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Yecid Calderón, performer y activista trans: «Logré percibir la hegemonía héteropatriarcal de Chile»

Por: El Desconcierto | Publicado: 22.07.2016
Yecid Calderón, performer y activista trans: «Logré percibir la hegemonía héteropatriarcal de Chile» |
Yecid Calderón (Colombia, 1975) es uno de los nombres más importantes del performismo trans en América Latina. Por estos días, se encuentra en Santiago promocionando su libro debut «Deviniendo Loca: Textualidades de una Marica Sureada», el cual acaba de ser publicado por la editorial chilena Los Libros de la Mujer Rota. El Desconcierto conversó con Yecid sobre el arte performático, el pensamiento decolonialista y sobre el futuro de los feminismos en su contexto latinoamericano. «Mi principal horizonte de acción es contribuir a una crítica del héteropatriarcado», afirma.

La dominación masculina, las sexualidades no inscritas en la norma y el binarismo de género. Esos son algunos de los principales ejes que giran en torno a la obra de Yecid Calderón Rodelo (41), filósofo de la Universidad Nacional de Colombia y Magíster en Filosofía Política de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Todo lo anterior reconociéndose como “una marica sureada” que se sitúa desde Latinoamérica para cuestionar al héteropatriarcado. Yecid Calderón es también Pinina Flandes, la performer que busca la reconciliación entre arte y política instrumentalizando su trabajo en pos de las luchas de los subalternos.

Yecid está en Chile en el marco del 10° encuentro del Instituto Hemisférico, «eX-céntrico: disidencia, soberanías, performance», donde se presentó en el evento «Noche Paranormala» el martes 21, en el Centro Cultural Diana. Pero además, la activista vino a este país para presentar «Deviniendo Loca», libro publicado por Los Libros de la Mujer Rota y que con el subtítulo «Textualidades de una marica sureada» marca su debut en el mundo editorial.

En la obra, el/la autora utiliza el género referencial para comunicar todas las temáticas que ha abordado en la teoría y la práctica del activismo queer en un lenguaje coloquial, despojado de los adornos textuales con los que la academia, “todos ellos envestidos de una autoridad sapiencial”, nubla e impide la transmisión de estos conocimientos. Es el mismo espíritu cercano y humilde que le hizo negarse a comer en Lastarria y, en cambio, conversar con El Desconcierto en una fuente de soda en calle San Antonio.

¿Cuándo y cómo nace Pinina Flandes?

Pinina nace cuando nací yo, sólo que había permanecido en una especie de crisálida, esperando un momento oportuno para emerger como una nueva subjetividad. Como tal, ella emerge en el año 2010, pero anteriormente yo había trabajado performance desde 1997 con amigos colombianos que hoy también son figuras en este campo. Luego yo me voy a Europa y me distrae una problemática relacionada con mi condición latinoamericana, donde me concentro en lo que significa ser latinoamericano durante siete años.

¿Ahí es donde se define la identidad de Pinina?

En México empiezo a vislumbrar esta figura travestida que conservara los elementos masculinos, aprovechando mi vellosidad. Soy como un lobo o, más bien, una hiena. Lo que había pensado en un principio era generar una ficcionalidad a través de la imagen. Mientras trabajábamos con uno de mis mejores amigos, Ricardo Gutiérrez, en un proyecto de arte en Ciudad de México, él me dice “oye, deberíamos tomarte unas fotos en el Zócalo, tú desnudo y con tacones” y yo le respondí que siempre había pensado en ello, pero que había descubierto que abundan trabajos de este tipo y que no quería hacer más de lo mismo en la medida en que no es propositivo. Con Pinina he viajado y trabajado mucho desde lo trans, con lo trans, para lo trans y en función de democratizar el performance para estas otras sujetas/cuerpas.

¿Y cómo llegas a ella desde tu formación teórica?

