Avisos Legales
Opinión

Piglia, los atrocitos y la escritura como enfermedad

Por: Jorge Díaz | Publicado: 07.03.2017
Piglia, los atrocitos y la escritura como enfermedad astrocito-neurona |
Este 2017 se inició con una triste coincidencia: el escritor argentino Ricardo Piglia muere producto de Esclerosis lateral amilotrófica (ELA) una extraña enfermedad que desencadena la completa parálisis del cuerpo pero mantiene las capacidades cognitivas intactas debido a la muerte de sus motoneuronas. Justamente esta enfermedad y sus mecanismos moleculares son el objetivo de estudio de una nueva investigación que desarrollaré como científico por los siguientes tres años.

Existen en nuestros cuerpos al menos dos tipos de células que no tienen la capacidad de dividirse ni multiplicarse durante toda nuestra vida adulta: los ovocitos o también conocidos como óvulos y las neuronas. Siempre se nos dice que debemos cuidar nuestras neuronas, promover sus conexiones con otras para formar robustas redes de complejidad, comunicaciones arbóreas o rizomáticas que crezcan como un tejido imbricado en nuestro cerebro y mejoren nuestra capacidad cognitiva y de comprensión. Las neuronas son células complejas y especializadas que necesitan comunicarse entre si para sobrevivir, conexiones mecánicas o químicas llamadas sinapsis que supuestamente nos dan placer, dolor o nos inhiben según el relato que dice que somos un cuerpo impactado por estímulos. Al ser tan complejas y comprometidas, las neuronas no tienen la capacidad de nutrirse por si mismas y para eso necesitan de otras colectividades de células para vivir. El sistema nervioso es barroco, ya nos damos cuenta. Para que sobrevivan las neuronas están los atrocitos, hermosas células del sistema nervioso central que funcionan abrazando a las neuronas para protegerlas. Los atrocitos son células con una alta capacidad plástica, cambian su forma drasticamente formando elongaciones y estructuras de locomoción con el fin de aumentar sus zonas de contacto, todo esto para que el abrazo a la neurona sea más pasional que el damos a un jefe luego de las vacaciones.

En situaciones patológicas como infecciones, accidentes o enfermedades genéticas como la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA) que sufre el físico Stephen Hawking, los atrocitos se activan con el fin de cuidar a las neuronas, extienden verdaderas plumas o espúas en los abrazos para protegerlas. En esta enfermedad las neuronas que mueren son las encargadas del movimiento corporal: las llamadas motoneuronas. Sin embargo, en los últimos años se ha demostrado que estos atrocitos tienen otras intenciones en estos contextos: cambian los abrazos por oscuros besos asesinos, es decir, en vez de nutrir y cuidar, promueven la muerte neuronal.

Hace poco, iniciando el 2017, murió el gran escritor argentino Ricardo Piglia aquejado de ELA hace varios años. Supo de su enfermedad justo cuando volvía a Argentina luego de una larga estadía en los Estados Unidos como académico. Volvía a su país a escribir y leer, a hacer de la escritura su vida. Gran parte de su obra fue escrita cuando el escritor sufría ya esta silenciosa y oportunista enfemedad. Mientras escribía, sus astrocitos activados comenzaban el coqueteo con las neuronas que mataría lentamente. Esta enfermedad afectó de tal manera la capacidad motora del escritor que lo volvió en un cuerpo solidificado incapaz de moverse pero con su capacidad cerebral intacta. Piglia declaró que en los últimos años ya no podía moverse ni menos escribir por lo que dictaba sus textos en voz alta para que fueran transcritos y publicados. Es importante en este punto pensar en Piglia y en el cuerpo que narra una generación. Devastados por una dictadura, por el alcohol, la memoria, el dolor y la enfermedad. Un cuerpo contrapuesto a las industrias del espectáculo, el comercio y cierto arte gay que ya se está instalando en las instituciones museales. Cuerpos pornográficamente sanos, full color, con sus neuronas y espermios intactos y felices.

No he leído aún los libros autobiográficos “Los diarios de Emilio Renzi” que publicó justo antes de morir pero si leí Black out de la brillante crítica cultural argentina María Moreno. Lo digo porque de alguna manera se ha hecho un simil entre estos diarios de vida de Piglia y el inclasificable libro de María Moreno que narra la desgarradora pasarela del alcohol del mundo de la intelectualidadad argentina de fines de los 60 e inicios de los 70. Un espacio de pensamiento y creación que se construía en una ciudad laica donde escritores, activistas y artistas cultivaban sus talentos en espacios por fuera de la Universidad: cines clubes, centros culturales, cines, galerías independientes y por su puesto, bares, muchos bares. El libro es el recorrido íntimo de una escritora que se hace de un lugar entre los hombres bebiendo alcohol. Para ello recurre a las crónicas, ensayos, pensamientos, citas y retratos de una época, escapándose de la clasificación literaria para armar un libro poderoso y profundamente personal. María Moreno parece romper el relato femenino de la mujer en la casa desplazándose al bar, haciendo de esos vasos de whisky y hielo un nuevo hogar. La poética de la resaca de una mujer con una madre doctora en química y un padre de dientes destrozados. Además de la fuerte insistencia generacional que emparenta el libro de Moreno con los libros de Piglia, existe la relación de ambos autores narrando cuerpos enfermos: uno por el acohol y otro por los astrocitos asesinos.

La muerte del escritor me afectó particularmente pues es una triste coincidencia: este año comienzo una investigación por tres años donde estudiaré este fenómeno de activación y muerte neuronal. Mi proyecto consiste en re-programar molecularmente a los atrocitos y así impedir que estos asesinen a las neuronas motoras enfocándome particularmente en la ELS como modelo clave para comprender este fenómeno tan complejo y nocivo. Muere Piglia de ELS en el mismo año donde comienzo mi investigación de la enfermedad. Es paradógico, pero en este mundo de moléculas y células donde vivo gran parte de mis días pareciera que se olvida la importancia social que tiene estudiar las enfermedades. Creo que pensaré en el cuerpo de Piglia cuando esté en esos difíciles momentos de la investigación, en su capacidad narrativa y en su brillante cerebro que nunca se apagó. En todos estos atrocitos activándose lentamente y destrozando sus motoneuronas, dejándonos sin una de las más relevantes voces de latinoamérica que hasta el último minuto quiso seguir con su escritura.

Pensaré en la escritura y en Piglia y en esta tarea que tenemos como científicos: encontrar aunque sea una pequeña esperanza para mantener nuestra perpetua respiración artificial.

Jorge Díaz