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Juan no ha muerto

Por: Vivian Lavin Almazán | Publicado: 17.10.2016
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¿Cómo es posible vivir ahora cuando ya no está Juan para recordarnos que debemos leer esas dolorosas páginas de la historia de Chile antes de darles la vuelta? Un domingo de lluvia pero en plena primavera definen a Juan Radrigán, igual al día que decidió dejarnos a nuestra propia suerte.

“¿Cómo es posible vivir si te llevaron a dos o a tres de tus familiares? … el tiempo fue borrando todo eso, y ahora uno es medio idiota o retrasado porque dice esas cosas. “Ya salió con la misma”, nos dicen. Yo también digo que hay que dar vuelta la página, pero hay que leerla antes”, Juan Radrigán, 1937-2016

¿Cómo es posible vivir ahora cuando ya no está Juan para recordarnos que debemos leer esas dolorosas páginas de la historia de Chile antes de darles la vuelta? Un domingo de lluvia pero en plena primavera definen a Juan Radrigán, igual al día que decidió dejarnos a nuestra propia suerte. Porque con esa sonrisa fácil y voz bonachona que lo caracterizaba, acogía como un domingo que debía ser de sol y calor, escuchando, hasta que de pronto, como el frente de lluvia que azotó a Santiago estos días, dejaba caer tempestades, sin decir agua va, en medio de un octubre que pintaba veraniego

Porque hablaba con la verdad de quien ha vivido sintiendo y condoliéndose con los que sufren, una cantinela que a los duros de corazón, que son demasiados en estas latitudes, ya no quieren escuchar. Pero eso a Juan no le importaba. Seguía en lo suyo, diciendo lo que había decir, de todas las formas posibles, aunque fuera por la boca de Cristo. Así lo hizo en su última obra, Fieramente humano, donde el protagonista es un Cristo encerrado en un psiquiátrico, que quiere dar consuelo a los menesterosos. “Me angustia, me enfurece, qué hacer con este dolor que no respeta ni noche ni día, que no tiene sepultura”, dice uno de los locos sufrientes. Y ahí está Jesús para decir lo suyo, en el manicomio, un orate más dentro de ese teatro que es el mundo, venerado al comienzo pero incomprendido después. Hombres y mujeres que quieren salir del encierro, que imaginan la libertad más allá de los muros del hospital donde Jesús se detuvo, ahí en Olivos 837.

El menos creyente decidió resucitar a Cristo para ver si así lo escuchaban. Porque sabe del poder de la dramaturgia religiosa que tiene a media humanidad convertida en corderos mientras los lobos la cuidan vestidos con trajes de lana blanca. Consciente de que la palabra debe ser dicha de la misma forma cómo ha venido penetrando por los siglos de los siglos, le dio a su personaje la oratoria milenaria para calmar a esas almas sufrientes e ingresar a esas mentes alteradas y entregarles su mensaje de amor.

Porque ese libreto lo conocía de memoria, desde pequeño cuando su madre le leía la Biblia junto a sus tres hermanos pequeños en esa oficina salitrera. Fue entonces donde supo, como niño lúcido que era, que las historias sencillas, las parábolas, permitían a los grandes entender las cosas. No necesitó la fe para hacernos entender que había más relatos, los de las mujeres y hombres de esta tierra cuyas vidas son tan sufridas como las de los pueblos bíblicos y cuyas vidas también están escritas, aunque no las queramos leer.

Los Locos del Pueblo, como se llama su Compañía, fueron los que le dieron voz a ese Cristo que clamaba: “Bienaventurados los que tienen puños y los que los usan porque ellos ganarán el Reino”… un mensaje claro y sencillo, como el inmortal Juan Radrigán.

 

 

 

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