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Opinión

Frente Amplio ¿para qué?

Por: Nicolás Romero y Roberto N. Blest | Publicado: 31.10.2016
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El desafío aquí es entonces, cómo contribuir a la conformación de esa mayoría socialdemócrata, sin comprometer el horizonte estratégico de transformación post capitalista.

El neoliberalismo es un sistema histórico social de carácter refundacional. Fue la respuesta de clase a la crisis del Estado liberal fordista, y comenzó a imponerse a nivel global a mediados de los años 70, siendo Chile, mediante la dictadura de Pinochet, uno de los primeros lugares dónde se instaló, para luego consolidarse en la década de los 90 durante los gobiernos de la Concertación.

Entre los rasgos fundamentales que caracterizan el neoliberalismo chileno, se destaca  una economía extractiva y especulativa, que ha profundizado nuestras condiciones de dependencia; la conversión de los derechos sociales en un lucrativo negocio para el gran empresariado nacional y transnacional; un modelo cultural individualista, conservador y autoritario; todo ello resguardado por un sistema político caracterizado por la neutralización de la voluntad popular, para usar los términos de Atria. Asimismo, una de las características comunes a las distintas versiones nacionales del neoliberalismo, con el telón de fondo de liberalización de los mercados y la desregulación financiera, es la descomposición y debilitamiento de las organizaciones de trabajadores, lo que refuerza el carácter antipopular del régimen y la brutal concentración económica. De esta manera, se logró combinar un modelo económico social orientado a una mercantilización radical de nuestras capacidades productivas como sociedad, de la mano de un modelo institucional que impidiera la organización colectiva de las fuerzas populares.

Lo anterior exige que las fuerzas transformadoras orienten su trabajo al desarrollo de nuevas formas de acción política,  capaces de superar las diversas formas de disciplinamiento y fragmentación que el sistema neoliberal ha producido en el pueblo. Un sujeto social y político que, anclado en la amplia diversidad de quienes padecemos la explotación neoliberal, sea capaz de enfrentar y superar la larga noche neoliberal.

La lucha por derechos y la disputa institucional

No cabe duda que la profundización de la lucha por derechos sociales es una oportunidad de avanzar en la conformación de ese sujeto. En este tipo de disputas se hace patente que reivindicaciones mínimas, como el acceso a educación, salud, previsión y vivienda, no han podido ser resueltos de manera digna en el contexto de jibarización estatal y mercantilización de los servicios públicos.

En los últimos meses, el movimiento “No más AFP” ha vuelto a demostrar la inmensa capacidad de convocatoria de la reivindicación de los derechos sociales, y sobre todo, ha ratificado la incapacidad del bloque dominante para procesar estas reivindicaciones. Además, ha dejado en evidencia la existencia de una dirigencia sindical sólida, que ha sido capaz de reafirmar el carácter clasista del movimiento, proponiendo un sistema de reparto cuyo foco esté en la seguridad social y no en la rentabilidad de los fondos, obstaculizando el intento de la élite en reconducir el conflicto a la simple mejora de las pensiones, para así seguir administrando los fondos de retiro para financiar su patrón especulativo y rentista de acumulación.

A lo anterior se suma la posibilidad de articular conducciones transformadoras en el movimiento educacional, que deben apuntar al fortalecimiento de proyectos educativos alternativos y al robustecimiento de la dimensión social de nuestra convergencia. También la ANEF, que pese a que su dirección está cooptada por los partidos de la transición y su acción se ha centrado en lo gremial, cuenta con un grado de autonomía relevante, una alta tasa de sindicalización y una importante disposición a la movilización. En la orientación de estos enfrentamientos y en su articulación política nacional se juega parte importante del nacimiento del Frente Amplio.

Ahora bien, es evidente que, para desmontar el neoliberalismo, se requiere de una mayoría política en el Congreso, lo que supone una concentración de fuerzas significativa en ello. El  nuevo sistema electoral y de financiamiento de los partidos, abren el escenario para la constitución de un sujeto político amplio al calor la disputa política institucional. Detrás de esta invitación implícita a la institucionalización, está la apuesta por la domesticación de las demandas sociales, particularmente en un escenario en que el sujeto social carece de una mínima organicidad.

El desafío aquí es entonces, cómo contribuir a la conformación de esa mayoría socialdemócrata, sin comprometer el horizonte estratégico de transformación post capitalista. En  otras palabras, cómo se sostiene la autonomía estratégica del movimiento, a la vez que se conquistan determinadas trincheras institucionales para acelerar el proceso de deconstrucción del Estado Neoliberal.

