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La hora de Evo: Un día con el presidente de Bolivia

Por: El Desconcierto | Publicado: 05.07.2017
La hora de Evo: Un día con el presidente de Bolivia La hora de Evo: un día con el presidente de Bolivia | El presidente de Bolivia, Evo Morales, visita el pueblo de Comarapa, en el departamento de Santa Cruz, para inaugurar un centro deportivo. foto: Georg Ismar/dpa
A las 5 de la mañana ya está de pie. Hace 100 abdominales cada noche antes de dormir. Cada vez que puede, viaja por su país para escuchar directamente a la gente. Así es un día con Evo Morales Ayma, presidente del Estado Plurinacional de Bolivia.

Son las 04:45 de la madrugada cuando Evo Morales entra parsimoniosamente en la sala de espera de la Fuerza Aérea boliviana. «Buenos días, yo soy Evo», dice el presidente al soldado que le saluda con un bostezo. Después, se dirige al avión del Gobierno. «Es la hora, Evo», se dice. O más bien, la hora de Evo, pues a las 05:00 de la madrugada comienza cada día su jornada de trabajo. El mandatario sólo duerme cuatro o cinco horas. No lleva documentos, sólo dos smartphones. Aquí en Cochabamba, donde tiene su segunda residencia, no hay portavoces ni séquito alguno. El piloto se asegura de a dónde toca volar. «A Santa Cruz».

¿Su día a día? Lunes a las 05:00, encuentro con la cúpula del Ejército y la Policía. Martes a las 05:00, gabinete. Miércoles o jueves a las 05:00, reunión con la cúpula del Congreso. Y si en su agenda no figura ningún evento, como hoy, se dedica a viajar por el país para dar forma a nuevos proyectos. Y es que mientras en el mundo industrializado se critica la lejanía de la élite política, Morales quiere escuchar diariamente a su pueblo. «Aprendí de mis padres que tienes que levantarte antes del amanecer», explica. No tiene tiempo para mujer ni hijos, pero afirma que está «casado con Bolivia».

El presidente de Bolivia, Evo Morales, visita la fábrica azucarera más grande del país con motivo del inicio de la cosecha del azúcar. foto: Georg Ismar/dpa

Todos los días, antes de acostarse, hace 100 abdominales. Morales es el «último mohicano» de la añeja vanguardia izquierdista sudamericana cuyo modelo aún funciona. Oficialmente tiene que defender al cada vez más autoritario presidente de Venezuela, el bolivariano Nicolás Maduro, pese a que en este país la violencia se ha cobrado ya 77 vidas. Sin embargo, entre líneas queda claro que considera catastróficas las millonarias subvenciones de la gasolina, que hacen que el precio del combustible sea más barato que el del agua, mientras faltan fondos para medicinas y alimentos.

Bolivia, en cambio, no para de crecer: desde hace cuatro años registra la mayor tasa de crecimiento en Sudamérica. Para este año, el Fondo Monetario Internacional (FMI) pronostica un incremento de al menos un cuatro por ciento. La mayor red de funiculares del mundo, que une El Alto con La Paz, ha resuelto algunos de los problemas de transporte del país y para que nadie olvide quién ha logrado que saliera a delante, cada góndola lleva el retrato de Morales. Gracias a la nacionalización de industrias como la gasística, el país cuenta con nuevos aeropuertos y carreteras. Y es que Morales es socialista en la retórica, pero pragmático en lo político.

«Bolivia cambia – Evo cumple», reza el lema de su programa de inversiones. Hoy, el plato fuerte del día es un vuelo en helicóptero a Comorapa, donde inaugurará un nuevo centro deportivo y una nueva carretera. Le espera un estadio de fútbol repleto de gente, mientras un centenar de soldados forman filas. Morales pasa revista y exclama, al estilo Fidel Castro: «¡Patria o muerte», a lo que los uniformados responden: «¡Venceremos!» Después, Morales eleva el puño mientras suena el himno nacional.

