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Opinión

El dilema presidencial del Frente Amplio

Por: Alonso Bustos Parodi | Publicado: 03.03.2017
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Las intervenciones nacionales más importantes del Frente Amplio (Boric, Jackson y Sharp, hasta hoy), debieran operar como verdaderos referentes para posicionar políticamente a los nuevos candidatos en escena.

Qué duda cabe: el escenario político chileno vive un momento inédito, al menos desde el advenimiento de los gobiernos civiles. El pacto de la transición – esa alianza elitaria que ha gobernado Chile durante casi 30 años y que consolidó uno de los sistemas más neoliberales del mundo – se encuentra en abierta descomposición. El patético intento veraniego de los partidos por flexibilizar los mecanismos de reinscripción y lograr la esquiva meta de militantes que justifiquen su existencia legal, es un botón de muestra de un panorama desolador para el régimen, en el que ningún actor relacionado a la vieja política es hoy capaz de ofrecer un proyecto serio de país, de cara a un nuevo ciclo electoral que con seguridad volverá a romper récords por su baja convocatoria. Sin liderazgos, sin rostros, sin conducción, sin ideas y sin voluntad para otra cosa que no sea administrar (a duras penas), la política tradicional se hunde en el descrédito. Precisamente ahí, entre la descomposición de lo viejo y la esperanza de lo que está por venir, es donde el Frente Amplio intenta constituirse como actor político. Con nuevos liderazgos y sacudido por las exigencias que impone la coyuntura, el frenteamplismo avanza en definiciones para un 2017 electoral y sus intervenciones y su posicionamiento han ido en aumento durante los últimos meses.

En el plano táctico, el Frente Amplio ha anunciado en prensa su intención de participar activamente en la disputa parlamentaria y presidencial. La experiencia de las municipales dejó claro que por la vía electoral es posible hacerle daño a la política binominal, aunque todavía de forma aislada. Este intento por institucionalizar los enfrentamientos, en su mejor versión, debe leerse como el inicio de un proceso mediante el cual el se proyecten expresiones o intereses sociales excluidos, heterogéneos y muchas veces despolitizados, hacia la constitución de una voluntad general transformadora que impulse políticamente una salida gradual al neoliberalismo. En ese contexto, lo importante es que la disputa electoral de este año coadyuve a la constitución de esa voluntad transformadora y radical, aún ausente y en lenta formación. Ante ello, es importante tener presente ciertos dilemas que el Frente Amplio habrá de sortear, dentro de los cuales el dilema presidencial empieza a tomar relevancia.

Se dice, a la interna, que una candidatura presidencial es fundamental para enfrentar con éxito la primera aventura electoral de la joven coalición. El argumento principal detrás de dicha tesis parece ser la necesidad de darle un sentido de totalidad a las diversas candidaturas parlamentarias frenteamplistas, las que podrían potenciarse y unificarse en torno a una candidatura presidencial, en la que se ofrezca al país una alternativa seria de gobierno, con vocación transformadora, de mayorías y que opere como un verdadero paraguas ideológico que intente ordenar políticamente a la lista parlamentaria detrás de un referente a nivel nacional. Por el contrario, se dice que abandonar la elección presidencial para centrarse en conseguir escaños en el Congreso es rehuir a la vitrina que otorga la elección y desaprovechar la oportunidad de posicionar críticas y propuestas en el debate público, teniendo presente que (todavía) no existen condiciones políticas para pensar siquiera en pasar a una segunda vuelta.

Pero hay algunas dificultades que el Frente Amplio deberá enfrentar si quiere aparecer en la papeleta presidencial de octubre. Tanto las barreras institucionales (diseñadas para excluir), como la dificultad de acordar el mecanismo de elección del eventual abanderado frenteamplista y el perfil de éste, son aristas a considerar y cuya resolución puede generar asperezas en un escenario que, a 8 meses de la elección, ya es ríspido. A eso se suma una preocupación aún mayor, al menos para quienes vemos con esperanza este nuevo referente político: la ausencia de una candidata o candidato realmente competitivo. Por la prensa suenan nombres de académicos y periodistas, de presidentes de partido y dirigentes gremiales, todos con trayectorias respetables y virtudes específicas de gran valor por sí mismas. Sin embargo, nadie concita un apoyo transversal a la interna ni una adhesión pública considerable. Y aunque no se trata de personalizar excesivamente la eventual candidatura y reconociendo en el Frente Amplio un espacio cuyas definiciones han sido, son y serán colectivas (por lo que el carácter de la candidatura probablemente también lo sea) es necesario es reconocer que la elección presidencial requiere concentrar en una persona (el o la candidata) una serie de características que, lamentablemente, ninguno de los pre-candidatos frenteamplistas reúne todavía.

En este punto vale la pena remarcar, para que no quede duda alguna, que el Frente Amplio tiene y debe mantener la intención de gobernar Chile. La pregunta es si para este ciclo electoral y en estas condiciones, esa intención debe materializarse o no en una candidatura presidencial. En mi opinión, para el escenario electoral 2017, el Frente Amplio debiera liderar una poderosa ofensiva exclusivamente parlamentaria y dedicar sus esfuerzos en definir una lista unitaria con un programa mínimo y común, construido abierta y democráticamente, que contenga un conjunto de transformaciones de transición hacia un nuevo modelo de sociedad no-neoliberal, programa que luego se desagregue para cada distrito y sus particularidades. Este programa ha de ser el programa de los y las futuras parlamentarias frenteamplistas, que a pesar de la existencia de identidades y proyectos diversos a la interna, asumen unidos el compromiso de impulsarlo en el congreso, como una nueva bancada parlamentaria, proyectando así un escenario de abierta disputa contra el régimen de la transición que dure varios ciclos electorales, hasta su derrota total.

