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Opinión

Del porno de los ’70 al sexo virtual en las redes (o el mercado público y privatizado de Grindr)

Por: Juan Pablo Sutherland | Publicado: 05.01.2017
Del porno de los ’70 al sexo virtual en las redes (o el mercado público y privatizado de Grindr) |
Hoy el sexo o porno virtual nos propone elevar nuestra masturbación local y mañanera al conocimiento global en Cam4, o la representación espectral del chat gay (Grindr) para ser cubículos de cualquier sexo posible. En ese intercambio representado nos volvemos futbolistas, trans, tortas, guardias, bi, choferes, hetero-curiosos, osos, travas, interx, todas estas nuevas taxonomías en las políticas de representación subjetivas y corporales.

Aquél que nunca despertó en un lecho
Anónimo al lado de un rostro
Que ya no volverá a ver
Y no salió de un burdel al alba con ganas
De tirarse a un río por asco físico
De la existencia, Se ha perdido algo.
Charles Baudelaire

Toda imagen es pornográfica
Frederic Jamenson

Comencé viendo pornografía en una revista que encontré escondida en mi casa cuando era un adolescente. Casi como una práctica pedagógica en silencio, cada noche antes que mis padres llegaran a dormir, sacaba aquella revista porno de los setenta que ellos guardaban como hueso santo en el primer cajón de la cómoda, y que obviamente mantenían en secreto. Era una revista usada, de procedencia sueca, a todo color y muy ajada por sus usuarios, es decir por mis padres. Esa fue la única revista porno que había visto en mi vida y que acompañó mis sueños mojados por lo menos un año hasta que me aburriera y buscará otras. Antes había visto solo una revista de caricaturas que un tío un día botó al basurero y que yo recogí sin que nadie me viese. Era una revista que no podría entenderse dentro del género porno, pero que en esos años de pubertad uno miraba con curiosidad todo lo que olía a sexo. La revista Cosquillas, era un adelanto popular del comics, pero en versión picaresca. Caricaturas de hombres y mujeres en pelotas, todas ellas como un rosario paródico de escenas de infidelidad, calenturas ridículas y exposiciones interminables de chistes calientes que alegraban al mundo popular con algo de picardía y banalidad. De aquellos años iniciales tengo el aura de censura, contención y deseo ligado a la prohibición del placer.

But Reynolds fue un actor de los años ’70 que me dejó hirviendo la primera vez que lo vi en pelotas en una revista Cosmopolitan, magazine de moda en esos años. Calígula fue mi primer gran impacto visual en una sala de cine a los 15 años, entré sin permiso aprovechando el descuido de un guardia y luego de ver las dos horas y media de orgías que representaban el imperio sexual de uno de los últimos emperadores romanos más delirantes, quedé prendido con el género.  A esa edad ya sabía que la pornografía sería un lugar importante en mis imaginarios sexuales. Luego leí unas novelas calentonas de André Gide, y mucho más tarde la monumental 120 jornadas de Sodoma del Marques de Sade. Paralelamente comencé a ir a la calle San Diego para comprar compulsivamente revistas pornos de mala calidad. Todas ellas revistas dadas de bajas por sus dueños, que incluso mantenían las medallas de sus fluidos ya pasados, pese ello, las revistas se vendían igual.

