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Opinión

El bus de la exclusión y la doble moral

Por: Paola Arroyo Fernández | Publicado: 10.07.2017
El bus de la exclusión y la doble moral |
Lo que estos grupos defienden, además de la privatización de la infancia, es la heterosexualidad obligatoria. Nos dicen que la denominada “ideología de género”-una nueva cara del marxismo según algunos conspicuos pensadores de la materia- busca adoctrinar a las niñas y niños para que acepten conductas reñidas con la naturaleza humana, es decir, todos aquellos modelos y prácticas sexuales que no calzan con el binarismo hombre/mujer y la preeminencia de lo masculino por sobre lo femenino.

Hace algunos días vi un video en el que se registra la visita a México del autoproclamado “Bus de la libertad”. La imagen muestra a Manuel Dabdoub, presidente del Consejo de la Familia, cuando le tapa la boca a una mujer que se acerca a cuestionar el discurso de intolerancia que este bus y las organizaciones que orbitan a su alrededor, difunden.

¿Quiénes están detrás de esta acción? Organizaciones católicas ultraconservadoras de distintos lugares de América Latina y también de España, todas vinculadas a una agrupación mexicana fundada en los años ’50, denominada el Yunque, de corte fascista y que busca instalar el reino de Dios en la tierra. Así, tal cual. Son personas muy preocupadas de la moralidad de aquellas y aquellos que no usan sotana, porque sobre la pederastia de los curas católicos no se pronuncian. Quizás ese sea el reino de Dios por el cual hacen tanta propaganda, lobby e infiltración.

Las ideas que movilizan a estos grupos son abiertamente discriminatorias y traslucen un peligroso fanatismo religioso frente al cual, en nombre de la libertad, no es ni ético ni lógico, callar.

La filial en Chile de la organización española CitizenGo será la encargada de transitar por las ciudades de Santiago y Valparaíso, en defensa del derecho preferente de los padres-jamás hablan de madres- para educar a sus hijos-ni tampoco hablan de hijas-, reconocido por la constitución en el artículo 19, número 10. Dicen actuar bajo la libertad de expresión que a toda persona y grupo le asiste en una democracia y por el bien de los niños, las familias, la humanidad y seguro hasta el de la galaxia.

Pero vamos por parte. ¿Qué es el derecho preferente de los padres para educar a sus hijos? Un equivalente moral del derecho de propiedad, sacralizado al máximo en nuestra legislación. Este grupo de personas defiende la propiedad que dicen tener sobre sus hijas e hijos y están en una guerra frontal contra la que ellos denominan intromisión del Estado. O sea, el Estado les sirve para amparar su derecho preferente de padres y su libertad de expresión, pero cuando se trata de establecer políticas públicas orientadas  a la inclusión de las  diversas variantes de la sexualidad humana, entonces el Estado atenta contra sus derechos. Muy lógico.

En realidad lo que estos grupos defienden, además de la privatización de la infancia, es la heterosexualidad obligatoria. Nos dicen que la denominada “ideología de género”-una nueva cara del marxismo según algunos conspicuos pensadores de la materia- busca adoctrinar a las niñas y niños para que acepten conductas reñidas con la naturaleza humana, es decir, todos aquellos modelos y prácticas sexuales que no calzan con el binarismo hombre/mujer y la preeminencia de lo masculino por sobre lo femenino.

Pero nada más adoctrinador que la heterosexualidad, no como práctica sexual, sino como modelador de roles al interior de la sociedad y la familia. Porque para CitizenGo y sus amigos de paseo, sexo y género es lo mismo, y los roles asignados según la biología provienen de una manifestación divina en que los hombres obtendrán el sustento con el sudor de su frente y las mujeres parirán con dolor. De aborto, ni hablar, que es pecado. Ni sobre otras sexualidades, que eso es antinatura.

A veces miro el calendario y me pregunto qué habrá pasado para tener esta regresión cultural en la que el hiperconservadurismo nos tiene hablando de su famoso bus y de las ideas que a través de él se promueven. Y claro, no es difícil responder: todo lo avanzado en materia de libertades individuales relativas a la sexualidad humana, genera como contrapartida la reacción más feroz, al más puro estilo franquista, que no sólo quiere impedir nuevas conquistas de la población, sino que busca retrotraer el camino andado. Y ojo que no se trata sólo de Chile, porque la arremetida fundamentalista también apunta a derribar los relativos avances en otros países de América Latina, España e incluso en Estados Unidos.

Cuando la libertad da para esto, deja de ser libertad y se vuelve un concepto falaz y en cierto sentido, peligroso. Sectores de la prensa chilena defienden la venida de  este bus como parte del ejercicio de la libertad de expresión. Lo mismo ha ocurrido con la existencia de grupos neonazis y ni hablar del enorme vacío en materia de condenar categóricamente la dictadura cívico-militar chilena como lo que fue: terrorismo de Estado. Muy por el contrario, aún hoy y hasta que le quede vida, veremos a Hermógenes Pérez de Arce y a tantos otros, defendiendo el honor militar y negando la existencia de los brutales atropellos contra los derechos humanos ocurridos en dicho período.

Este es el resultado del discurso de la tolerancia instalado en los ’90. Y hoy, quienes desde nuestras trincheras nos oponemos al festín de la discriminación, terminamos siendo apuntados con el dedo acusatorio de los que defienden una supuesta libertad de expresión. Si en esta sociedad tolerar es sinónimo de aguantar que se siembre la arbitrariedad, entonces no tengo problemas en declararme intolerante; si tolerar significa aceptar que un grupo minoritario de fanáticos religiosos estigmatice y vulnere los derechos y la libertad de otras personas cuyo único delito es no responder a los patrones de la heterosexualidad impuesta, también me declaro intolerante. Si como país no enfrentamos el dogmatismo religioso y su peso específico en las decisiones que toma el poder público, como en materia de aborto, identidad de género y el diseño de un plan educacional inclusivo de la diversidad sexual, quiere decir entonces que la separación Estado – Iglesia, cuya data es de 1925- es puramente formal y el pueblo entero se habrá creído el cuento de que el pecado  y la santidad son la medida de nuestras acciones.

Ojalá todo este revuelo sirva para ir poblando nuestra conciencia colectiva de un creciente rechazo al abuso, a la discriminación y a las imposiciones religiosas, pues las creencias en un orden celestial no debieran pasar del ámbito privado de quienes las suscriben. De no ser así, entonces cabe afirmar que la religión que dará la vuelta en bus por las céntricas calles de Santiago y Valparaíso, efectivamente es el opio del pueblo que se traduce en la exclusión para miles de personas disidentes de la sexualidad impuesta.

Tal vez sea bueno decirle a Luis Lozada, vocero de CitizenGo Chile, que mejor sería dirigir  mensajes a los sacerdotes pederastas, a Karadima por ejemplo, o al obispo de Osorno y al Arzobispo de Santiago, para que se preocupen de la moralidad de sus sacerdotes y de que  no se vuelvan a vulnerar los derechos ni la integridad de quienes están bajo su cuidado. Pero parece que otra cosa es con sotana.

Paola Arroyo Fernández