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Crónicas militantes rurales: En el silencio de los campos de Parral

Por: Vladimir Rivera | Publicado: 19.05.2017
Crónicas militantes rurales: En el silencio de los campos de Parral parral |
Esa mañana, canícula de verano en Parral, mi abuelo se levantó al alba como solía hacerlo. Se lavó en la batea que estaba al fondo del sitio, se afeitó. Se puso su traje de huaso y su sombrero de fiesta y se fue a votar. Yo fui con él. Algunas personas le decían en la calle: no haga tonteras, recuerde que tiene familia. Pero mi abuelo iba decidido a votar por el no.

Mi abuelo era una persona silenciosa, eso mismo lo hacía misterioso. Cuando yo lo conocía ya era anciano. El fue padre después de los 40, por lo que ser abuelo le llegó también tarde. Alto, rostro anguloso, pómulos pronunciados, vestido de huaso de salón. Ojos pardos. Era jubilado y fanáticos de las carreras a la chilena. Ahora entiendo que eran carreras semi ilegales. Le gustaba sentarse bajo el parrón, armar su cigarro de tabaco, cruzar sus piernas y mirar la vacío tardes enteras. Cada fecha de pago, nos hacía formar a mí y a mis primos y nos daba una moneda. «El pago»- le decíamos y cada domingo, cada uno de los nietos lo acompañaba a las carreras: Retiro, Longaví, Talquita, Copihue, Romeral, Catillo, eran los lugares donde se realizaban. Nos íbamos en taxi. Nos poníamos nuestra mejor ropa y lo acompañábamos. Para nosotros era todo un premio ya que ir con él, significaba una tarde de helado, bebida, empanadas. Sin embargo, a pesar de estar tardes enteras junto a él, no era mucho más lo que lográbamos saber de su pasado. Tenía una hermana que vivía cerca de la casa, pero nunca se hablaban. Ella llevaba un apellido distinto. Sus hijos me decían primo, y yo, a esa edad, no lograba entender el parentesco.

Una vez nos contó que cuando era joven había sido cuatrero, y que iba con el ganado desde Chile y Argentina y viceversa. Compraba y vendía ovinos, bovinos, lo que fuera. Una vez quedó atrapado en la nieve. Se quedaron en un refugio mientras pasaba el viento blanco. Lo que pensaban sería un par de horas, se transformó en días. Quizás 15 ó 20. Se tuvieron que comer un gato que encontraron.

Con los años, se hizo capataz en un fundo. Su dueño era un reconocido hombre de derecha. Su nieto hoy es diputado de la UDI por Parral. Mi abuelo también era de derecha. En su velador tenía una piocha del Partido Nacional. Algunas personas dicen que era terrible, que acostumbraba a sacar muy rápido el ramal. Una vez, en venganza, unos gañanes lo salieron a asaltar y lo dejaron votado en una acequia, pero una señora lo encontró, dos días después, desangrado, pero vivo. No le temía a nada ni nadie, y so había que defender las cosas del patrón, mi abuelo era el primer.

Sin embargo, las cosas se le comenzaron a complicar post golpe de estado. Mi abuela fue tomada detenida simplemente porque tenía un restaurante para parroquianos cuyo nombre era «Cuba Libre». Una vez que la soltaron, después de haberla torturado, le cambió el nombre a Las Perdices. A otro tío lo tomaron detenido, le pusieron electricidad en los testículos. A mi papá lo tomaron detenido y luego lo hicieron desaparecer a los 21 años de edad. Uno a uno la gente, los vecinos de Arrau Méndez fueron siendo víctimas de la dictadura. Una ciudad pequeña siendo diezmada por la limpieza de sus propios vecinos.

Cuando vino el plebiscito de la constitución del 80, la gente tenía miedo. Una tía, hija de madre torturada, se había hecho fanática de Pinochet. Lo adoraba. Tenía un poster en su casa. Se hizo de Cema Chile, iba a Talca, o Chillán, donde fuera que estuviera el dictador, ella llegaba con su poster a apoyarlo. Nunca hubo manera de hacerla entender que estaba equivocada. La noche anterior fue a mi casa. Le dijo a mi mamá, a mi abuelo, que no fueran a votar por el NO, que los votos estaban marcados, que habían cámaras, que los matarían; todos argumentos enfocados a infundir miedo.

Sin embargo, esa mañana, canícula de verano en Parral, mi abuelo se levantó al alba como solía hacerlo. Se lavó en la batea que estaba al fondo del sitio, se afeitó. Se puso su traje de huaso y su sombrero de fiesta y se fue a votar. Yo fui con él. Algunas personas le decían en la calle: no haga tonteras, recuerde que tiene familia. Pero mi abuelo iba decidido a votar por el no. Apenas llegamos lo esperé en los asientos que estaban afuera de la escuela que era centro de votación. Hacía calor. Mi abuelo entró al lugar y me quedé esperándolo. Quizás 10 minutos, quizás 30. No tuve miedo, mi abuelo era una especie de ser invencible para mí. Lo más probable era que mi abuelo pensase en su hija en el exilio a quien no vería regresar, a sus nietos que nacieron fuera y no conoció. O quizás, frente al voto en blanco, pensó en su hija viuda y en esos vástagos, marcados por la ausencia; quizás pensó en sí mismo, perdido en los campos cuidando «el ganado ajeno». Apenas salió, me invitó a tomar un helado.

Cuando regresamos a casa, tomó su piocha del Partido Nacional y dijo: «Pensaba botarla, pero mejor la guardo, sólo para recordarme lo huevón que uno puede ser en la vida».

Se sentó bajo el parrón y se quedó en silencio, como siempre.

Vladimir Rivera