Luego de ese inicial e ingenuo gusto por una pornografía de revistas usadas, vino el imperio del porno junto con el avance tecnológico masivo del VHS. Ese momento marcó una revolución en las prácticas sexuales individuales, colectivas y representó de alguna manera un nuevo imperio del placer que ya tenía solidos dispositivos de representación de la sexualidad normativa. La liberación sexual de los años ’70 en el primer mundo, el avance del movimiento feminista, el orgasmo de las libertades individuales, la revolución hippie, Mayo del ’68 y el sexo libre y la libertad sexual vinieron a dar un marco de liberalización que se impregnó de alguna manera en la producción masiva del sexo en serie y mercantilizado. Lo contradictorio del modelo se expresó así y en pleno auge de las críticas al capitalismo desde la izquierda, se vinieron a conjugar textos y producciones culturales que marcaron una época. De ese tiempo tenemos las primeras críticas feministas a la producción pornográfica común. De ese tiempo es el libro de Herbert Marcuse, Eros y civilización, texto emblemático que volvió a pensar el sexo en medio del capitalismo. Foucault ya preparaba sus primeros textos en la investigación que dieron lugar a la historia de la sexualidad. De ese tiempo son las películas porno más emblemáticas, recordemos algunas: la famosa película de Gerard Damiano, Garganta profunda del año 1972, que costó en ese tiempo 25 mil dólares en producción y que luego de más de 35 años ha recaudado la suma impresionante de unos seiscientos millones de dólares. En su momento la actriz Linda Lovelace, cobró 1.200 dólares por su participación en el fils. Entre otras podemos mencionar El sexo que habla del año 1975, película francesa de Frederick Lansac y Debbie se lo monta en Dallas del año 1978 de Jim Buckley, todas ellas películas que formaron parte del imaginario cultural porno setentero. Del año 1971 es la primera película homosexual reconocida como porno, Boys in the sand, que compartirá el cruce entre arte y porno con imaginarios de leyenda y en contextos con los primeros documentales de Andy Wharhol, Kenneth Anger o Paul Morrisey.

Los años ’70 fueron productivos para comenzar a interrogar las premisas más clásicas del género. Veamos algunas de las tecnologías y guiones comunes de la industria del porno de esos años y que hoy día persisten en el imaginario porno clásico de hombres heterosexuales Las premisas básicas del porno de hombres heterosexuales:

1. Las mujeres van a la cama con taco aguja
2. Los hombres nunca son impotentes
3. Cuando el hombre le come la vagina a una mujer, diez segundos es más que satisfactorio
4. Si una mujer es sorprendida masturbándose por un hombre desconocido, ella no grita ni se avergüenza, sino que le suplica que tengan sexo
5. Los hombres siempre se corren la paja llenado medio litro de esperma a sus parejas sexuales.
6. Las mujeres sonríen y disfrutan cuando los hombres las ahogan con su pene
7. A las mujeres jóvenes y guapas les encanta tener sexo con hombres de mediana edad, gordos y feos.
8. Las mujeres siempre se corren al mismo tiempo que los hombres
9. Una mamada siempre sirve para anular una multa de tráfico o para pagar lo que sea.
10. Todas las mujeres gritan como locas cuando las follan.

(fragmento de Porno para mujeres de Erika Lust, www.pornoparamujeres.com)

Este decálogo de imágenes se basa en la política de representaciones que hemos visto desde siempre, así el porno intenta seducirnos con una verdad del sexo que aparentemente esta despojado de cualquier idea pre-concebida. El porno como parte de la industria cultural del sexo se vuelve una poética del espectáculo en la medida que realizará las performances necesarias para hacernos creer que ahí está el sexo en su mayor esplendor, sin tapujos ni cortinas ideológicas. Luego sabremos que el sexo está ahí y en otros lugares pero puesto en representación, hecho performance (retomaré este punto más adelante).

