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Opinión

Educación: Sexo, dinero y cultura

Por: José Sanfuentes Palma | Publicado: 26.12.2016
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Educación de calidad, pública y gratuita es la madre de todas las batallas contra la desigualdad, sea de oportunidades como acotan algunos o en el vivir como aspiran los jóvenes. Educar es transformar, transformarse.

Felicitaciones a quienes obtuvieron los más altos puntajes en las pruebas de selección para acceder a la educación superior, su mérito personal es indiscutible. Este acontecimiento es motivo de alegría para cada estudiante destacado, y sus familias, a la vez que debiera ser objeto de un crudo análisis  para discernir sobre las políticas educacionales del país.

La casi totalidad de ellos provienen de liceos y colegios altamente selectivos lo que, para algunos, lleva a reafirmar las bondades de la selectividad. Hay otra mirada posible a este fenómeno, la selectividad es la madre de la desigualdad, tanto de las oportunidades como de la futura distribución de los bienes públicos y privados.

¿Qué está a la base de la selección, más allá del reconocido mérito de l@s seleccionad@s?

Es una pregunta acuciante que nos es posible eludir ante el futuro que se abre para ellos y sobre todo para el resto de la juventud chilena.

No hay duda que los méritos personales están también asociados a los méritos de los padres, de sus familias, de sus establecimientos y de su entorno cultural.

No es lo mismo ser procreado en la cama de una pareja cuya vida le ofreció oportunidades de cultivar mejores destrezas intelectuales y emocionales que otras,  agobiadas de pobreza, material o espiritual, inundadas de sobresaltos y desesperanzas. Sin duda que las oportunidades son distintas para unos y para otros. Aun considerando que para los seres humanos el futuro trasciende la mera reproducción eterna del pasado – que es lo que les distingue de toda otra especie dada la naturaleza constitutiva y diferenciadora del lenguaje humano – las condiciones de posibilidad de la alteridad del futuro portan evidentes desigualdades para unos y para otros. La cuna es un predictor de desigualdad.

No es lo mismo la experiencia de educarse en tal o cual liceo o colegio, cuya población escolar está conformada en base al descreme, que hacerlo en el resto. En la actualidad el principal descreme lo constituye el dinero, la gran mayoría de los puntajes nacionales provienen de colegios pagados, a los cuales puede acceder un porcentaje muy bajo de los jóvenes, alrededor del 10%. Hay otros establecimientos, pocos, los llamados liceos de élites y particulares subvencionados altamente selectivos, que descreman tempranamente según ciertas características del joven y, en consecuencia, de su familia. Los establecimientos escolares son otro predictor de desigualdad.

No es lo mismo vivir la niñez y la adolescencia en un ambiente cultural – modo de ser y estar en el mundo – abundante en conversaciones y prácticas sociales de calidad y estimulantes, que vivirlas en ambientes culturales precarios y des motivantes. Lo que el economicismo ha dado en llamar el capital cultural es otro predictor indudable de la desigualdad.

No es casual ni cíclico que los jóvenes se hayan planteado la pregunta sobre la educación y la desigualdad, y millones se hayan movilizados estos años para encararla. Desde siempre ha sido así, portan el privilegio de hacerse las preguntas esenciales y de desplegar propuestas innovadoras antes de ser atrapados, como les sucede a la gran mayoría de los adultos, en la tristeza del “piloto automático” que les envuelve en la opacidad del “realismo”.

Educación de calidad, pública y gratuita es la madre de todas las batallas contra la desigualdad, sea de oportunidades como acotan algunos o en el vivir como aspiran los jóvenes. Educar es transformar, transformarse. Este concepto supera con mucho a aquél decimonónico que la entiende como mera producción y transmisión de conocimientos. La transformación despliega todo su potencial en ambientes educativos de diversidad, como la vida real. Educar y educarse en la diversidad es más que un bonito eslogan, es la condición mínima para abatir las desigualdades.

Lo más importante de las políticas públicas en educación es acordar como sociedad sus horizontes. Es un contexto indispensable para que los incumbentes y la política vayan definiendo paso a paso como avanzar, sin improvisaciones pero sin vacilaciones, tras ese futuro deseado. Educación de calidad, porque hasta hoy es más la reproducción del pasado que una respuesta a los desafíos del futuro; responde más a la miopía del presente que a ser palanca del desarrollo, de las posibilidades que abre el futuro. Pública por vocación porque, independiente de la provisión mixta, es el futuro del país el que está en juego, su convivencia, el destino de sus nuevas generaciones enteras no sólo de una parte privilegiada de ellas. Gratuita porque – si bien habrá que avanzar atendiendo a los límites que impone una economía trasnochada, imperiosa de transformaciones – no cabe duda que, además de garantizar accesos equitativos, es un futuro deseable que pobres, clases medias y ricos, convivan en un espacio compartido donde se cultive el nosotros libre, igualitario y fraterno que como país aspiramos a construir.

José Sanfuentes Palma