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Opinión

El Chile sofista. Notas sobre nuestra condición infame

Por: Mauro Salazar Jaque | Publicado: 10.08.2017
El Chile sofista. Notas sobre nuestra condición infame mauro |
Los varones de la política mutan y mutan sin cesar, y se auto-imputan la post-verdad como les viene en gana. ¡Y Venezuela! ¿Dictadura, autoritarismo o democracia? ¡Un universo post-kafkiano! No hay respuesta, nadie sabe nada, pero todos saben que están enfangados en beligerancias y obsecuencias. Allí se entremezcla el poder y la comunicación. Una letanía muy patógena.

En razón de necesidades terapéuticas sugiero volver al «teatro del absurdo» y repensar nuestros últimos sucesos desde aforismos y obras al estilo «Esperando a Godot» para entender algunas psicopatías del Chile Actual. Temporariamente sugiero retomar un «brevario de la pesadumbre» para escapar de los consensos mediáticos, los pactos corporativos, y sus intricados intereses políticos. Ya lo sabemos: cualquier diseño de gobernabilidad ya no depende de una economía política, sino de una economía mediática, que por estos días ha mostrado sus afecciones más espantosas.

En Las Cimas de la Esperanza Emile Cioran escribía, mirando con terror nuestra coyuntura actual, “los seres humanos más desgraciados son aquellos que no tenemos derecho a la inconsciencia”. Dicho de otro modo, un exceso de consciencia nos torna «seres desdichados», «personajes fúnebres» y de «labios difuntos», absorbidos por una demoledora «consciencia trágica». Si alguna secreta esperanza aún se anidaba en la obra de Karl Kraus, en la desilusión de Robert Musil sobre la colusión entre espíritus y negocios, la trama neoliberal supone buscar otros lenguajes profundamente deleuzianos. Vistos los acontecimientos en perspectiva la tragedia idiomática de la Viena finisecular -ese Mosaico Supranacional que comprende a figuras de la talla de Freud, Wittgenstein, Popper y el propio Von Hayek- fue un suceso macizo para comprender nuestro deambular post-moderno, eso sí, evitando la abyección profesional y el mal chiste editorial (best-seller) del rotulo postmoderno.

Pues bien, ¡ni el más colérico pragmático (rortyano) de un programa post-metafísico, ni el mejor exponente de la tradición retórica nos puede explicar las afecciones delirantes que experimenta nuestro paisaje político! De un lado, un collage comunista, similar a un príncipe oscuro que carece de toda ebriedad lumínica –salvo hipotecar su patrimonialidad- y, de otro, una consabida izquierda neoliberal, la de tercera vía, aquella que estableció diversos contratos –unos más estéticos que otros- con la dominante financiera y que por estos días aún es posible recordar (curiosamente ¡se echa de menos un cierto «garbo» institucional!). Por fin una derecha que en medio de la impudicia mantiene cautivo un mercado electoral y que públicamente ha hecho la promesa de restituir un «chile de fachos» ¡Oh, cielo mío! ¿Un orden ético en medio del desbande? Y Un paréntesis ¿Cómo recordar a Radomiro Tomic, a esa falange fundacional de Castillo Velasco y Bernardo Leigthon, desde la dinastía Rincón – política, impunidad y medios de comunicación- sin ser rotulado de romántico?

Se trata de un presente alevosamente anti-platónico cincelado por las pesadillas de politólogos profesionales y un inclemente pacto de la elite periodística (CNN) que ofrece un sentido común ad hoc a las agencias corporativas. El problema anida en esos lenguajes curanderos que nos dictan cátedra para normar la época y las necesidades normativas de la vida cotidiana. Y en medio de lo grotesco, en pleno apogeo de la desesperación, aparece el lirismo del Frente Amplio –espíritus libres y devotos de una metafísica que creíamos extraviada- con esa «efervescencia purificadora» que pretende sanar nuestras llagas.

