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Opinión

Ezzati, ya no puedo ir a tu Iglesia

Por: Richard Sandoval | Publicado: 09.04.2017
Ezzati, ya no puedo ir a tu Iglesia A_UNO_745733_67e5c |
Mientras el encubrimiento del abuso sea una constante, mientras se tire la basura debajo de la alfombra, mientras vayan al congreso a decir que no a cualquier petición de derechos por parte de un grupo discriminado, no puedo ir a tu iglesia, Ezzati.

Domingo de ramos. Hoy pasé frente a la catedral, junto a varias señoras y jóvenes afirmados de un ramito lleno de fe, y me sentí tan lejos de ahí. Miré a la iglesia y me sentí tan distante, reacio, negado a asistir con mi humanidad a un templo que ha demostrado potenciar y encubrir tantas injusticias. Yo no voy ir con un ramo –me dije-, como lo hacía cuando niño endeble, a recibir la bendición de un obispo del Opus Dei, no voy a entrar con mi ramo humilde a la casa del sacerdote Juan Ignacio González, ese que dice que la homosexualidad es una ideología y que hay que rechazar la despenalización del aborto, ese que no hizo caso a las peticiones de los precarizados trabajadores de su hospital Parroquial, ese que afirmó que, si se aprueba la legislación sobre el aborto, en su hospital no se va a realizar ninguno.

No, en esa iglesia yo no creo, aseguro mientras avanzan los fieles y sus ramas verdes dando la bienvenida a Jesús. No puedo creer más en el chantaje del pecado, en la religión que busca impedir que una mujer pobre decida no tener más críos pobres, la religión que prefiere que una niña de once años violada por su padrastro dé a luz en lugar de evitar más riesgo y dolor. No puedo creer más en la redención de los que levantan colegios para asegurar que la mano de obra siga siendo su eterna mano de obra y los hijos de gerentes mueran como gerentes. No puedo acudir con mi alma débil, necesitada de gozo, a la institución que hoy enfrenta dos acusaciones judiciales por no proteger a los abusados en sus claustros y parroquias. No puedo creer en la Iglesia de los arzobispos Errázuriz y Ezzati, esos que en correos electrónicos hablaron de Juan Carlos Cruz y James Hamilton como serpientes mentirosas. No puedo presentar mi ramo, para recibir paz y perdón, ante la iglesia acusada hoy por una monja violada, una monja que denuncia presiones y hostigamientos luego del despojo, en lugar de acogida y respaldo. Una monja violada a la que Ezzati le responde que “cada persona tiene que hacerse responsable de la vida que ha engendrado”. Respeto a la señora del barrio que permanece intacta en su devoción, respeto su cristianismo cotidiano dando gracias en la mesa y escuchando la radio María a toda hora, su convicción plena en que en los sacerdotes habla Cristo, pero yo ya no puedo ir.

No puedo ir al domingo de ramos en la catedral de Osorno. No puedo luego de entrevistar a Juan Carlos Cruz y escucharle decir, llorando, que el obispo Barros era testigo directo de los abusos que Karadima le hacía a su inocencia. No puedo ir al domingo de ramos de una iglesia que no sólo apoya a ese obispo acusado de encubridor, sino que también se burla de las víctimas, las trata de tontas, de “zurdos”, en palabras del propio Papa Francisco. A la fiesta de esa iglesia, ya no puedo ir, como muchos otros tampoco quieren, espantados, desencantados por nada más que la verdad, asqueados por comprender cómo para esta Iglesia se pagan las violaciones perpetradas por sus miembros; con retiro, con descanso, con el doble de rezos, con cien padres nuestros, mientras los ultrajados, esos a los que casi les jodieron la vida, reciben portazos en la cara cuando buscan por lo menos una indemnización económica por el tremendo daño causado.

Ya no puedo ir al domingo de ramos de la Iglesia que, en sus colegios, deja en la calle a los hijos de padres separados. No puedo ir al domingo de ramos que no da la comunión a los hombres y mujeres que se han divorciado. Ya no puedo asistir a la ceremonia donde la celebración y la autoridad la ejercen los que acusan al diferente, los que denunciaron ante El Vaticano a Felipe Berríos por decir que “dios está orgulloso de los homosexuales”, los que acusaron a Mariano Puga, el cura obrero, por decir que “la Iglesia, en vez de ser la que destruía el concepto de clases, lo fortaleció: colegios para los pobres, otros para los indígenas, otros para la clase alta”. Ya no puedo ir a la fiesta de ramos de la iglesia dirigida por los que denuncian ante dios en la tierra, el Papa, a José Aldunate, por declarar que “el homosexual tiene derecho a amar y compartir su vida con otra persona”.

A esa iglesia conservadora, la de Rafael Villena, el sacerdote de Talca que renuncia justo cuando lo van a empezar a enjuiciar por una acusación de abuso, la iglesia que le dice a un niño homosexual que su rareza tiene que cambiar, la que pisotea en la miseria al abusado tratándolo de “lobo” –como lo hizo Errázuriz con Cruz-, la que no le cree a los violados, pero sí a los acosadores, ya no puedo ir. Al domingo de ramos de los curas que dan valor moral y divino a la injusticia, a la diferencia de clases, ya no puedo pedir la bendición que me dé tregua. No me nace, no la quiero, no la acepto. A esa bendición ahora la sospecho, le exijo la verdad, le pido explicaciones por tantas muertes avaladas por sus designios, por su dedo apuntado durante siglos contra las mujeres adulteras y los adolescentes “desviados”.

Sé que dios es, para muchos, una necesidad, un cobijo, un consuelo, una esperanza. Por eso miles hoy lo recibieron con sus ramas verdes, agradecidos, arregladitos, como lo vienen haciendo desde hace tantos años. Y en la búsqueda de su plenitud, están en su derecho, y enhorabuena que cuenten con ese soporte. Pero con tanta verdad en los rostros de los líderes de la institución, verdad que los desnuda en la perpetuación del abuso, en el rechazo del soporte a los atacados por sus discípulos, yo ya no puedo. Hace rato que no puedo.

Sé que no estoy descubriendo la pólvora, sé que son milenios los de la ejecución del poder de esta Iglesia, matando y persiguiendo en nombre de dios, pero es hoy, mirando el rostro cínico de monseñor Ezzatti y sus obispos, que la inconsistencia de su moral me perturba, me enrabia, me activa para decir a la institución que ha construido una militancia sistémica homofóbica, que ya no puedo ir a su iglesia. Mientras el encubrimiento del abuso sea una constante, mientras se tire la basura debajo de la alfombra, mientras vayan al congreso a decir que no a cualquier petición de derechos por parte de un grupo discriminado, no puedo ir a tu iglesia, Ezzati. Y es una lástima que el statu quo del poder católico, el representado con fuerza por Errázuriz y Ezzati, empañen el amor honesto y la entrega genuina de millones de fieles que desde el anonimato buscan acercarse al verdadero espíritu de la bondad de Jesús, ese al que de niño también fui a recibir un domingo de ramos, ese que jamás negaría el consuelo y la reparación a un despojado de su dignidad.

Ezzati, que a esta hora te preparas para combatir el proyecto de matrimonio igualitario que se viene, yo ya no puedo ir a tu Iglesia.

Richard Sandoval