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Opinión

El miedo en política

Por: Roberto Pizarro H | Publicado: 08.07.2017
En las recientes elecciones primarias Sebastián Piñera defendió incondicionalmente los baluartes del sistema de injusticias – las AFP, una educación y salud pagadas, menos impuestos para las empresas, y más represión en la Araucanía – y protegió intransigentemente a sus ministros, imputados judicialmente por corrupción. Tuvo éxito. Logró movilizar a los votantes del barrio alto y neutralizar a los de sectores populares.

La elevada participación electoral de los votantes de la derecha fue la gran sorpresa de las primarias. La estrategia del miedo tuvo éxito.  Miedo a que las cosas empeoren, a perder lo que se tiene, a que se atente contra el sistema de valores y las creencias conservadoras.

Muchos filósofos han hablado sobre el miedo. Mueve a los seres humanos a someterse a la autoridad del Estado y mantiene el orden social. Cuando el Estado no cumple con las funciones de las que emana su legitimidad, como la protección de los derechos de sus ciudadanos, el recurso del miedo sirve como instrumento de control político y así ha sido utilizado a lo largo de la historia.

Cuando Salvador Allende fue candidato presidencial a las elecciones de 1964 se anunció que las siete plagas caerían sobre nuestra tierra. Sirvió esa campaña para asegurar el triunfo de Eduardo Frei Montalva. Seis años después, el mismo Allende tuvo éxito en la elecciones de 1970 pero el Ministro de Hacienda, Andrés Zaldivar, anunció una debacle macroeconómica meses antes que asumiera el candidato triunfante. La marea social transformadora era tan poderosa que los anuncios catastrofistas no sirvieron para impedir la instalación de Allende en La Moneda.

En las recientes elecciones primarias Sebastián Piñera defendió incondicionalmente los baluartes del sistema de injusticias – las AFP, una educación y salud pagadas, menos impuestos para las empresas, y más represión en la Araucanía – y protegió intransigentemente a sus ministros, imputados judicialmente por corrupción. Tuvo éxito. Logró movilizar a los votantes del barrio alto y neutralizar a los de sectores populares

La radicalización del discurso de Piñera ha tenido buena acogida en los partidos de la derecha, en los grandes empresarios y sus economistas. Con el respaldo del duopolio de los medios de comunicación, se ha insistido en mensajes sobre la catástrofe que se avecina con un eventual triunfo electoral del Alejandro Guillier y, peor aún,  con la emergencia del Frente Amplio. Dicen que la inversión y el crecimiento sólo son posibles con un gobierno de derecha. No hay día en que los periódicos no se refieran al miedo de los mercados: que no se puede modificar el sistema de AFP, que ya hay demasiados impuestos, que las reformas laborales sólo provocan desempleo.

La lógica que sostiene ese discurso es presentarle al ciudadano una situación catastrófica. Cualquier reforma del sistema neoliberal afectará la confianza de los mercados, mientras el financiamiento de los derechos sociales sólo conduce a una crisis fiscal. Así, mediante el uso político del miedo, es cómo la democracia queda burlada.

La única forma de enfrentar el miedo es recuperar la inserción social que tuvo la izquierda en el pasado. Ese es el factor contrarrestante. Pero no es fácil. La industria es débil, los sindicatos casi inexistentes. Las familias en las poblaciones deben desafiar el trabajo precario, largos trayectos del transantiago, los peligros de la droga y la delincuencia juvenil. Ante la ausencia del Estado cada cual se las arregla solo. En ese sentido, hay un desafío inmenso para las nuevas organizaciones políticas, las que además no emergen del mundo popular, sino de las universidades.

Para enfrentar el miedo que han instalado la derecha y los fácticos, en las próximas elecciones generales no basta una representación parlamentaria sustantiva del Frente Amplio. Se precisa de un firme anclaje de la izquierda en el mundo social, en particular en las poblaciones. Sólo así se logrará cambiar el modelo económico de injusticias y  las restricciones del  régimen político.

La tercera fuerza, en este caso el Frente Amplio, no tiene un camino pavimentado de rosas. Requiere, como hemos dicho, instalarse en el mundo popular. Pero, para ello,  debe además elaborar un sólido discurso, y creíble, para derrotar la naturalización de las desigualdades y restricciones políticas que instaló el duopolio político. Y, finalmente tiene que mostrar una decidida voluntad para castigar los abusos y la corrupción. Si lo logra, el miedo no podrá vencer los anhelos de transformación de la ciudadanía.

Roberto Pizarro H