Cientos de bolivianos celebran la visita de Evo Morales a Comarapa, en el departamento de Santa Cruz, y piden que se vuelva a presentar en 2019 a la presidencia. foto: Georg Ismar/dpa

Para entusiasmo de las masas, el presidente promete la construcción de un Instituto de Tecnología en Comorapa. ¿El objetivo? Para evitar que cada vez más jóvenes cerebros emigren a la ciudad, la Bolivia rural está llenándose de centros educativos de formación profesional. En Comorapa se especializarán en ciencias forestales, alimentación y agricultura ecológica, mientras que en otras regiones se estudia pesca o métodos modernos para extraer gas.

Tras las danzas y discursos, unas 50 mujeres y hombres presentan cestas repletas de fruta y verdura al mandatario. Un líder sindical local sentado a su lado intenta ayudarles y casi parte en dos un gigantesco melón. A la presidenta del Parlamento, Gabriela Montaño, apenas se la ve entre los racimos de bananas. De pronto, una voz anuncia el traslado hacia el palacio presidencial. Morales se coloca la corona de flores que le han regalado y entrega una a una las cestas a sus ayudantes. Al fondo hay dos camiones. ¿Va todo realmente a La Paz? «No, no», explica uno de ellos. «Esto lo llevamos a un cuartel que queda cerca».

Rápidamente, Morales vierte una jarra llena de chicha sobre un monumento a su persona y, mientras los soldados mantienen apartada a la multitud, abraza a un anciano antes de volver a subir al helicóptero. Una vez allí, le interesa sobre todo una cosa: el número de seguidores que tiene en Twitter. Actualmente son más de 185.000, pero antes de agosto aspira a alcanzar los 200.000. Las cifras no son muy altas para un presidente, pero hay que tener en cuenta que no descubrió la fuerza de la red social de microblogging hasta 2016. Su nombre: @evoespueblo.

Nacido el 26 de octubre de 1959 en una humilde cabaña de adobe en Orinoca, en el Altiplano, Morales ha podido con todos los pájaros de mal agüero. Fueron muchos quienes al principio se burlaron de él cuando aparecía junto al presidente de Estados Unidos o el ahora rey emérito de España vestido con jerseys de lana a rayas. Él, que durante mucho tiempo trabajó cultivando coca antes de que, desde la calle y con su Movimiento al Socialismo (MAS), conquistara el poder en 2006.

Para la clase alta blanca, el líder aymara es un capítulo vergonzoso, pero Morales lleva gobernando más tiempo que ningún otro presidente desde la fundación de la República, en 1825. El primero, el libertador del yugo colonial español Simón Bolívar, apenas duró medio año. Con todo, su reputación también se resquebraja: han corrido ríos de tinta criticando el carísimo museo erigido en su aldea natal y lleno de recuerdos y regalos de jefes de Estado; el sistema sanitario es deficiente cuando, debido a la altura, muchos niños sufren problemas cardiacos; la Iglesia se siente bajo su tutela y muchos ven en él tendencias autoritarias.

En los muros de todo el país hay pintadas en las que se lee «Evo: No». Recientemente, saltó a los titulares el millonario escándalo en torno al grupo gasístico y petrolero YPBF, cuyo presidente, Guillermo Achá, fue detenido. Desde la llegada de Morales al poder han pasado por el grupo empresarial ocho presidentes: seis de ellos están bajo sospecha de corrupción y tres han sido detenidos.

La nacionalización y los rebosantes ingresos despiertan la codicia, y la corrupción en el sector entre los Gobiernos de izquierda sudamericanos es más bien la norma que la excepción. No obstante, lo que es indiscutible es que Bolivia ha reducido la pobreza y reinvertido parte de esos ingresos. «En 2005, antes de nuestro proceso, la inversión pública era de unos 600 millones de dólares. Para este año hemos programado invertir 8.000 millones de dólares».

Actualmente, China está construyendo en el Salar de Uyuni una gran planta para la producción de potasio. Además, en el gigantesco lago salado se construirá con ayuda alemana un complejo de unos 40 kilómetros cuadrados para la extracción de litio, pues alberga una de las mayores reservas del mundo. El metal se utiliza, entre otros, para las baterías de vehículos eléctricos. Morales también está buscando socios internacionales para la construcción de una gigantesca fábrica de baterías, pero la propiedad será mayoritariamente de Bolivia.