Vista así, la construcción del programa debe ser, por sí sola, un hecho político inédito en la historia reciente de Chile. Un verdadero fenómeno social. Abrir dicha construcción a la sociedad es un imperativo democrático que en el país más neoliberal del mundo puede ser un viento fresco que limpie de a poco el aire autoritario que aún pesa sobre nuestro régimen político. Más allá de la metodología a utilizar y los límites de esta amplitud (porque hablar de ello supondría otra columna), que el programa frenteamplista sea un programa construido en un proceso de elaboración y discusión colectiva, es una oportunidad para que la ofensiva parlamentaria que aquí se propone llene los vacíos que supuestamente deja el prescindir de una candidatura presidencial. Dicho de otro modo: la importancia de un programa construido y legitimado democráticamente es que en torno a esa construcción, la sociedad pueda conocer y se haga parte del proyecto político del Frente Amplio.

A esto, debería sumarse una política comunicacional común para todas y todos los candidatos frenteamplistas en campaña, en la cual se combine creatividad, rebeldía, esperanza y responsabilidad. En ella, todos y todas las dirigentas políticas y sociales del frenteamplismo deberían tener un lugar, cuestión que permitiría visibilizar en toda su diversidad y riqueza a las organizaciones que lo componen, pero sobre todo, plantear de cara al país los lineamientos políticos generales de la fuerza y la propuesta nacional que la sustenta. El mensaje a la ciudadanía ha de ser claro: el nuestro es el camino largo de las transformaciones y para ello, una bancada parlamentaria que proyecte los intereses de los excluidos es un primer paso, de muchos otros.

En este sentido, las intervenciones nacionales más importantes del Frente Amplio (Boric, Jackson y Sharp, hasta hoy), debieran operar como verdaderos referentes para posicionar políticamente a los nuevos candidatos en escena. Su potencial es tal que, con un despliegue político-comunicacional bien diseñado, sus vocerías pueden llegar a ser tan incisivas y tan propositivas como si estuvieran inmersas formalmente en la disputa presidencial. Porque si de algo hay certezas, es que el escenario exige tener una política presidencial que, como intento defender, no es lo mismo que tener un candidato. En este sentido, los líderes frenteamplistas pueden ser quienes articulen, en principio, una fuerza social y política que desde ya se plantea en oposición a la derecha y la Nueva Mayoría, y que ofrece para eso una parrilla parlamentaria variopinta a nivel nacional, cuyas propuestas de transformación son de largo aliento. De apoyar o no a algún candidato en segunda vuelta, ni hablar: la opción es ser una oposición radical y construir condiciones para gobernar.

Obcecarse en una candidatura presidencial trae riesgos que van más allá de la siempre peligrosa marginalidad electoral (que por lo demás, no es menor); o del enorme desgaste orgánico que podría significar una campaña presidencial, considerando lo joven de la fuerza. Mucho más grave podría ser que forzar a un aparato aún frágil a convertirse en una máquina electoral a esa escala, termine resquebrajando la unidad política, sobre todo post-elecciones. Ejemplos en la izquierda chilena, existen y son recientes. Es en manejar esas fisuras que inevitablemente dejará la política como ejercicio práctico, donde el Frente Amplio se juega la posibilidad de ser un actor estable y que ofrezca una alternativa de conducción seria a la sociedad chilena en el mediano plazo. El momento político exige que la interna frenteamplista no se convierta en una tragedia palaciega de facciones o quiebres escandalosos por la prensa. Por eso, sea cual sea el escenario, romper con el vacío de ideas, el sectarismo identitario y la falta de deliberación política a la interna, son tareas esenciales para un instrumento de lucha política y social que pretende sembrar esperanzas para el Chile venidero.

Por supuesto que no es fácil construir un escenario donde sin presencia en la papeleta, el Frente Amplio de todas formas ofrezca un proyecto de país que convenza a los y las chilenas y gane terreno en la hostil política nacional. Para eso, las intervenciones frenteamplistas han de ser comunicacionalmente muy finas y el despliegue territorial organizado y metódico. La transparencia activa de la organización es también un requisito ineludible.Pero sobre todo, una ofensiva parlamentaria que pretenda instalar un relato de transformación a nivel total y al largo plazo, requiere posiciones políticas acendradas y para ello, una constante reflexión interna – colectiva y democrática – sobre la coyuntura nacional e internacional, rasgo que aún es poco característico en las fuerzas emergentes. Es preciso, por ejemplo, que el Frente Amplio prepare y reflexione desde ya sobre cómo abordar la creciente polarización interna de la Nueva Mayoría, que debata sobre las consecuencias políticas de la corrupción de Piñera y la derecha, sobre el escenario de la segunda vuelta o qué hacer en caso que no se logre inscribir la ya anunciada candidatura presidencial frenteamplista.

Para este último caso y para otros, estas líneas esperan aportar.

Alonso Bustos Parodi