En mi pregrado en Filosofía siempre hice el énfasis en trabajar la estética, pero cuando me fui a Europa y empecé a trabajar lo latinoamericano, abandoné ese campo disciplinar y derivé hacia el pensamiento político y a la historia de América Latina. Sin embargo, en las universidades nunca me han contratado para dictar clases de política. Siempre me llamaban para ofrecer cátedras sobre teoría del arte e historia de la imagen. Así funciona el nefasto sistema académico: si tú eres de estética, no puedes trabajar política y viceversa. En mi práctica profesional estaba situado en el arte, pero en mi práctica formativa estaba en la política.

Pero finalmente logras unir esas dos disciplinas.

Es ahí donde me planteo la idea de hacer un doctorado donde yo pueda hacer la intersección entre estética y política, y encontrar un fenómeno que me permita desplegar lo anterior. Ese fenómeno no puede ser otro que el performance. Así nace Pinina Flandes, que no soy sólo yo, sino que está compuesta por varias personas. Es un laboratorio performático que en primera instancia operó como fuerza disruptiva: usaba como estrategias de choque ir a las galerías y cuestionar a los artistas sobre el sentido político de su obra, criticándoles el hecho de que sus propuestas eran estetizantes en un contexto que necesitaba artistas políticos integrados con la ciudad y quienes la habitan.

¿Cuáles son los tópicos que desarrollas en tu trabajo?

Mi principal horizonte de acción es contribuir a una crítica del héteropatriarcado. Tengo una pugna abierta y existencial con las formas de opresión que éste produjo y produce. No lo comprendo como una estructura fuera de mí. Yo también estoy inserto en ella. El performance lo utilizo para desmontar esta estructura en mí. Para poder retorcerme y darme cuenta de los momentos en los que yo ejecuto la opresión sobre otras, otres, otris, y también reconocer y ser muy sensible ante los momentos en que los otros ejercen la opresión sobre mí. Conceptualmente, me sirvo de la teoría decolonial o, como prefiero llamarla, teoría transcolonial. También de los feminismos, de la filosofía latinoamericana de la liberación, de la teoría queer, los estudios de género y de los estudios culturales. Mis fuentes son estos conjuntos teóricos.

El héteropatriarcado de las provincias

El arte performático es muy marginal, en el sentido de que este se hace en espacios reducidos. Es de nicho. ¿Es posible que pueda salir de tales nichos y llegue a más sujetos?

El planteamiento de esta pregunta emerge de un lugar totalizante y hegemónico, es decir: «¿cómo hacemos para que todos se impacten con el performance?». Yo no creo en eso. Prefiero pensar de otra manera: primero, no tengo la misión política de afectar a la mayoría. No me corresponde. Sería muy mesiánico de mi parte y también es la mirada omnisapiente y omnivisible del héteropatriarcado a la que no adscribo. Uno afecta localmente. Mi madre, por ejemplo, nunca ha visto alguna performance mía. Tampoco mis hermanos, pero saben de ellas y hablan conmigo; y cuando me cuestionan estamos también en una performance, pues esta no se reduce a un momento en el que uno se presenta en un contexto, un escenario. Para mí toda acción es performance, pero el arte performático no tiene la intención de llegar a todo el mundo.

En el libro planteas que el pensamiento decolonial tiene un problema serio relacionado con “despotricar de todo lo colonial” siendo que todas nosotras somos lo colonial, así como somos también el capitalismo.

Lo que le critico a ciertas feministas es que su crítica es dogmática. Ellas se casan con un pensamiento y no lo quieren soltar ni a revisar nunca más. Eso se transforma en una base inexpugnable e incuestionable y es un camino que, personalmente, no quiero tomar porque me gusta criticar y criticarme continuamente. Para mí eso es la crítica radical. Las feministas decoloniales tachan todo lo falogocéntrico, pero al negarlo utilizan la misma estrategia falogocéntrica. Yo pienso que no hay un “grado cero”. Somos modernos. Somos la colonia. Estamos en la colonia. La crítica sigue la razón moderna y europeizante.