La cultura gay de los años ’70

Quizá sea bueno retomar ciertos tics de la cultura pornográfica gay de los años setenta, que irrumpe en medio de la aparición de políticas de identidad que exhibió el movimiento gay en el primer mundo. De la estética pop a finales de los ochenta con Village People, como la expresión de cierto imaginario masculino e hipermasculino presente en la industria porno, nos quedaron ciertas fotografías de esa tradición en las prácticas sexuales legitimadas por la sociabilidad homosexual contemporánea. Recordemos los Dark room o cuartos oscuros en las discos gays de los ochenta, que fueron diezmadas al aparecer el SIDA. En otro vértice de esta sociabilidad homosexual callejera, los baños públicos, los puentes o los parques, punctum de la postal sexual anónima, no fueron escenarios de la representación escénica sexual performanceada en la vía pública, sino que se volvieron prácticas de sexualización y de políticas urbanas en resistencia. Bastaría recordar el estudio de prostitución masculina en Sao Paulo del antropólogo y poeta Néstor Perlongher, a fin de pensar el tráfico de cuerpos y poéticas de deseo, flujos cristalizados en mercados informales presentes en la vía pública con toda su diversidad y estratificaciones. En ese momento, el VHS con el VIH fueron contemporáneos en la búsqueda de un deseo por los cuerpos. Así, tanto el dispositivo técnico de la fiesta porno íntima y pública funcionó como correlato de otro dispositivo más feroz para los cuerpos, me refiero al VIH/SIDA con todo su control medicalizado. Momento de irrupción donde el deseo fue expulsado con culpa victimizadora o como nueva plaga que borró la práctica pública del sexo anónimo y lo convirtió en estigma. No es menor que el ACT (grupos de choque marica contra las farmacéuticas a inicios del negocio del SIDA) en Nueva York, París y Londres, surgiera en medio del revuelo de los emergentes movimientos queer a mediados de los ochenta.

Desde esa tradición resulta interesante lo que ha pasado con la emergencia del post-porno. Podríamos plantear que los antecedentes políticos del post-porno se encuentran, además, en las prácticas de hipersexualización de cuerpos maricas callejeros, de las prácticas anónimas y colectivas en los cuartos oscuros y del nomadismo de las tortilleras políticas. Las sociabilidades de las comunidades sexuales radicales cuestionaron el ordenamiento de los cuerpos en el capital, y su control bío-político presente en las técnicas de control y representación del sexo-género. Recordemos que el propio Foucault era un visitante asiduo de los baños sauna de San Francisco, él vivió la performance sadomasoquista como un contrato de legitimidad entre dos o más cuerpos. Cuerpos que productivizaron espirales de placer en escenificaciones de entrega y circulación del poder, articulando una micro política del deseo.

Quizá sea preciso agregar que la figura de un pornostar, como la de Jeff Striker, ícono indiscutible de una generación que soñó con su cuerpo perfecto y ausente de condón, se volvió un fetiche por décadas. Cuerpo exuberante adherido a un excesivo dildo de carne (que tanto deseo generó) puede presentarse hoy como prototipo de un sexo-porno que nos propuso la mistificación del cuerpo homosexual. Cuerpo representado en el éxtasis de la reproducción en serie del sexo, reproductibilidad técnica del VHS, donde la fiesta pública del deseo callejero se volvió al menos más íntima de lo que había sido. La masificación del porno nos trajo a la casa a Jeff Striker, desterrando por lo menos en algo, el deseo de lo público a lo íntimo. Tras décadas de ser el fetiche de un calentamiento mecanizado en la productividad eyaculadora masiva, no pudo competir en las nuevas apuestas del sexo virtual y las tecnologías de comunicación actuales. Hoy el sexo o porno virtual nos propone elevar nuestra masturbación local y mañanera al conocimiento global en Cam4, o la representación espectral del chat gay (Grindr) para ser cubículos de cualquier sexo posible. En ese intercambio representado nos volvemos futbolistas, trans, tortas, guardias, bi, choferes, hetero-curiosos, osos, travas, interx, todas estas nuevas taxonomías en las políticas de representación subjetivas y corporales. El porno virtual ha re-emplazado de alguna manera cierta sociabilidad homosexual que ha quedado en el olvido callejero, las nuevas escenas requieren de paisajes más elaborados donde la representación jugará un papel importante en la plusvalía sexual ganada. Los ciber funcionan como el nuevo entramado paisajístico de un sexo que se virtualizó en el dispositivo de conexión, pero que vuelve a situarse al contacto directo de un cubículo pagado. Pagarás con tarjetas VIP si eres Premium lo que mágicamente te dará más horas de conexión privada o esperarás la nueva conexión si quedaste colgado y sin cargas. Es decir, el juego de citas virtuales requiere de una propuesta corporal y visual que cita al porno de manera soft, la pose, la entrepierna dura, los dispositivos de autopresentación: piola, masculino-decente busca a no afeminados, masculino sin ambiente busca hiperdotado, culo pasivo busca preñez, etc.