La primera cuestión exige, evidentemente, proyectar para el escenario 2017 una político electoral agresiva y autónoma que se traduzca en una lista única, elaborada desde los territorios del Frente Amplio, a través de un proceso participativo de primarias ciudadanas parlamentarias y presidenciales. Se trata de la autonomía táctica, de la autonomía de los partidos de la transición y del gran empresariado.

Los enfrentamientos en el escenario social e institucional, son dimensiones de una política destituyente que busca construir una polaridad entre el pueblo y el bloque político empresarial, que se traduzca en una crisis de gobernabilidad del régimen, que propicie un proceso de democratización del Estado.

En la disputa municipal también se juegan una tribuna para la instalación de la política del Frente Amplio,  dando visibilidad a la alternativa y aportando en desmercantilizar algunos aspectos del entramado neoliberal (vg. farmacias populares). Sin embargo, también tiene un peso específico en las posibilidades que ofrece para el despliegue de una política orientada al desarrollo de formas alternativas de organización de los territorios y fomento y articulación de formas colaborativas de producción, lo que impacta también en el fortalecimiento de procesos de organización de base.  Esto entronca la cuestión de los gobiernos locales con la construcción de un sujeto con capacidad estratégica, desafío que se encuentra a la vuelta de la esquina tras el triunfo de Jorge Sharp en Valparaíso, y el avance de las posiciones emergentes en las recientes elecciones municipales..

Construcción de una capacidad estratégica

De nada serviría lo anteriormente planteado si no realizamos un balance crudo de las experiencias de construcción social de la izquierda del siglo XX y del agotamiento de ciclo de gobiernos progresistas en latinoamérica. En este sentido, no podemos reducir el proceso de salida del neoliberalismo a una orientación de conquista del poder estatal para luego desplegar una política redistributiva de derechos, pues esto limita el horizonte de transformación al esquema impuesto por la propia lógica de la forma política del capitalismo: el Estado.

Si bien el proceso de formación de sujeto político alternativo requiere el despliegue de una política de demanda de reconfiguración de los derechos en clave de solidaridad social, dirigida fundamentalmente hacia el Estado, el movimiento no se puede detener allí. La política estadocéntrica ha impedido a las izquierdas enfatizar las prácticas de autonomía que depositan la capacidad transformadora en el pueblo y no en la pura administración estatal. Si entendemos el Estado no como objeto ni sujeto, sino como una relación de condensación, monopolio y expropiación de capacidades productivas desde las fuerzas en el poder hacia al resto de la sociedad, su contracara es la acción comunitaria orientado a la democratización de las decisiones y a la gestión colectiva de lo común.

Los procesos de emancipación requieren apostar estratégicamente al fortalecimiento de las capacidades de autonomía del pueblo. Desde el primer, las fuerzas emergentes debemos contribuir al fortalecimiento de estas prácticas, y a su articulación local, regional y transnacional. En este punto, las experiencias cooperativistas y de economía solidaria nos entregan claves interesantes para proyectar esta vocación estratégica. Particularmente en tanto se constituyan como nodos de una red de producción no capitalista, que sirva de sustento material para desplegar nuevas formas políticas y sociales, feministas, decoloniales y sustentables, que permitan impulsar prácticas de autonomía y nuevas formas de autogobierno que progresivamente configuren a un pueblo que es soberano antes de devenir poder Estatal.

El fortalecimiento, coordinación y visibilización de las experiencias que apuntan en este sentido debe ser una tarea prioritaria para el desarrollo del Frente Amplio. Ellas constituyen un impulso democratizador, para que al mismo tiempo que apuntemos a la democratización de la acción estatal, fortalezcamos las capacidades de gobierno y autonomía del pueblo.

Para conseguir lo anterior se requiere conformar un Polo Estratégico que sea capaz de desplegar una política radical posible y audible, al mismo tiempo que convive y colabora con una política amplia de derechos.  Un Polo que no se reduzca a alianzas entre movimientos políticos sino que apunte a convocar y coordinar a los diversos esfuerzos sociales que ya están caminando en esta orientación. Un Polo Estratégico que promueva el protagonismo y desarrollo de las experiencias de autonomía, locales, nacionales y globales, que busque construir un puente con los procesos de disputa político-electoral al interior del Frente Amplio.

De lo que se trata  en definitiva es de aprovechar la ventana de oportunidad que constituye la crisis de la política tradicional, para avanzar a paso firme en la constitución de un sujeto popular amplio que sea la contracara del inicio de una crisis de régimen. Sujeto que sea capaz de asumir la tarea de desmontar el neoliberalismo de la mano de la construcción de una nueva utopía que recoja el legado de la rica tradición de luchas populares de Chile, el continente y el mundo.

Nicolás Romero y Roberto N. Blest