¿No existe, entonces, la posibilidad de refundar el saber desde nuestro lugar de enunciación, desde América Latina?

Refundarlo, no. Transformarlo, diría yo. Tal posibilidad de “refundar el saber” me da miedo porque está el riesgo del surgimiento de los dogmas.

En tu obra haces referencia, además, a “las locas que guerrearon, como dice Pedro Lemebel, el culo en vez del pecho en la confrontación con el héteropatriarcado”. En tu paso por Chile, territorio donde Lemebel pensó y creó la génesis de esa cita (“Yo pongo el culo, compañero”), ¿Cuáles son las luchas que se te presentan, a primera vista, como urgentes?

He estado en Chile muy poco tiempo, pero este país me ha atravesado de otras maneras. A través del relato de mis amigos, por ejemplo. En estos días he logrado percibir la hegemonía héteropatriarcal, particularmente en la provincia. No tanto en Santiago, pues esta ciudad me resulta súper cosmopolita como cualquier otra ciudad del mundo. Héteropatriarcal, también, ya que no me he encontrado ninguna ciudad que albergue la diversidad y la diferencia. Esta capital me recuerda un poco a Barcelona y a otras ciudades muy europeas. La noto muy blanca y muy colonizada/europeizada. Sin embargo, pienso que en la provincia hay otra cosa. Ahí está ausente este cosmopolitismo sudaca y en cambio existen unos bastiones tremendos de conservadurismo patriarcal del más rancio. Me parece que urge desplegar disrupciones, disidencias, estrategias de fisura y de quiebre en los contextos súper homogeneizados y compactos de los imaginarios héteropatriarcales en las provincias.

¿Te parece muy héteropatriarcal Chile?

Yo entré por tierra a este país y qué bueno que fue así porque resultó un experimento, una performance durante todos los días que duró el viaje. Y en Arica encontramos una situación tremenda de desconocimiento de la realidad, una falta de conciencia política real. La gente vive, como en la mayor parte de América Latina, en una burbuja y cae en un chauvinismo ingenuo, considerando que Chile lo es todo. Te aseguro que hay gente en la provincia que cree que no hay pobreza en Chile, no hay negros, no hay maricas, no hay lesbianas, no hay feministas. La provincia, entonces, requiere interrupciones. En Santiago también existe la necesidad de crear más espacios queer. Aunque existan algunas resistencias, no es suficiente.

En Chile no está permitido abortar bajo ninguna causal y penalizado con cárcel. En el libro tocas también este asunto, asumiéndolo como “un tema difícil, pantanoso, resbaloso” y con mucho cuidado y respeto dado que, como dices tú, no eres un cuerpo diagnosticado mujer. ¿Cómo resuelves tú ese dilema de hablar e integrarte en las luchas feministas en tanto eres un cuerpo diagnosticado hombre?

Para mí es muy importante, en principio, que el tema del aborto se comprenda. Pienso que no es privativo ni exclusivo de los cuerpos diagnosticados mujer, pero nadie mejor que una mujer puede comprender la importancia que reviste el aborto, sobre todo las mujeres que lo han practicado. Es un tema relevante ya que es un núcleo de muerte, dolor y cicatrices en la memoria que son producidas innecesariamente. Ahí está la obligación ética de pensar el aborto, y esa es una cuestión de todas y todos. Sin embargo, considero relevante reconocer que las voces que mejor pueden hablar de ello son las voces críticas de mujeres que han tenido abortos.

Ser feminista y bailar reggaetón

En toda lucha social, sea de clase, género y/o raza, existe el afán de superponer una sobre la otra. De las “olimpiadas de las opresiones” a las que refirió Angela Davis en su conferencia, es decir que una lucha, por ejemplo, la de clase, contiene a todas las demás sin pensar en la interseccionalidad de las mismas. En tu libro propones como salida a esta fragmentación “la voluntad de encuentro”, de dialogar entre todes, pero ello igualmente puede derivar en la guetificación de los grupos contrahegemónicos. ¿Qué estrategias ves tú para soslayar este peligro?