En este juego encontraremos que la mediación pasará primero por la representación del sexo, convertido en deseo discusivo posible acompañado de los bits de la imagen. La no mediación hará más difícil el ligue sexual, de alguna manera el sexo requiere pasar por la tecnología de representación que eleva a los sujetos a formar parte de un guion cosificado, en ese sentido la pornografía opera como verdad representada:

«La pornografía dice la verdad de la sexualidad, no porque sea el grado cero de la representación, sino porque revela que la sexualidad es siempre y en todo caso performance, representación, puesta en escena, pero también mecanismo involuntario de conexión al circuito global excitación-frustración-excitación», dice Paul B Preciado.

Ese impacto es relevante en la medida que el deseo sexual se vuelve representación de sí mismo, y ese cruce provocará el excedente sexual que se busca con ansiedad. Pasamos de la representación espectacularizada de las estrellas porno de los ’70 a un reality individual donde los flujos de información convierten a cualquiera en estrella porno. En ese sentido, el post-porno como género será una nueva forma de democratizar la mirada, la mano, el ano, la boca como también para hacernos reflexionar críticamente sobre el género.

Sostiene Lucía Egaña:

«La post-pornografía no provoca que la pornografía desaparezca, sino que plantea una revisión crítica de sus preceptos y mecánicas y una reelaboración de sus productos. En este sentido, es que a partir de la aparición del post-porno se puede establecer una historia y comenzar a analizarla como un fenómeno cambiante, que adquiere nuevos matices, no sólo a nivel de estilo, sino a nivel de contenido ideológico» (http://www.lafuga.cl/la-pornografia-como-tecnologia-de-genero/273).

Es llamativa e interesante esta afirmación en la medida en que se aleja de las definiciones más conservadoras de ciertos feminismos esencialistas que vieron y ven con malos ojos la pornografía “clásica”, por llamarla de alguna manera. La post-pornografía será entonces una nueva forma de entender los cuerpos en crítica directa a las representaciones de lo que entendemos por pornografía sin post.

Por otra parte la escritora feminista Kate Millet dice: “hay algo muy útil en la explicitación que nos ofrece la pornografía, nos puede ayudar a las mujeres a superar ideas patriarcales horribles como la de que el sexo es un pecado, y que el pecado en él es la mujer”.

En ese horizonte me parece que habría que pensar el tránsito político, es decir de un régimen de incitación y excitación del discurso sobre la sexualidad a una macro política de la representación de los cuerpos en medio de los flujos del capital globalmente. Estamos interconectados no solo por los discursos, masturbaciones compartidas, flujos de información e imágenes, sino que hemos llegado quizá a formar parte de una metáfora global sobre el cuerpo como texto y como performance. Antiguamente pensamos que el porno desnudaba nuestros deseos más íntimos, que el vecino, ni la vecina, ni la secretaria, ni el profe, ni el cura, podrían tener. Hoy nos hemos dado cuenta que nuestros deseos se trafican en la comunidad global, gestionando plusvalías, modelando cuerpos, neutralizando diferencias y volviéndose a re-significar. En ese camino, no cabe más que pensar que nuestra política vendrá de nuestros cuerpos hiper-semantizados en las nuevas redes. El orgasmo virtual y la productividad del sexo, pueden desarrollarse desde una contra/productividad deseante.

Juan Pablo Sutherland