Avisos Legales
Opinión

Las caricaturas de Gabriel Salazar

Por: Nicolás Valenzuela y Eduardo Paredes | Publicado: 14.09.2016
Para el autor, el historiador Gabriel Salazar se pone del lado de los neoliberales a la hora de analizar el movimiento social. Cree que con las dos caricaturas que hace el historiador, de la organización social y la organización política, intenta deslegitimar referentes de la izquierda como Salvador Allende y Luis Emilio Recabarren.

En una reciente entrevista a El Dínamo, el reconocido historiador Gabriel Salazar abordó muchos temas. En la mayoría de ellos estaremos muchos de acuerdo. Sin embargo, dos puntos me parecen dignos de ser debatidos en perspectiva política. No se trata de una discusión historiográfica, en cuyo caso no me atrevería a opinar. Las afirmaciones de Salazar son esencialmente políticas, no historiográficas, por lo que se exponen a ser discutidas en ese tenor. Al referirse a la contingencia y a otros actores políticos, el historiador se posiciona así: como uno más de los actores políticos en el debate público.

Los puntos altamente cuestionables de la entrevista son dos. El primero corresponde a la crítica a las estructuras orgánicas de representación en el movimiento social. El segundo corresponde a afirmar que la alternativa del Frente Amplio no generará nada nuevo, puesto que la historia de Chile está poblada de dirigentes estudiantiles que se transformaron en parlamentarios, o de quienes rompen con un partido para formar otro, y que siempre han sido más de lo mismo. Salazar realiza dos caricaturas: de la organización social y de la organización política.

Vamos por partes. Los dichos de Salazar en relación a la organización del movimiento social son los siguientes. Refiriéndose a los estudiantes, dice: “No se están planteando como un movimiento social de nuevo tipo, si no como un movimiento de masas de viejo tipo. Son un movimiento de gente en la calle que sale a protestar, a pedir, a levantar las banderas de sus partidos, los retratos de sus líderes. Pero la masa en la calle no delibera, no está en asambleas, no decide nada (…) Por eso que el movimiento de los secundarios en 2001 planteó inmediatamente lo nuevo y la frase que ellos usaron fue ‘la asamblea manda’. Entonces los cabros pusieron sobre la mesa una práctica política absolutamente nueva y revolucionaria en Chile: no manda el líder, ni la ideología, ni el partido, ni el presidente; manda la asamblea”.

Coincido con Salazar en cuanto a valorar la capacidad de distribuir el poder de deliberación a través de mecanismos de democracia directa. La experiencia empírica del movimiento estudiantil es impresionante, cuando se ha llevado a las bases decisiones que en un par de días son bajadas y subidas a nivel nacional confederado, federativo por universidad, según facultades y carreras e incluso a nivel de cursos. También coincido en criticar la conducción actual del movimiento estudiantil, que ha sido errática y con poca capacidad de conectar con la mayoría de la población.

Sin embargo, el historiador cae en una mirada poco profunda en términos analíticos, y sobre todo errada en cuanto a los aprendizajes de los que han intentado organizar y estudiar lo que él denomina “movimiento social de nuevo tipo”. Salazar realiza una caricatura de la organización social. Quienes hemos participado en su organización, entendemos que la realidad es más compleja que la lógica binaria que él plantea. Por ejemplo, la misma impresionante estructura de deliberación mediante democracia directa del movimiento estudiantil es posibilitada por estructuras representativas en Federaciones con directivas, estatutos, y un funcionamiento mediante mecanismos complementarios que no resisten el análisis binario de Salazar. Hay una especie de orgánica dual para tiempos de “paz” (cuando no se está movilizado y para otras funciones como bienestar estudiantil o extensión) respecto de los tiempos de “guerra” (cuando se debate sobre movilizaciones y petitorios nacionales).

En la mayoría de las organizaciones estudiantiles, de hecho, cuando se logra la legitimidad de las decisiones por democracia directa se hace amparándose en funciones exigidas a las directivas, quórums para validar referéndums o asambleas, y otras cosas garantizadas gracias a la existencia de la estructura en tiempos de paz. Muchos de los estatutos de las federaciones estudiantiles, por ejemplo, definen muy claramente qué tipo de decisiones, más de carácter ejecutivo, pasan por la estructura de representantes y cuáles deben necesariamente pasar por mecanismos de democracia directa. En la práctica, la lógica de incompatibilidad binaria se Salazar no existe. Por el contrario, la anulación del “estado de derecho” dentro de las federaciones y su reemplazo por instancias sin reglas claras usualmente ha disminuido los niveles de participación e involucramiento del estudiantado, y ha terminado por restar legitimidad a procesos y decisiones. La disolución de federaciones es una tragedia que siempre termina dificultando la organización: no la facilita ni aparece naturalmente su reemplazo por una “asamblea espontánea”.

Por supuesto, el que Gabriel Salazar no haya participado en organizar nada de lo que él describe como “movimiento social de nuevo tipo” no invalida su postura, puesto que es muy importante el aporte de quienes se dedican a estudiarlo desde una perspectiva académica. Sin embargo, Salazar parece quedarse en la misma vereda de quienes buscan explicar a los movimientos sociales que han emergido en el siglo XXI como actos espontáneos contrarios a toda lógica de “viejo tipo”. Para ellos, Facebook sería más importante que contar con organizaciones fuertes; una mirada muy conveniente para quienes quieren leer fenómenos como el 2011 chileno, los Indignados o la Primavera Árabe como un triunfo de la globalización neoliberal y no un movimiento contra ella. Por el contrario, trabajos como el de la antropóloga y socióloga egipcia Maha Abdelrahman, radicada en el Centro de Estudios del Desarrollo de la Universidad de Cambridge, han ilustrado todo lo contrario. En su libro “Egypt’s Long Revolution: Protest Movements and Uprisings”, publicado el 2014, Abdelrahman busca mostrar la importancia de organizaciones de “viejo tipo”, como el movimiento sindical, para construir un ambiente propicio al estallido social en el Medio Oriente. El acceso a tecnologías y redes sociales es un elemento más que facilita aquello que surge gracias a este ambiente y otros factores.

