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Opinión

El pesimismo y las cucarachas

Por: Ricardo Candia Cares | Publicado: 28.12.2016
El pesimismo y las cucarachas puente |
Un día de estos un meteorito del tamaño de la comuna de Vitacura tuerce su rumbo errático y cae como un castigo celestial sobre la desgastada tierra nuestra.

Pasé años buscándome por lugares ningunos.
Hasta que no me hallé —y fui salvo.
-Manuel Barros

Un día de estos nos despertamos con la noticia de que un cataclismo viene volando sobre la Tierra y los minutos de todo lo que existe, estarán contados.

Un día de estos un meteorito del tamaño de la comuna de Vitacura tuerce su rumbo errático y cae como un castigo celestial sobre la desgastada tierra nuestra.

O un funcionario de tercer rango equivoca el color de un botón y todo el misterio de la energía del núcleo de átomo se descarga en el último segundo que la humanidad alcanzó a contabilizar y que no sirvió para nada.

Será cuando nos preguntemos entre sollozos y alaridos, de qué habrá valido que tan pocos hayan tenido por este leve lapso en que se pobló la tierra, tanto acaparado, escondido debajo de sus garras, oculto de la necesidad de tantos.

Y de qué habrá servido en estos dos últimos siglos un sistema que hizo increíblemente ricos a tan pocos de los siete mil millones de seres humanos que pueblan el planeta.

Porque no es sólo un pedazo de hielo flotando en la vastedad oscura del cosmos lo que amenaza a la tierra.

En oscuros agujeros, miles de cohetes mortales están a punto de ser lanzados. Hechos para asustar al enemigo, terminaron crispando los nervios de todos. Ahora resulta que todos somos enemigos.

Un demente sistema que vincula a compañías fabricantes de armas con gobiernos más dementes aún, hacen esfuerzos por ganar cada día mucho más.

De qué va a servir entonces la clave secreta de Fort Knox, ni los créditos del BID cuando se venga la llamarada que acaso dejarán algunas cucarachas en sus cuevas prodigiosas.

De que les valdrá a los magnates sus mansiones rodeadas de muros inexpugnables y de cámaras que ven en la noche si el destello fulminante de solo un par de armas nucleares salidas de manos dementes, puede hacer polvo todo su ingenio de seguridad y cada una de las celdas fotosensibles de sus artilugios secretos.

El mundo está en manos de locos sin control y con passwords. Y se disponen a dejar la tierra, con suerte, en manos de las cucarachas que al cabo de centenares de miles de años, quizás formen una sociedad de cucharas y en otro millón de años, una de ellas escriba la canción de las cucarachas o el poema de las cucarachas.

Los poderosos son un hato de ignorantes enemigos de la vida.

Quién haya visto a alguno de cerca, les parecerán máquinas programadas por cerebros estrafalarios, amebas del fondo marino, o sub humanos sin corazón.

La pesadilla para la sobrevivencia de la humanidad y del planeta, son estos poderosos que no sucumben ante nada. Esos a los que no les tiembla la mano, ni los afectan sus mentiras con tal de sumar más millones donde ya no caben más, donde ya no es posible saber para qué.

Para estos enemigos de la vida, instalar un ingenio nuclear o termoeléctrico y sus correspondientes venenos en un lugar donde viven peces, mamíferos, anfibios y plantas, importa un comino. Donde viven seres humanos, menos.

Se trata de bichos que no reportan ganancia alguna.

Este rincón del mundo, dicho por mi país, ve con distancia la eventualidad de un desastre de carácter planetario. Alejados del resto, defendidos u ocultos por cordilleras perfectas, desiertos destellantes y  mares soberbios, pareciera que vivimos en los extramuros de la fatalidad y las malas noticias.

Y no es así. Con esos depredadores que mandan en todo, vamos camino al desierto salado de la extinción. Los más que milenarios depósitos de hielo, esos ríos fantásticos que bajan desde las cordilleras a razón de un par de centímetros diarios para cuidar que las cuotas de agua dulce sean la correctas, se están acabando. Y ese deshielo lo producen ingenios industriales que buscan oro y otros metales preciosos tanto como inútiles.

Beba oro y vea las consecuencias. No beba agua y vea esas mismas consecuencias.

Y en la que quizás sea la costa marina más larga del mundo frente al prodigioso Océano Pacífico, centenares de plantas que generan energía eléctrica contaminan esos mares con metales que harán de los peces pequeñas bombas que mataran al que se atreva a consumirlos.

Lo que puede ser visto como un ataque de pesimismo, en efecto, lo es.

Cuesta ser optimista en un mundo en que las buenas noticias son una excepción, en que la risa, es una manera de esconderse y el miedo la posibilidad a la vuelta de la esquina.

Más bien, cobra una mayor vigencia lo que algunos les viene convenciendo: que ser optimista es una irresponsabilidad.

Y aún así, en ese derrotero que necesita del pesimismo lúcido de quienes se interesan de verdad por la humanidad silvestre e inocente y casi nada por la inhumanidad de la riqueza sin sentido, aún es posible encontrar algún destello que nos permite reducir el suicidio a una categoría de lo irresponsable.

La humanidad como otras veces, deberá encontrar un camino. Y quizás los desvaríos de los poetas permitan abrir algún pequeño sendero.

Es que de vez en cuando nos encandila, menos mal, algún destello de lucidez y belleza salido de lo más humano.

La finta de un centro delantero, el calor de un verso de amor, una canción que hincha el pecho, un atardecer sobre el mar, una fruta que aún conserva su olor, tanto como hacernos felices por un segundo, también debería advertirnos del peligro inminente.

Ricos, millonarios, poderosos, prepotentes, gentes de malvivir y de bien matar, son quienes llevan esta cáscara de nuez al abismo.

Ser optimistas en una irresponsabilidad porque hoy se juega la supervivencia del planeta y no hay tiempo para ubicar otra locación vecina en la cual esconderse de lo que se avizora.

Tarde o temprano por el abuso de la mentira y la fuerza bruta, la ambición triunfará sobre los restos de razón que se dejan ver entre tanto silencio y los penachos venenosos de las fábricas de energía mala nos advertirán que por ahí ya nada crecerá saludable.

Estaremos entonces más cerca del destello final, de la lluvia eterna de ceniza brillante, de un fulgor de colores increíbles, tras un zumbido inexplicable que vendrá del cielo.

Y no habrá poeta capaz de contar a nadie de esas visiones, ni músicos que reproduzcan esas notas celestiales.

Quizás habrá solo cucarachas que no serán capaces de ver la enorme vastedad de sus absolutos dominios por los siguientes millones de años.

Ricardo Candia Cares