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Opinión

Los Golpes del siglo XXI

Por: Rodrigo Karmy Bolton | Publicado: 18.07.2016
El intento de golpe en Turquía aquí tiene a la situación latinoamericana como su antípoda: en Honduras, Paraguay y Brasil se articuló una nueva forma de ejercicio fáctico del poder que usa a las instituciones democráticas a su favor. Ya sea que se haga a través del parlamento (Paraguay) o planteando a los medios de comunicación, vía impeachment, como vanguardia golpista (Brasil), lo decisivo es que la democracia ya no está capturada por los militares, sino por el capital trasnacional.

Una de las cuestiones mas alucinantes que el fallido golpe de Estado en Turquía muestra para un análisis de la actualidad, es que los militares turcos no aprendieron de las experiencias neo-golpistas que han tenido lugar recientemente en América Latina: los golpes ya no pueden ser ejecutados por militares, sino por una vanguardia oligárquica de carácter civil capaz de utilizar las instituciones habitualmente consideradas democráticas a su favor, haciendo de la democracia el dispositivo más eficaz para la circulación y promoción de la facticidad del capital.

Dichas instituciones, herederas de una lucha sin cuartel de los pueblos contra las otroras monarquías europeas, terminaron siendo capturadas por el capital que las ha vaciado de todo sentido, volviéndolas el mejor dispositivo para transformar la potencia común de los pueblos en verdaderas poblaciones que, precarizadas y expuestas al terror cotidiano, se hallan dispuestas permanentemente a la gestión imperial contemporánea. A esta luz, la democracia se halla capturada por el capital y, quizás, lo que acabamos de contemplar en Turquía no es sino el triunfo de la facticidad neoliberal que subsume en una nueva lógica a la facticidad militar. El golpe en Turquía fue fallido precisamente porque se desplegó en la estética y práctica militar que hoy, la propia anarquía del capital, parece haber dejado fuera de lugar.

1960, 1971, 1980 y 1997 marcan los golpes de Estado previos que han estado inspirados por el mentado “kemalismo” (doctrina secularizante que configuró al Estado turco una vez implosiona el Imperio turco-otomano) y que han mantenido las relaciones cívico-militares en un equilibrio precario que siempre está a punto de estallar. Sobre todo ahora que el partido de Erdogan es conservador, nacionalista e islamista “moderado” –como se dice en la prensa occidental. Asimismo, desde finales de los años 50 Turquía se alía a los intereses de los EEUU (se hace parte de la OTAN) para contrarrestar la influencia soviética que, no obstante la caída del muro de Berlín y la nueva guerra civil regional que ha convocado la asonada rusa liderada por Putin, hoy adquiere nuevos bríos. Y si bien no es el mundo árabe el que está en guerra civil, sino el mundo el que está en guerra civil en el mundo árabe; en esa guerra, Turquía –país musulmán no árabe- resulta ser un actor decisivo.

Sin embargo, a veces la historia sobrepasa a los actores que creen hacerla. Es lo que, posiblemente, ocurrió con los golpistas del 16 de Julio quienes no tuvieron en cuenta el cambio de época. Lo que la facción de militares turcos no consideraron era que el verdadero golpista, quien ejercía su facticidad todos los días, ejerciendo políticas excepcionalistas, tomando miles de prisioneros políticos, destruyendo la disidencia kurda y proyectando su esfera de influencia en una estrategia de contención de la OTAN en la región, fue Erdogan. El hombre del terno triunfa sobre el hombre del uniforme. O, mas bien, el uniforme del capitalismo financiero triunfa por sobre el uniforme militar de corte estatal-nacional. Frente al excepcionalismo del capital el militar resulta “cómico”, “ingenuo”, aún impregnado de una épica nacional que el descaro neoliberal ha superado sin problemas.

El intento de golpe en Turquía aquí tiene a la situación latinoamericana como su antípoda: en Honduras, Paraguay y Brasil se articuló una nueva forma de ejercicio fáctico del poder que usa a las instituciones democráticas a su favor. Ya sea que se haga a través del parlamento (Paraguay) o planteando a los medios de comunicación, vía impeachment, como vanguardia golpista (Brasil), lo decisivo es que la democracia ya no está capturada por los militares, sino por el capital trasnacional. En este sentido, lo que ocurrió en Turquía no fue un intento de golpe militar, sino la comedia –o quizás el simulacro del propio Erdogan gestado para enmendar su propia imagen y vestirse de “demócrata”- de los militares subsumidos al verdadero golpe del capital. Un golpe mc donalds, una comida rápida presta a ser devorada.

Erdogan fue el gran ganador de la jornada. Su imagen adquirirá mayor “legitimidad” por parte de sus aliados occidentales y la represión sobre su pueblo será silenciada bajo la excusa de encontrar al “terrorismo” y a los “traidores” a la patria. Como en Egipto, ya no será necesaria dictadura alguna para ejercer la facticidad excepcionalista del poder. Como el propio Erdogan lo ha hecho hasta ahora, bastará con profundizar la securitización de la democracia mostrando que ésta ha mutado en la forma de una democracia de la seguridad.

Los nuevos golpes de Estado están teniendo la forma de verdaderos ejercicios “democráticos” y, en este sentido, América Latina ha dado la pauta para su éxito. Por más desolador que sea este panorama, esto nos muestra, sin embargo, algo clave: la verdadera emancipación no pasa por contraponer de manera ingenua “dictadura y democracia”, sino por atender la mutación que ha sufrido esta última gracias a su captura por parte del capital de la era neoliberal. A esta luz, quizás, la emancipación pase por la profanación de la democracia de la seguridad, destituyendo las instituciones que abastecen sus lógicas excepcionalistas y afirmando la potencia común más allá de la vitrina aurática que la subsume al capital. En esa zona del planeta, dicha afirmación se conoce con un solo nombre: intifada.

 

 

Rodrigo Karmy Bolton