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Crónicas militantes populares VIII: El arcoíris en el tierral

Por: Freddy Urbano | Publicado: 26.05.2017
Crónicas militantes populares VIII: El arcoíris en el tierral PPD No |
Nuestro compañero lanzó frases que, de algún modo, serían una sentencia de lo que estaba por venir: “Mi único temor es que las luchas políticas y sociales que hemos llevado en estos años contra la dictadura se evaporen en democracia, y que ni siquiera un recuerdo de ellas sirva en algo para contener probables prácticas políticas de izquierda que tiendan a una corrupción con el modelo económico capitalista. Tengo miedo, no sólo al abandono de la política, sino que tengo la sensación de que nos van a transformar en consumidores de esperanza y en adictos a la promesa”.

En los inicios del año mil novecientos ochenta y ocho, dos dirigentes sociales –un militante del socialismo almeydista, y otro de la Izquierda Cristiana– convocaron a los pobladores a un encuentro de conversación barrial.

El tono político de aquella convocatoria era radicalmente distinto a lo que hasta entonces habían pregonado estos dirigentes en la lucha anti-dictatorial. En ese momento, ambos líderes plantearon a los concurrentes que las condiciones políticas y sociales del país habían cambiado, y que una lucha insurreccional contra el pinochetismo no garantizaba el derrocamiento del dictador: sostenían que la única fórmula política efectiva para su derrota era por la vía electoral.

Este impensado encuentro no sólo detonó una confrontación de opiniones entre los dirigentes políticos y los líderes sociales, sino que también atoró el entusiasmo que hasta ese momento abundaba en el ambiente poblacional. Repentinamente, dicho encuentro produjo una retracción de las iniciativas colectivas en los espacios comunes del barrio: ese año comenzó a manifestarse una sutil fisura en las actividades comunitarias y, al transcurrir algunos meses, pudo apreciarse una notoria fragmentación social. De algún modo, esta evidente división pública entre sus dirigentes erosionó significativamente aquella atmósfera de hospitalidad que rondaba en sus reuniones y mítines barriales.

Poco a poco, las relaciones entre los militantes locales de izquierda se deterioraron, y muy pronto se pudo palpar en cada encuentro comunitario un ambiente tenso y convulsionado. En marzo de aquel año, al interior del barrio se terminó de consumar el desmembramiento del trabajo político-social conjunto que estos militantes habían llevado a cabo en los últimos cinco años. Las posiciones políticas ante la coyuntura electoral próxima se tornaron irreconciliables, algo que desencadenó un debilitamiento de la fuerza social que habían exhibido sus organizaciones en la calle. En particular, los militantes jóvenes manifestaron inmediatamente su rechazo a integrarse a las actividades electorales de los socialistas, la Izquierda Cristiana y los mapucistas, entre otros. A la vez, persistieron en sus acciones políticas para desmarcarse de una eventual participación de los equipos de trabajo de esa campaña.

En el transcurso de varios encuentros convocados a propósito de la campaña del “No” para el plebiscito de octubre, volvió a aparecer aquella joven militante de las Juventudes Comunistas que nos había deslumbrado con sus análisis políticos, hace cuatro años atrás. Ella seguía manteniendo intacto ese tono convincente en su alocución, salvo que esta vez no logró cautivar del todo a aquellos jóvenes compañeros, que miraban con desconfianza y distancia la aventura electoral. En su extendido discurso de aquel día, estaba ausente aquella pasión que la había caracterizado en el pasado reciente: más bien era una monserga de frases políticas prefabricadas que buscaban persuadir a algún joven que participaba del evento. Para el asombro de nosotros, y en particular de nuestro compañero –en quien todavía persistía alguna admiración–, la compañera Laura ya no era militante de las Juventudes Comunistas, sino que se presentó en aquella oportunidad como una militante del “Partido Por la Democracia”, una colectividad nueva fundada endiciembre de mil novecientos ochenta y siete.

Para entonces, nuestro compañero se había trasformado en un cuadro político potente y su caudal de conocimiento lo había situado como unos de los eruditos en el ambiente militante del barrio. En los últimos tres años había organizado grupos de lectura con textos de Carlos Marx y una serie de encuentros de conversación vecinal sobre la coyuntura política. Él fue uno de los militantes que rápidamente tomó distancia de la inclinación por la vía electoral que asumieron algunos dirigentes locales. Su voz era muy respetada en la comunidad barrial, y sus análisis del acontecer político eran escuchados con atención. Por eso, la aparición de la compañera Laura había reavivado quizás esos encuentros políticos de hace cuatro años, pero esta vez se encontraba con un oponente ideológicamente calificado para contrastar sus nuevas tesis de las bondades de la democracia post dictadura.

Por cierto, una parte importante del barrio se sintió atraída por aquella banda multicolor que se había constituido para sumar pobladores a la campaña del “No”. Las persistentes lluvias del mes de junio de ese año sintonizaban con aquella consigna electoral del arcoíris, en momentos en que la humedad ambiental del invierno dejaba caer las últimas gotas de agua y un pequeño rayo de luz reflejaba esos colores en el cielo. Nuestro compañero reflexionaba agudamente en voz alta y decía: “Hasta la naturaleza se trasforma en cómplice de la traición de estos indecorosos compañeros”.

En aquel momento, nuestro compañero era la esperanza que teníamos para contrarrestar el poderío exhibido por los partidarios de la vía electoral. En variadas reuniones de debate, la compañera Laura y él confrontaron sus análisis de la coyuntura política, y esos cruces de palabras en muchas ocasiones era un soliloquio entre dos. Por un lado, la compañera Laura con su discurso del “todo cambia”, de la crisis de los socialismos reales y de una perentoria política del pragmatismo: su tono ya no mostraba esos análisis ideológicos de antaño, y en ese momento su discurso técnico y distante diluyó la admiración que alguna vez habíamos profesado por ella. En sus peroratas había una presunción de superioridad, y el excesivo tecnicismo de su lenguaje buscaba ser un mecanismo efectivo para imponer sus ideas.

En un tono más reflexivo, nuestro compañero interpelaba al discurso tecnócrata de la compañera Laura. En ese instante, su alegato giraba en torno a los peligros de un apagón brutal de la actividad social en los sectores populares, y alimentaba sus sospechas de un cambio de piel por parte de esta izquierda entusiasta  con su participación en la incipiente “Concertación de Partidos por la Democracia”.

La lucidez de sus palabras fue dibujando un paisaje del país de los ’90, en que el abandono político y la traición ideológica serían determinantes en la entrada a una nueva marginalidad social y política de las poblaciones, ahora con el aval de una institucionalidad democrática que supuestamente estaría al lado de ellos. Nuestro compañero lanzó frases claves que, de algún modo, serían una sentencia de lo que estaba por venir: “Mi único temor es que las luchas políticas y sociales que hemos llevado en estos años contra la dictadura se evaporen en democracia, y que ni siquiera un recuerdo de ellas sirva en algo para contener probables prácticas políticas de izquierda que tiendan a una corrupción con el modelo económico capitalista. Tengo miedo, no sólo al abandono de la política, sino que tengo la sensación de que nos van a transformar en consumidores de esperanza y en adictos a la promesa”.

A pesar de su visión preclara para advertir un escenario devastador para las organizaciones populares, su discurso no logró seducir a la gran mayoría de los pobladores, quienes vieron en la gesta plebiscitaria una oportunidad efectiva de sacar del poder al dictador. Y la compañera Laura, vestida de tecnócrata y calificada como una profesional de exportación, había derrotado una vez más a nuestro compañero.   

Freddy Urbano