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Opinión

Pedro Montt, el último de una dinastía

Por: Rodrigo Reyes Sangermani | Publicado: 28.03.2017
Pedro Montt, el último de una dinastía |
En 1910, a un año de terminar su mandato, Montt enfermo y decaído, quizás hasta tenía depresión, tomó la decisión de pedir un permiso constitucional y viajar a Europa a descansar y recuperarse.

Pedro Montt es un personaje muy curioso de la historia chilena del S. XX. Fue hijo del presidente Manuel Montt, hombre muy conservador, no necesariamente desde el punto de vista religioso, que lo era, sino más bien cultural. Austero, casi asceta diría. Pese a ello en un momento de su gobierno prefirió gobernar con liberales y radicales. Ya había sido candidato presidencial en 1901, pero le ganó Germán Riesco, despreciado por los monttistas por considerarlo sin mayor vuelo intelectual ni trayectoria política, fue ése un duro golpe para Montt. En 1906 le tocó asumir tras el terremoto de Valparaíso en las postrimerías de la administración de Riesco, la ardua tarea de la reconstrucción.

Su gobierno se concentró en poner orden en el país tras la pésima gestión de su antecesor. Promovió la que el ferrocarril uniera norte y sur en una extensa red longitudinal, red que le sobrevivió apenas 60 años. Fue él quien dio las instrucciones para que en Iquique y en todo el norte calichero imperara el orden por las crecientes y “preocupantes” protestas obreras que tenían casi paralizadas las minas de salitreras.

El restablecimiento del orden fue interpretado a sangre por el general Roberto Silva Renard, que primero hizo que dispararan contra los cabecillas del movimiento, y luego, contra los restantes trabajadores y sus familias atrincherados en la histórica Escuela Santa María. Es nebulosa la cifra, 500, 1.000, 2.000, 3.000 muertos… 2.200 es la cifra oficial, una masacre. La Cámara de Diputados inició una investigación que no llevó a nada.

En 1910, a un año de terminar su mandato, Montt enfermo y decaído, quizás hasta tenía depresión, tomó la decisión de pedir un permiso constitucional y viajar a Europa a descansar y recuperarse. Existen sabrosos relatos de ese periplo, cuyo largo viaje en barco, con las consiguientes actividades de despedida y las retretas de bienvenida en cada puerto, lo llevó al puerto de Bremen. Allí, más enfermo que como partió, falleció en el hotel que lo hospedaba el mismo día de su desembarco.

En Chile cundió la congoja. Antes que sus restos fueran repatriados se hizo una solemne misa en la catedral de Santiago, donde el vicepresidente Elías Fernández Albano agarro un fuerte resfrío. Pocos días después, despuntando los volantines y las cuecas de fiestas patrias, Fernández Albano fallecía producto del funesto resfrío de la catedral.

En las postrimerías del primer siglo de vida independiente, Chile no tenía presidente. Dos se habían ido casi juntos. El terremoto, la muerte de los presidentes, los movimientos sociales que amenazaban la tranquilidad de la oligarquía, la crisis del parlamentarismo, la situación económica no fue el mejor clima para nuestro primer centenario. Escarapelas enlutadas, música marchita en las chinganas, el cuerpo de Montt esperando frío volver a su tierra lejana.

Ese Montt fue el último de una dinastía, el personaje de una época ida. Casi con él se acaba el siglo que comenzaría pocos años después con Alessandri desestructurando el Chile decimonónico.

Esa memoria es la que conmemora la avenida más importante de Valparaíso.

Quizás sea oportuno y mejor sería hacerlo ahora con la viola chilensis.

Rodrigo Reyes Sangermani