No obstante, pese a algunos datos positivos, en 2016 Morales sufrió el fracaso más doloroso de su carrera política: quería cambiar la Constitución por referéndum para poder presentarse a la reelección en 2019 y gobernar así el país hasta 2025, cuando Bolivia celebrará el bicentenario de su independencia. Morales sólo habla de «esta mujer» y «una campaña de la derecha»: poco antes de la convocatoria a las urnas saltó a los titulares la noticia de que tenía un hijo, llamado Ernesto Fidel, con una ex amante. Su reputación sufrió y al final, perdió la votación por un escaso margen.

«El 21 de febrero de 2016 ganó la mentira», afirma. Morales acusa a la mujer de haber sido instrumentalizada por sus rivales. El niño jamás apareció y la ex amante fue condenada a diez años de prisión. Por su parte, el presidente quiere volver a postularse al cargo: «Está en manos del pueblo. A mí me convencieron de que la vida de Evo depende del pueblo. El pueblo definirá. La gran ventaja que tengo como dirigente sindical es que tenemos movimientos sociales bien unidos».

Lentamente, uno entiende por qué Morales recorre sin cesar el país. La hora de Evo: hay que aprovechar el momento. En el centro deportivo de Comorapa, decenas de carteles proclaman «Evo 2020-2025». Ya en el aire, mientras se dirige al próximo evento, toma como refrigerio unas barritas de quinoa, el cereal de los incas considerado nuevo «superalimento». Además, quiere lograr que la hoja de coca, cuyas propiedades medicinales son ignoradas internacionalmente, y el té de coca se conviertan en exitosos productos exportables.

En Santa Cruz entregó a principios de mes una nueva sede al sindicato de periodistas, pero con la prensa crítica no se comporta de la misma manera. Al sacar el tema de su dudoso apoyo a Venezuela, amenaza con echarme del avión. Entonces, Evo se convierte en el «rey Sol», que no tolera crítica alguna. Después, en helicóptero, Morales se dirige a inaugurar la cosecha de azúcar en una gran fábrica azucarera. Allí aparece una nueva estrella del pop, Miss Minera, y se sirven ingentes montañas de carne y cerdo asado.

Al día, de la caña de azúcar salen en esta fábrica 20.000 toneladas de azúcar. A los pies de Morales yace el primer saco de la nueva cosecha. No hay críticas, sino que se respira el culto a Evo. «Más dulce – imposible», reza el eslogan de la compañía. Morales lucha por sacar adelante su proyecto de país, que adorna con mucho folklore izquierdista, y sus pensamientos se desplazan a la gran cumbre de jefes de Estado prevista para octubre con motivo del 50 aniversario de la muerte del Che Guevara. El Ejército boliviano, responsable entonces de su detención, no podrá participar en los desfiles.

Si finalmente el pueblo vuelve a permitirle gobernar hasta 2025, Morales intentará hacer realidad el mayor de sus sueños: una línea ferroviaria desde la costa atlántica a la pacífica que permita transportar más rápido las mercancías procedentes de Asia y Europa, pues Bolivia carece de acceso al mar. «Este tren bioceánico va a ser como el Canal de Panamá del siglo XXI. El sueño que tenemos es que se termine para el 2025, cuando celebremos los 200 años de independencia de Bolivia», explica.

De regreso a Cochabamba, el presidente cuenta la anécdota de cómo en 2013, cuando volvía de Moscú, tuvo que aterrizar forzosamente en Viena porque se sospechaba que a bordo del avión viajaba con él el ex agente de los servicios secretos estadounidenses Edward Snowden. A las 23:00 de la noche, el presidente aterriza de nuevo en Cochabamba. En el último vuelo del día ha podido, por fin, leer varios periódicos. Dentro de seis horas su jornada laboral volverá a arrancar. La hora de Evo.

El presidente de Bolivia, Evo Morales, lee un periódico en el vuelo de vuelta a Cochabamba tras una intensa jornada de trabajo. foto: Georg Ismar/dpa

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