Paradójicamente, Salazar se pone del lado de la mirada más neoliberal sobre el movimiento social. Por un lado, al sólo validar el movimiento que es espontáneo y, sobre todo, carente de estructuras representativas tradicionales, se suma a la vereda de los neoliberales que celebran la menor influencia de “viejas” instituciones como sindicatos, federaciones, mancomunales, e incluso ONGs que apuntan más a causas políticas que mera caridad. Por otro lado, alimenta la exageración que hacen esos neoliberales, según la cual es difícil conciliar un régimen democrático con la idea de un movimiento social activo, puesto que ello supone un estado de movilización constante. “La gente quiere estar tranquila”, argumentan, y no “teniendo que pelear permanentemente por todo”.

Al asumir la lógica binaria y excluyente entre estructuras orgánicas representativas tradicionales y democracia directa, Salazar elimina la posibilidad de un movimiento que resista tanto fases de movilización como de acumulación.  Ignora la necesidad de contar con espacios institucionales propios para, como diría Gramsci, la “tarea esencial” “de velar sistemáticamente y pacientemente por formar, desarrollar y tomar cada vez más homogénea, compacta y consciente de sí misma a esta fuerza». Le da la razón a los neoliberales, porque sólo reconoce legitimidad a los movimientos que ellos denominan como “movilización permanente”, acusando de ridículos u oscuros a aquellos que admiten la necesidad de orgánicas representativas junto a las de democracia directa.

Para terminar, quisiera abordar la alusión a los diputados Boric y Jackson, y a la idea del Frente Amplio. Esta es una de sus respuestas que sacó bastante difusión, puesto que se “repasó” a los dos diputados con mayor vinculación a los movimientos sociales en todo el parlamento.

«-¿Qué le parece la formación del frente amplio que presenta Gabriel Boric y Giorgio Jackson? ¿Le ve proyección?

-Ninguna porque son fenómenos que se han repetido infinitas veces dentro de la clase política. Cada vez que están sufriendo una pérdida de representatividad y de legitimidad pretenden renovarse. ¿Y qué hacen? Se salen de los partidos, forman fracciones y después de un tiempo se juntan de nuevo en un frente. Al final terminan todos iguales. Si el chico Zaldívar alguna vez también fue joven, se descolgó del partido conservador y formaron la falange».

Antes, también afirma:

«¿Cómo funciona la Fech? Tiene un presidente que se elige al año y que dura ese año y es un mandamás y todos los periodistas lo entrevistan, el campeón se cree la muerte y sigue después el camino de la clase política y se convierte en diputadito».

Según Salazar, el camino de ser dirigente estudiantil cuando joven y luego ser representante en el parlamento, o romper con un partido cuando joven y fundar otro, implica un camino en el que “al final terminan todos iguales”. En esa lógica, dos dirigentes estudiantiles de la FECH que terminaron en el parlamento, como Salvador Allende y Andrés Zaldivar, son lo mismo (sic), y otro tanto Luis Emilio Recabarren, que rompió con el Partido Democrático para fundar el Partido Obrero Socialista, que luego se transformaría en el Partido Comunista de Chile.

A mi juicio, este punto hace tambalear toda la lógica salazarista. En su segunda caricatura, ahora de la organización política, proclama una lectura histórica en la que las principales formas de expresión político-democrática nunca importaron para nada. Al margen de que igualar analíticamente a Recabarren y Allende con Zaldivar me parezca una aberración en muchos sentidos, el problema es que se derrumba cualquier sustento para usar la memoria histórica como base para la politización de los sectores populares. Extrapolar esta mirada de Salazar implica asumir que no existió un avance y aumento de poder político de dichos sectores, ni siquiera en tiempos de la Unidad Popular. Insisto en que estamos discutiendo los dichos políticos del historiador en los tiempos actuales, y no lo que dice su trabajo historiográfico. Pensar en que ninguno de estos jóvenes estudiantes transformados en parlamentarios, como Allende, o quienes quebraron con sus partidos para conformar otros, como Recabarren, tuvieron ningún impacto real en la historia de Chile, es un punto respecto al cual, por lo menos, dan ganas de pedirle a Salazar aclaraciones, o invitar a otros historiadores a discutir políticamente. Si es que no importan los momentos de politización que tomaron este tipo de forma, si es que “al final terminan todos iguales”, ¿qué ha importado la expresión político-democrática de los sectores populares en la historia de Chile? Y la pregunta política: ¿Qué se busca con deslegitimar el paradigma detrás de los dos más importantes referentes de la izquierda en Chile, como Recabarren y Allende?

Con sus dos caricaturas, Gabriel Salazar asume una lógica binaria de poca profundidad. Por sobre todo, al ser un referente intelectual de su importancia, alimenta una perspectiva teórica que sirve a las intenciones de los neoliberales, que buscan un menor poder de la organización social y política en la sociedad.

Salazar realiza su performance. Habla como actor político. Lo más difícil de responder es la pregunta más básica para poder comprender a cualquiera que actúa como tal: asumiendo que no se trata de un mero arranque de arrogancia, ¿qué es lo que quiere, qué efecto pretende lograr con sus palabras, Gabriel Salazar?

Nicolás Valenzuela y Eduardo Paredes