit vive en la ‘Inglaterra profunda’ (rural o suburbana, fuera de las ciudades grandes, sobre todo de la costa sureña y del norte ex-industrial) y no tiene cuarto medio terminado.  Piensen en películas como The Full Monty o Kes.  Las primeras dos películas celebran una cultura globalizada, próspera y joven, las últimas dos una sociedad pobre, vieja y abandonada.  Los primeros votaron a favor de la UUEE, los últimos a favor de Brexit.

Para la generación joven con educación universitaria es natural ser pro-UUEE porque sus ingresos aumentaron con la globalización liderada por Bruselas.  En contraste los viejos, pro-Brexit, sin educación superior han visto un estancamiento en sus ingresos porque el país se desindustrializó bajando los salarios de la mano de obra poco calificada.  Esta diferencia de generación, clase y cultural habla de un grupo mayoritario en la sociedad que se siente marginado del discurso dominante, un fenómeno muy similar a la situación del Chile actual.

En Chile la ‘generación sin miedo’, y la ‘generación antes del miedo’ que sí apoyan la Asamblea Constituyente son precisamente los marginados por el proceso de integración económica global bajo la transición.  En el Reino Unido son los mismos marginados, víctimas de la creciente desigualdad, los que sí apoyan el Brexit.  Su voz más politizada es la izquierda del Reino Unido que es partidario de un Brexit-de-izquierda (Left-Exit o Lexit).  Esta gente incluye los más jóvenes (la generación sin miedo versión británica) pero sobre todo los más viejos (la generación antes del miedo versión británica).

Los jóvenes que apoyan al Brexit son un grupo incipiente y reducido.  Sin embargo, la altísima abstención entre los más jóvenes se explica en parte por Lexit.  Según los cálculos de Sky Data, la participación electoral del rango etario 18-24 años cayó 7 puntos porcentuales en comparación con la elección general de 2015.  Esta caída ocurrió, entre otras razones, porque Lexit hizo que el laborismo no hiciera una campaña más altisonante y desactivó buena parte del movimiento social, bajando la participación electoral entre los grupos más afectados por la política activista.

Entonces, a pesar de ser un grupo pequeño los seguidores de Lexit sí tuvieron una influencia importante.  Todavía no pesan en las cifras gruesas (necesitarán tiempo para filtrar hacia la cultura general) porque la experiencia que los marcó solo ocurrió el año pasado.  Específicamente los jóvenes que rechazan la UUEE lo hacen porque vieron como el Euro-grupo, liderado por Alemania, castigó al gobierno anti-neoliberal de Grecia, obligándoles a seguir una política pro-cíclica de austeridad fiscal.  Estas políticas empeoraron la crisis económica y hasta gatillaron una crisis de salud pública (la mortalidad infantil en Grecia se ha disparado gracias a las políticas neoliberales de la UUEE en ese país).  Muchos izquierdistas británicos más jóvenes, conectados por las redes sociales a una comunidad global y continental se dieron cuenta de que el costo de la legislación social europea es una política macroeconómica salvajemente neoliberal.

Estos jóvenes-lexit tienen el apoyo de los izquierdistas más viejos porque se formaron en los años 70 cuando el Mercado Común Europeo (el antecesor de la UUEE) fue el obstáculo más grande a la legislación doméstica socialista.  Cuando, en 1975, se hizo un plebiscito para la participación británica en el Mercado Común (algo que no se hizo, hasta este año, con la UUEE) la campaña en contra la lideró Tony Benn.  Benn fue el gran líder de la izquierda radical en el Reino Unido, una especie de Allende inglés.  Quería salir de Europa para poder crear una economía industrial nacional a través de la estatización y del proteccionismo (cosas que las leyes europeas dificultan y prohíben respectivamente como se analizó en la primera columna de esta serie).  Entonces la demanda de Brexit, votada por los más pobres y excluidos de la sociedad británica, viene de una larga tradición británica de oposición a la UUEE que siempre venía junto con un deseo de una economía menos excluyente.

Pero Benn fue derrotado y llegó Thatcher quién movió al país tan a la derecha que la legislación europea dejó de ser más derechista que las leyes domésticas y empezó a ser más izquierdista que ella. Luego el laborismo fue colonizado por la tercera vía con su lealtad incondicional a la globalización e integración europea.  El líder actual del Partido Laborista Jeremy Corbyn es uno de los viejos pro-Brexit (fue un antiguo seguidor de Tony Benn) pero su partido es tan ideológicamente tercera vía que él tuvo que apoyar la UUEE en el plebiscito. Es como si Salvador Allende tuviera que implementar el programa básico de la UP con la maquina actual de Camilo Escalona en el PS en contra.

En otras palabras la izquierda se encuentra dividida y sin la coherencia necesaria para canalizar un debate constitucional hacia una salida más progresista y democrática.  Así que lo más probable es que el debate actual será dominando por la única otra fuerza capaz de llegar a esa gente marginada pro-Brexit: la extreme derecha (la centro-derecha apoya la UUEE).  Entonces, para entender plenamente las consecuencias de Brexit hay que analizar a la extrema derecha – y eso será el tema de la próxima columna.

 

Hassan Akram