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La mentira de la posverdad

Por: Sebastián Flores | Publicado: 03.02.2017
La mentira de la posverdad |
El concepto posverdad es novedoso en tanto significante, pero no en su significado. La política, la publicidad y el mal periodismo, desde que existen, han apelado a los sentimientos más que a lo objetivo, lo duro, “lo real”. Y eso ya tenía un nombre: manipulación mediática. O más sencillo aún: mentiras.

Es el concepto de moda, utilizado a diestra y siniestra por periodistas, opinólogos, académicos pop y sobre todo twitteros, quienes apenas se les presenta la oportunidad no escatiman en referirse a él para darle marco teórico a sus análisis.

Pero aunque muchos lo ocupan en artículos que analizan la coyuntura social y política, intentando explicar el zeitgeist de la segunda mitad de la década de los ‘10, son pocos quienes aclaran o definen de buena manera en qué consiste. ¿Qué es la posverdad? ¿Por qué de repente todos empezaron a utilizar esta palabra?

Posverdad (post-truth) es un neologismo gringo, acuñado el 2004 por el autor Ralph Heyes en su libro “The Post-Truth Era: Dishonesty and Deception in Contemporary Life”. Luego, el 2010, fue reapropiado y resignificado por un bloguero llamado David Roberts, quien en una columna para el medio digital Grist lo definió como “una cultura política en la que la política (la opinión pública y la narrativa de los medios de comunicación) se han vuelto casi totalmente desconectadas de la política pública”.

Fue el 2016 cuando este concepto tomó fuerza de verdad, llegando a ser elegida por el Diccionario Oxford como la palabra del año, dado su impacto no sólo dentro de la elite intelectual, sino de la opinión pública en general. Al alero del Brexit en el Reino Unido, del rechazo al acuerdo de paz con las FARC en Colombia, del triunfo de Donald Trump en Estados Unidos y de las temporadas completas de Black Mirror disponibles en Netflix, la posverdad se ha instalado para muchos como la idea que mejor define el tiempo actual.

Los analistas se refieren a la posverdad para explicar este supuesto escenario orwelliano donde la verdad no sólo se controla y se manipula -cosa que siempre se ha hecho-, sino que cada grupo social maneja su propia verdad, o sea, la verdad se vuelve “de nicho”. En esa línea, la posverdad es definida como la instancia en donde la información objetiva y los datos duros influyen menos que las creencias personales o las emociones. Y eso, en la era de las redes sociales, se ve doblemente exacerbado.

Por lo mismo, no es de extrañar que el estado por el que atraviesa el país por estos días haya dado pie para que la palabra posverdad se instale con fuerza en los análisis políticos chilenos. En esto confabularon tanto la proliferación de noticias falsas -creadas con alevosía por grupos fanáticos- como las personas que se aferraron a estas “verdades” sólo con el fin de ratificar su posición ideológica y para utilizarla en pos de objetivos políticos, tal como fue el caso de Rojo Edwards, José Antonio Kast o Manuel José Ossandon.

Este fenómeno fue bautizado durante las últimas elecciones presidenciales estadounidense como fake news. En el caso chileno, las fake news comenzaron a arremeter hace un año con noticias como que Camila Vallejo se compró un Audi de casi 50 millones de pesos. O con los rumores de que la presidenta Bachelet va a renunciar. O ahora en los incendios, con la idea de que estos son provocados por mapuches, empresarios forestales, miembros de las FARC, del Estado Islámico, de la CIA o de la ETA. Esto sin ningún otro sustento que un mensaje de WhatsApp o una publicación de un portal web de dudosa confiabilidad.

Esta confiabilidad es posible sólo en función de las burbujas de información que cada persona posee de acuerdo a su timeline o a sus contactos en redes sociales. A la eterna desconexión de la elite intelectual con el mundo real se suman los estudios que aseguran que el 70% de quienes navegan en Internet no son capaces de distinguir una información falsa de una real y coyunturas políticas que generan incertidumbre, todo lo cual crea el contexto propicio para el surgimiento de esta críptica palabra que hoy es trending topic.

El concepto posverdad es novedoso en tanto significante, pero no en su significado. La política, la publicidad y el mal periodismo, desde que existen, han apelado a los sentimientos más que a lo objetivo, lo duro, “lo real”. Y eso ya tenía un nombre: manipulación mediática. O más sencillo aún: mentiras.

La instalación de la palabra posverdad también puede ser peligrosa, pues oculta la realidad tanto como lo hacen quienes pretende denunciar. Aunque la propaganda o la desinformación siempre han existido, no deja de ser cierto que en la era de Internet posee características propias, como la noción posmoderna de que la verdad ya no importa, pues cada uno tiene su propia verdad. Ante eso, el problema de los medios ya no es tanto la censura, sino que a la gente no le interesa o no cree relevante conocer los hechos.

No obstante aquello, la excesiva exposición a redes sociales y a la sobreinformación de Internet hacen creer que estas ideas son nuevas, pero a mediados del XX Orwell ya hablaba del Ministerio de la Verdad y de la neolengua en su novela «1984», al tiempo que Foucault lo hacía sobre el panóptico y los medios como mecanismo de control social en «Vigilar y Castigar». Hoy, la posverdad busca significarse en ese mismo sentido: propaganda, desinformación o distracción masiva. Pero esos significados siempre han existido, no son un descubrimiento de la generación millennial.

Un ejemplo: las labores del Ministerio de la Ilustración Pública y la Propaganda de Joseph Goebbels en la Alemania Nazi, abocados a la propaganda del régimen de Hitler utilizando todo el aparato estatal para instaurar una noción de realidad favorable para el Tercer Reich. Hoy, la obra de Goebbels sería definida como posverdad.

Otro ejemplo, ahora cercano: el Plan Z durante la Unidad Popular, una supuesta confabulación donde el gobierno de Allende buscaba implantar un autogolpe marxista y donde habría una lista de miembros de la clase alta y de la derecha chilena que serían exterminados. Hoy, el falso rumor del Plan Z sería calificado como posverdad, cuando es más exacto definirlo como parte de una guerra sicológica para infundir terror en la población y sentar las bases para el golpe militar en Chile. Aunque cabe en su definición, llamar a esto posverdad es un error histórico, lo más correcto es definir al Plan Z lisa y llanamente como una operación sediciosa.

La posverdad oscurece más que aclara. Para denunciarla y combatirla no es necesario utilizarla como palabra, en tanto es un eufemismo de ideas que se pueden englobar en conceptos mucho más simples. El antónimo de verdad no es posverdad, el antónimo de verdad es mentira.

Sebastián Flores