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Crónicas militantes populares III: La bienal del maestro Waldo

Por: Freddy Urbano | Publicado: 31.03.2017
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El maestro Waldo era un colaborador de la máxima confianza para los dirigentes de izquierda en el sector. Era un hombre de personalidad retraída y discreto en sus conversaciones cotidianas. En reiteradas ocasiones, nos señalaba que él no se identificaba con partido político alguno: más bien se consideraba un militante social, cristiano y de izquierda.

En las semanas previas a la séptima protesta nacional anunciada para el veintisiete de marzo de mil nueve ochenta y cuatro, la población experimentaba un ambiente de vulnerabilidad. La dictadura había aumentado el contingente de policías y militares en las calles. En el exordio de esa jornada, tanto dirigentes sociales como militantes debieron extremar las medidas de seguridad, en un escenario de detenciones a dirigentes nacionales de la oposición a la dictadura de Pinochet. La detención del doctor Manuel Almeyda, presidente del Movimiento Democrático Popular (MDP), y la violenta golpiza a Jorge Lavanderos, líder del “Proyecto de Desarrollo Nacional” (PRODEN), generaron una atmósfera de pavor entre los pobladores, y en los propios dirigentes proliferó un clima titubeante que impidió reunirse para coordinar las actividades de ese día.

Entre los participantes activos de las organizaciones sociales, había un vecino muy apreciado por los dirigentes de las corrientes políticas de izquierda: el maestro Waldo era un albañil de la construcción, que en aquella época había forjado una relación laboral estrecha con los vecinos. Él era quien solucionaba las grietas y socavones de las casas del barrio; sus herramientas de trabajo –espátulas, pala, martillo entre otras–, las mantenía con frecuencia en la parte trasera de su Citroneta. Cotidianamente, se le veía trasladando sacos de cemento y arena para reparar alguna emergencia del vecindario. Pero además, entre sus herramientas mantenía una máquina de impresión a esténcil, que él traslada a diferentes domicilios para que los compañeros militantes pudieran reproducir propaganda política para las jornadas de protesta nacional.

El maestro Waldo era un colaborador de la máxima confianza para los dirigentes de izquierda en el sector. Era un hombre de personalidad retraída y discreto en sus conversaciones cotidianas. En reiteradas ocasiones, nos señalaba que él no se identificaba con partido político alguno: más bien se consideraba un militante social, cristiano y de izquierda. Su motivación era cooperar sin mediar obediencia a una orgánica política; e incluso, en el mes de febrero de ese año, puso a disposición de los dirigentes sociales su Citroneta, para trasportar a los dirigentes políticos locales al Encuentro Nacional del MDP. En los círculos sociales y políticos, el maestro Waldo era un indispensable en la movilidad de los militantes, y a la vez, un colaborador de nobleza contumaz en un clima infectado por la desconfianza.

Su labor para la época resultó de vital trascendencia, ya que su Citroneta era una especie de despensa ambulante de material ideológico de los partidos y de propaganda para los mítines sociales y políticos planeados. Pero el maestro Waldo se volvió más imprescindible aún al facilitar una pequeña casa, construida por él mismo a fines de los años setenta, en el patio interior de la casa de sus padres. El maestro Waldo puso su empeño y voluntad en construir esa casa con la mayor prontitud posible, porque en esas fechas su hermana había contraído matrimonio y requería una vivienda para habitar. Se comentaba que en su Citroneta recién adquirida trasladó sacos y sacos de cemento y arena para culminar la obra, que duró aproximadamente unos cuatro meses. Era una vivienda muy firme, porque el maestro Waldo fue particularmente cuidadoso en aplicar muy bien las mezclas para el cimiento, y utilizar los ladrillos adecuados para su construcción.

La casa la construyó en el rincón del patio, aprovechando sabiamente las paredes del sector sur y este –colindantes con la casa de los otros vecinos–, con la finalidad de rebajar los costos en dinero a sus familiares. Sin embargo, al finalizar la obra, la casa exhibía una imagen aparentemente gibosa. Sus paredes se veían serpenteante y ondulantes… y lo más significativo: su construcción sólo poseía una puerta al lado norte de la casa y dos ventanas hacia su lado oeste. Pero lo desconcertante era su interior: su única puerta de entrada al domicilio se localizaba en el baño y en la pieza siguiente, de norte a sur, la cocina; en la siguiente, los dormitorios, y al final de la casa se encontraba la sala de estar.

Sus familiares habitaron aquella casa durante un año, y posteriormente fue ofrecida al maestro Waldo, que según sus padres y hermanas, era quien comprendía mejor la distribución de sus espacios. El maestro se había transformado en un innovador arquitectónico para la población, y sus amigos veían en esa casa algo no comprensible para la época, pero que a su vez resultó ser una vivienda de seguridad para las reuniones de núcleos socialistas y de células comunistas. En variadas ocasiones, llegaron policías a visitar la casa porque los vecinos denunciaban ruidos molestos alrededor. Eran visitas de rutina en que los policías iban a advertir al maestro Waldo que disminuyese el bullicio ante la posibilidad de una multa municipal.

El día previo al veintisiete de marzo, dirigentes sociales y políticos de la población se reunieron en la sala de estar de la casa del maestro Waldo. Al parecer, sin percatarse, los dirigentes se enfrascaron en una discusión acalorada que provocó que los vecinos los denunciaran a la policía por alborotos desmesurados. Sin pérdida de tiempo, los policías retornaron al lugar y golpearon la puerta: el maestro Waldo, con una serenidad pasmosa, atendió a los policías nuevamente en la entrada de la casa. Pero esta vez uno de los policías, en una observación más detenida, vio un lavamanos cerca de la puerta y  preguntó desconcertado al maestro: “¿Por qué usted tiene el baño en la puerta de entrada?”. Se produjo un silencio momentáneo, y don Waldo contestó en forma osada –cosa no habitual en él: “Porque tú entras con toda la suciedad de la sociedad, y la entrada por el lavamanos es una manera de limpiarse de lo que hay afuera”. La respuesta desconcertó a los policías, lo que los motivó a ingresar al domicilio.

Entretanto, los dirigentes escondidos en la sala de estar se mantenían inmóviles y en un silencio sepulcral… los policías ingresaron por el baño e inmediatamente mostraron su desagrado por el fuerte olor a orina, y en la pieza siguiente, un aroma a vianda recién cocinada; uno de los policías manifestó una clara señal de malestar que lo llevó a regurgitar en el baño. Los policías, al ver a su colega padecer con el ambiente de la casa, desistieron de seguir incursionado en las habitaciones y decidieron retirarse y cursar nuevamente una multa al maestro, por ruidos molestos. Los militantes, escondidos en el último lugar de la casa, se relajaron y continuaron organizando las actividades para la jornada de protesta.

En los años siguientes, la casa del maestro Waldo se constituyó no sólo en un espacio seguro de reunión política, sino además se convirtió en un patrimonio de la arquitectura del militante popular. Su casa de carácter “intimista” confundía a los especialistas en construcción, muy habituados a los cánones convencionales de edificación. En esos años, militantes foráneos de partidos de izquierda visitaron la casa, transformada en un tour clandestino de la innovación poblacional, y que puso a prueba su fortaleza en marzo del ochenta y cinco, con el terremoto que destruyó una gran cantidad de viviendas construidas en los años sesenta: la casa del maestro Waldo ni siquiera tuvo grietas en sus paredes, y se mantuvo inalterable frente a los destrozos provocados por la gran intensidad del sismo.

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