A pesar de la voluntad de encuentro, siempre estará presente la diferencia y el abismo fundamental que quiebra y nos separa. Nunca nada será suficiente. Podríamos pensarnos en función de una red donde esta voluntad de encuentro no se transforme en un dogma. Esa ambición un tanto hippie de “todos somos amor y paz” es la despolitización de la voluntad de encuentro. Esa voluntad debe ser revisada constantemente porque debe ser crítica. Tiene que pugnar aquello que no está sólidamente constituido, que oprime y que daña. Yo puedo tener una discusión frontal con otro y no estar de acuerdo con él, pero ahí también está operando mi voluntad de encuentro.

Pero el disenso tiene mala fama porque tiende a entenderse dentro de una lógica de violencia. En el ámbito interno de todos los grupos, de todas las luchas, hay una obsesión por estar siempre de acuerdo. ¿Cómo ves tú estos desencuentros? ¿Cómo podemos hacerlos útiles sin la amenaza de que se rompan los lazos afectivos que sustentan las redes sororales o de clase o de raza?

Volvemos al mismo punto falotonocentrista que les critico a las feministas lesbianas o a la crítica dogmática. Pienso que uno no puede continuar en el maniqueísmo del bueno y el malo. Optaría por dejar de satanizar al adversario. Si yo niego al adversario, finalmente no estoy haciendo nada. Lo que me parece interesante es cómo resuelvo la diferencia sin estar necesariamente en el encuentro, pero con quienes me encuentro construyamos redes solidarias y amorosas en las que la coexistencia sea un poquito mejor. No estoy hablando del paraíso, tampoco, pero digamos que no es necesario convencer a nadie de nada. No es necesario matar al enemigo. Él puede tener su propio campo y dejarlo allí. Lo que tenemos que hacer, más bien, es defender nuestras posturas. No hay que atacar al enemigo, ni conquistarlo, ni colonizarlo.

¿Qué hay que hacer con el enemigo?

A mí no me gustan las visiones iconoclastas, es decir, convertir a una imagen o a alguien en un lugar del odio y negarlo. Por ejemplo: yo amo el reggaetón y sí, soy feminista y hablo contra el héteropatriarcado, pero me doy el gusto de retorcerlo y darle la vuelta. Todo depende del uso. Si tú estás en una fiesta y suena un reggaetón, ¿Te vas a emputar? No. Nosotras de inmediato vamos a batir las caderas. Podemos disfrutar de las cosas bellas del enemigo. Ellos, obvio, están reforzando situaciones héteropatriarcales, generando ciertas maneras de subordinación de la mujer, pero insisto en que no hay valor en tomar una posición inquisidora sobre estos tópicos.

De nuevo el dogma.

Es justo contra aquello que combatimos, de otro modo devenimos el macho, así seamos mujeres o no, que está determinando quiénes son los que van a la horca, quienes van al cielo y quienes van al infierno. A veces son mucho más combativos los meros actos de defensa. Es más combativo lo lúdico y el goce. El post-porno, así, es un hecho combativo que aprovecha la potencia política del cuerpo y la sexualidad. Esa es mi apuesta. Esas son mis herramientas para la revolución, concibiendo a esta como una revolución lúdica, perezosa, trasnochada, cabaretera y amorosa. Pero también firme y clara en sus puntos, que no caiga en esta concepción melosa del “amor y paz” que tratamos antes.

  • Deviniendo loca: Textualidad de una marica sureada
  • Yecid Calderón / Pinina Flandes
  • Colección: Todos contra el mundo
  • Editorial Los Libros de la Mujer Rota
  • 140 páginas
  • Precio de referencia: $7.000
  • A la venta en: Metales pesados, Altamira, Takk y Catalonia

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