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Crónicas Militantes Populares X: Un porvenir a la deriva

Por: Freddy Urbano | Publicado: 22.06.2017
Crónicas Militantes Populares X: Un porvenir a la deriva Captura de pantalla 2017-06-21 a las 18.55.04 | Memoria Chilena
“La ansiada democracia que se nos viene, no nos va extinguir mágicamente el hambre que sufren los niños, ni menos va a desaparecer la marginalidad que hemos vivido en estos años… debemos seguir organizados, es lo único que nos distingue de otros sectores de la sociedad”, decía el Maestro Waldo.

En las semanas posteriores al plebiscito del 5 de octubre, una quietud inusual sobrevino tras la vorágine de actividades sociales que acompañaron el ambiente poblacional. Una resaca colectiva infectó aquellas voluntades barriales, que tras aquel desatado festejo, cayeron en una inacción que se hizo evidente en calles y pasajes. Notoriamente, disminuyeron las acciones solidarias y una extraña desmovilización se apoderó de aquellas organizaciones de pobladores que fueron la insignia de la lucha social y política contra la dictadura. Así también, las militancias políticas de izquierda exhibieron una llamativa disminución de sus actividades partidarias en el barrio, manifestándose a la vez una evidente ausencia de sus militantes en las reuniones de las organizaciones comunitarias.

Incrédulos y desconfiados de las promesas ofrecidas tras el triunfo del “No”, algunos líderes sociales aunaron esfuerzos para mantener el funcionamiento de sus organizaciones ante una elocuente disminución de la participación de pobladores en sus convocatorias. Entonces marcó una diferencia significativa nuestro joven compañero, quien lideró una oposición contra aquellos dirigentes que se sumaron a la campaña del “No”, y fue él quien mostró una sorprendente capacidad para contrarrestar los poderosos argumentos electorales de los militantes de la recién creada Concertación de Partidos por la Democracia. Tenía la sensación de que aquel eslogan de “la alegría ya viene” encerraba una trampa para los pobladores, y señalaba: “Esto puede ser una alegría bipolar, que por un lado nos invita a un supuesto festejo de la democracia, y por el otro, nos aplica su indiferencia. Es una invitación a una fiesta a la que muy pronto se nos hará evidente que no habíamos sido invitados”.

Por otra parte, estaba el Maestro Waldo, quien seguía siendo un activista de las acciones solidarias. No le interesaban las disputas políticas entre los dirigentes sociales, su preocupación era que el barrio no perdiera la energía y la vitalidad que habían expresado las organizaciones en los últimos años. Él decía: “La ansiada democracia que se nos viene, no nos va extinguir mágicamente el hambre que sufren los niños, ni menos va a desaparecer la marginalidad que hemos vivido en estos años… debemos seguir organizados, es lo único que nos distingue de otros sectores de la sociedad”.

Una natural convergencia unió a nuestro compañero y al Maestro Waldo en la tarea de preservar la actividad social en el barrio, durante los meses de enero y febrero de 1989. El maestro facilitaba su automóvil para el transporte de confites y materiales en la organización de “Colonias Urbanas” –actividades recreativas para los niños del barrio–, y habitualmente se le veía en su “Citroneta”, trasladando a los jóvenes para las actividades con los niños en la plaza del sector.

Sin embargo, algunos dirigentes y pobladores desconfiaban de estas acciones organizadas por los jóvenes, y tenían la convicción de que tras ellas se refugiaban grupos subversivos. Sobre todo, les llamaba la atención que el Maestro Waldo participara con estos grupos, siendo que él era visto como un poblador moderado y conciliador respecto de las confrontaciones políticas que en el pasado habían existido entre los dirigentes locales.

Antes de la elección presidencial de diciembre, se manifestaron variados encuentros entre los pobladores, que volvieron a reavivar disputas ideológicas sobre la coyuntura política: mientras algunos dirigentes concertacionistas intentaban seducir a pobladores escépticos con la campaña presidencial, los jóvenes organizados en los centros culturales mostraban su disgusto con estos dirigentes, acusándolos de traidores.

En una de estas reuniones, nuestro compañero insistía en su reflexión a propósito de los peligros que podía encerrar la venidera democracia post dictadura: “No se olviden compañeros, que nos van a transformar en presa fácil de las tenazas electorales y sólo sentiremos su compañía cuando se vuelvan a recrear las fiestas del voto. Ahí, estos astutos maestros de la política práctica se transformarán en hábiles Testigos de Jehová entregando trípticos en cada puerta del barrio, y se sacarán fotos con una sonrisa forzada en el tránsito de las ferias libres. Estamos presenciando el fin de la política como el arte de la organización social, y se está gestando el arte de una política mediática, donde sólo importa quien se ve mejor en carteles y propagandas televisivas”.

En una persistente discusión sobre el destino de la política y los efectos que ésta tendría sobre la vida de las organizaciones sociales, nuestro compañero seguía entregando conceptos claves y frases decidoras sobre los riesgos que sacudirían a nuestra vida cotidiana en el barrio. Decía: “La política tiene ese doble rostro: uno ideal, que es un vehículo atractivo no sólo para resistir a la injusticia social sino también para imaginar ese mundo que buscamos ser, a pesar de la cruda realidad en que vivimos; y está ese otro rostro, de lo práctico en que se tienta y se acomoda a los intereses pequeños de los afanes individuales. Desconfío de lo que viene, porque presiento que detrás de la fiesta electoral que nos han mostrado, se esconde una alegría traicionera y veleidosa, sin percatarnos que mientras transcurra su proyecto, las promesas pactadas al calor de la campaña van a quedar como un recuerdo ingrato y, sobre todo, como una estafa a la voluntad de aquellos compañeros que entregaron su vida para derrocar al dictador. Esta experiencia sólo va a consumar la desconfianza de la política y va a diluir aquellas voluntades épicas que en algún momento forjaron una fuerza social conmovedora”.

Esos meses fueron de confrontación política entre pobladores, pero además se adicionó una profunda fragmentación de las actividades sociales en el barrio. Por un lado, se manifestaban caravanas de vehículos transitando por las calles con pancartas de candidatos al parlamento y, por otro, esforzados jóvenes organizaban eventos sociales con los niños del sector. La situación dentro del barrio no era confortable: ambos grupos se proferían acusaciones políticas que iban de la traición a la radicalización de las acciones sociales del sector. Pobladores cercanos a la organización de las campañas parlamentarias acusaban a los jóvenes de los centros culturales de incentivar actividades de violencia en la población, e incluso, circulaban versiones que estos grupos confeccionaban explosivos para ser detonados en torres de alta tensión y recintos policiales del sector.

En una de las actividades dominicales de trabajo con niños, los jóvenes se aprestaban a realizar un evento de entretención. En la mañana de ese día, el Maestro Waldo ofreció su “Citroneta” para colaborar con los jóvenes en la compra de materiales para la actividad. Su automóvil venía cargado de confites y de jóvenes.

En una esquina de la llegada al barrio, fueron interceptados por un vehículo policial, que había sido advertido sobre una “Citroneta” que transportaba explosivos. Los policías, apuntando con sus armas de guerra, detuvieron el automóvil. El Maestro Waldo, sin pensarlo demasiado, descendió de su vehículo e intentó dialogar con los policías pero, sin mediar provocación, uno de los policías disparó con su arma, abatiéndolo en el instante.

Un silencio se apoderó de los jóvenes y pobladores que vieron el hecho, y desde ese momento, comprendieron que la desgracia y la injusticia de la que eran testigos, consumaba una de las peores derrotas que habían padecido.                     

Freddy Urbano