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Siempre quise ser Caszely

Por: David Bustos | Publicado: 23.07.2016
Siempre quise ser Caszely Carlos |
Caszely, cada vez que jugó en el Estadio Nacional, nunca olvidó que ese recinto había sido un centro de tortura y muerte. Cuando estaba en los últimos años de Colo Colo, al meter un gol, fue a celebrarlo a la galería donde no había nadie. Todos se preguntaban por qué iba a ese lugar de la galería donde estaba todo vacío, pero El Chino le dedicaba el gol a los detenidos desaparecidos.

Siempre quise ser Caszely, mis amigos de la cuadra lo sabían y me dejaban jugar relatando el partido en voz alta. Hacíamos un arco con dos piedras, para cantar el gol en un rincón de una red imaginaria.

Para el mundial de España ‘82 se interrumpieron las clases en el colegio y al medio de la sala se instaló un televisor. La selección chilena dentro de sus estrellas llevaba al Gato Osben, Elías Figueroa y Caszely. Coleccionaba el álbum del mundial y conocía muy bien el rostro de cada uno de los jugadores. Recuerdo el grito del curso cuando le cometieron el penal a Caszely en el área de Austria. Chile iba perdiendo uno a cero. Nos abrazamos como si lo mejor estuviera por venir. Sergio Livingstone dijo antes de que El Chino pateara al arco: “dios ha de querer que pase algo bueno”. Pero el astro, que llevaba el número 13 en la camiseta, erró el tiro hacia la izquierda y la alegría del gol fue un nudo ciego que permaneció varios años alojado en la garganta.

El cotizado futbolista en esos años jugaba en España y en sus vacaciones volvió como acostumbraba a Chile. En el aeropuerto lo esperaba su familia, esta vez la bienvenida no fue feliz como en otras ocasiones. Sus padres con esfuerzo intentaban disimular, pero las lágrimas se les escapaban. Caszely de inmediato supo que algo no andaba bien. Cuando llegaron a casa, su madre con discreción le pidió hablar en el dormitorio. Ambos se sentaron en el borde de la cama, doña Olga le tomó las manos, su hijo las tenía frías y no dejaba de observarla, como si en el brillo de sus ojos pudiera averiguar las huellas de una fatal noticia.

-«Mamá, no entiendo. ¿Qué pasa? ¿Por qué estás así?», preguntó.

Su madre se sintió avergonzada, por un momento quiso retroceder el tiempo, quiso que su hijo fuera un niño, que Carlitos nunca hubiera salido de la cancha improvisada donde jugaba con los amigos de la cuadra. Las palabras de doña Olga salieron lentas, pronunciadas con fatiga y dolor, contó que había sido detenida, torturada y violada. Caszely no supo hacer otra cosa que abrazarla, no quería soltarla, creía que ese abrazo le haría cicatrizar las heridas o ese abrazo haría que ese dolor que llevaba dentro, como una piedra encendida, entraría en él para aliviarla, curarla de alguna forma.

El ídolo de multitudes, «el rey del metro cuadrado», siempre había rehusado estrecharle la mano a Pinochet. Ahora le pasaban una cruel factura por cada una de sus impertinencias (incluido el penal).

Caszely, cada vez que jugó en el Estadio Nacional, nunca olvidó que ese recinto había sido un centro de tortura y muerte. Cuando estaba en los últimos años de Colo Colo, al meter un gol, fue a celebrarlo a la galería donde no había nadie. Todos se preguntaban por qué iba a ese lugar de la galería donde estaba todo vacío, pero el Chino le dedicaba el gol a los detenidos desaparecidos. Levantaba sus brazos y les dirigía una sonrisa a esos cuerpos fantasmales que aún permanecen adheridos a las texturas de la atmosfera del recinto.

Aún parece que estoy frente a la tele viendo a su madre. Es 1988 y Pinochet se ha visto obligado hacer un plebiscito. La madre del jugador con dignidad enfrenta las cámaras en plena franja del No. Doña Olga en un primer plano relata su historia con aparente tranquilidad y de pronto el plano de la toma se abre y vemos a Caszely, con un vistoso pañuelo al cuello que se sienta a su lado. Hasta ese momento los televidentes no sabemos qué hace Caszely en la franja del No, y mucho menos al lado de aquella mujer. Su historia es desconocida y ellos han abierto una puerta de su intimidad familiar. Ambos se toman de las manos y Caszely la mira con dulzura y dice: esta linda señora es mi madre, y se abrazan.

Ése, creo, fue el mejor gol de Carlos Humberto Caszely, el que más recuerdo y el que no creo que vaya a olvidar. Un gol que me hizo poner la piel de gallina mientras en casa veíamos todos en silencio la franja del No. El gol que Pinochet y sus asesinos no pudieron atajar. Esa noche quise salir a jugar a la pelota con mis amigos de la cuadra, algunos no salieron de sus casas, pero de los pocos que habían, todos quisieron jugar a ser Carlos Humberto Caszely. Después Pinochet perdió el plebiscito. Y vino lo que vino.

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