Somos testigos de una trama demencial donde circulan todo tipo de piraterías argumentales. Entre Dante y Wagner, entre Santo Tomas y San Bernardo, no habrían diferencias relevantes. Una vez derogadas las leyes del obrar humano todos han enloquecido súbitamente. Enfrentados a una experiencia abyecta que entremezcla sociópatas, ludópatas y pirómanos, no será –acaso- la hora de reponer en nuestras bibliotecas un «brevario de la pesadumbre» referido a nombres como Samuel Beckett, Emile Cioran, Charles Baudeleire, Mallarmé y Arthur Rimbaud. Dado el delirio que nos afecta ¿Será este el momento propicio para escuchar Las letanías de Satán o La orgía parisina? Me refiero a encontrar luces, inquietudes, y sosiegos en toda aquella literatura maldita –infernalmente autodestructiva- que intentó desafiar el «canon literario» francés, tan apetecido en nuestra parroquia intelectual. Extraer del horror algunos destellos de humanidad. ¿Será posible ese amanecer enloquecedor, algo nietzscheano, que evita recrear la «moral del rebaño» que comprenden las promesas redentoras?

Al parecer abunda una persistencia obsesiva en las humanidades por recitar a Lyotard, Bauman o Castoriadis para descifrar nuestros mapas culturales desde una lectura comportada de la post-modernidad. En cambio, la subjetividad ubicua cultiva el auto coaching neuro-linguístico. La clase política, progresista o liberal/conservadora, se defiende hablando desde la «post-verdad», se comporta líquidamente y de acuerdo a la agonía ontológica. Los varones de la política mutan y mutan sin cesar, y se auto-imputan la post-verdad como les viene en gana. ¡Y Venezuela! ¿Dictadura, autoritarismo o democracia? ¡Un universo post-kafkiano! No hay respuesta, nadie sabe nada, pero todos saben que están enfangados en beligerancias y obsecuencias. Allí se entremezcla el poder y la comunicación. Una letanía muy patógena. Hoy en día desde un desacuerdo linguístico la metafísica, en cuanto sentimiento, queda reducida a una religiosidad, a un «estado de éxtasis» y suprema ebriedad. Todos viralizados y evanescentes. Y cito a estos autores porque sospecho que aquella literatura argentina –fundamental y gansteril- que Roberto Bolaños menciona con extrañamiento en «derivas de la pesada» (La caída del patrón oro Borgeano, Soriano, Pigliano), entre otros ilustres, no necesariamente nos permite conectar con este presente tan desgarbado –gris- y carenciado de aforismos. Nuestra escena dista de ser leída desde el Dios borgeano, pues se trata de un presente inducido y «disparatado».

Qué decir o esperar de nuestros arrebatos parroquiales: reformas con un déficit ontológico, ideólogos de ocasión que desde las Facultades inoculan el tiempo fértil del actor estudiantil, nihilistas de paso, mesianismos a sueldo (dinero ¡ay!, dinero) matonaje intrafamiliar dentro de las dinastías, discursos napoleónicos y exultantes de los autonomistas, perversiones de la moral y ¡probidad de la cloaca¡ configuran el esperpéntico panorama de nuestra elite política.

Un inciso ¿y la desconstrucción? Cómo reza el faro de la filosofía para experiencias tan espantosas como la nuestra, para explicar una crisis colosal de todo «principio de realidad». Un texto sobre «deconstrucción» nos dice que el término aludiría a una «pregunta imposible» y que su gesto debería ser concebido como quién custodia incesantemente la pregunta, una hipérbole, o bien, un ¡pensamiento de la aporía! Y dicho sea de paso, en qué contribuye el aclamado «giro lingüístico» para comprender nuestra caleidoscópica realidad. Pues bien, la política ha mostrado su dimensión patógena en un collage de enunciados que defienden inéditas construcciones de la realidad. Política y psicoanálisis es una buena forma de concebir modernamente nuestro presente esotérico, liquido, fugaz, performático e intempestivo. Pero por sobre todo, ¡írrito!

Pero vamos por parte. Bien sabemos que el dispositivo transicional inventó un intelectual que tenía como tarea sibilina domesticar el «pensamiento crítico» y recrear un mundo de politólogos traducidos a lobistas y operadores agenciados cortesanamente en el poder político. Por ese expediente nos hemos llenado de intelectuales orgánicos que aprovisionan think tank sin densidad conceptual. Ello pavimentó el camino para una «degradación cognitiva» que encontró eco en los partidos políticos y luego se ramificó –cual metástasis-  lesionando todo «programa de conocimiento». En suma, ello terminó de precarizar la creatividad -la experimentación- y expurgar todo horizonte de sentido. El presente ya no es el presente pues carece de futuro, no puede existir un presente que no se prometa asimismo un porvenir, que no murmure siquiera con sugerir otra época posible. Entonces viene esta espantosa sensación donde habría que admitir que estamos “presentes” en un tiempo donde ya fuimos expulsados ¡no sería mejor admitir que somos polvo, que vamos y volvemos! Si «nunca fuimos destino» la época ha desertado de si misma

La Nueva Mayoría, que a estas alturas es un tropezón prosaico, y la derecha más allá de toda la impudicia inimaginable, terminaron de cincelar una obra, a saber, la teoría de la gobernabilidad –so pena de real politik– aniquiló todo suspiro de teoría social y de ese modo dejaron estampada la idea de una sociedad del conocimiento precarizado -marcada por la empresarización de la subjetividad. Ahora la chilenidad, encerrada en la osadía gerencial, en su conjunto está reducida a millares de Eichmann que nos largan un aullido; ¡venimos a cumplir las leyes del mercado! Cabe recordar que Eichmann fue un kantiano entre los nazis, la máxima aquí era: “no hay derecho a la insubordinación, solo hay absoluto apego a las reglas de la obediencia”. Y aquí en medio de El desconcierto, hasta Hermógenes resulta un kantiano de derechas, y lo empiezo a tolerar un poco más. Todo ello me ocurre desde un estado de espantoso extrañamiento. Alguien me podrá retrucar que aunque Hermógenes fuese un  Kantiano de extrema derecha no está libre de castigos, pues allí anida el germen totalitario en pleno corazón de la ilustración. Punto concedido.

¡Tanto amor, y no poder con la muerte! Todo el tiempo la izquierda nos promete alguna dosis de salvación y nos susurra al oído una dosis de voluntad (sí, ahora sí que sí), que por fin va a remover con retroexcavadora esta realidad miserable, mientras se niega (una y otra vez) a elaborar una teoría de la esperanza. El problema es que la poética de izquierdas se desplomó en los años 90’, de ahí en más todo es degradación cognitiva. Todos creímos alguna vez que el sujeto político de izquierda  era aquel que abrazaba la voluntad de herir el lenguaje hegemónico, no comentarlo, ni por ningún motivo administrarlo. Al final del camino la historia de los bolcheviques rudos nos enseña que solo con la victoria se adquiere una provisoria aura moral y un hechizo fugazmente glorioso, pero luego llegan las purgas y comienza el doloroso peregrinar de la vida cotidiana. ¡Ay¡, todo de nuevo.

Con todo, hermanos hombres yo no puedo dejar de pensar en Santiago de Chuco, pese a todo y contra todo me resisto a un nihilismo primario; y por ahí, de cuando en vez, ya librado a la distancia que producen las izquierdas del siglo XX, suelo escuchar ese homenaje de Gonzalo Rojas -me refiero al escritor- a nuestro Cesar, el peruano y su cabeza de piedra. Único motivo para conocer parís y llorar sobre su tumba.

«Todavía el hombre…todavía….»

Nota. A esos jóvenes y viejos jóvenes del «Frente Amplio» que con profunda convicción han abrazado el programa teológico-metafísico, pero que han tenido la osadía y el arrojo de superar el momento nihilista, me permito dedicarles una frase: “¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no [marxistas o hegelianos]¡”. F. Nietzsche. Ecce Hombre.

Mauro Salazar Jaque