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Una herida que nunca va a cicatrizar: La voz de la hermana de Manuel Gutiérrez a 6 años de su asesinato

Por: Vanessa Vargas Rojas | Publicado: 25.08.2017
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Manuel empujaba la silla de ruedas de su hermano Gerson, observando las protestas de una jornada nacional convocada por la CUT, cuando el sargento Miguel Millacura disparó su ametralladora UZI apagándole la vida. A 6 años del asesinato, Jacqueline Gutiérrez revive su recuerdo risueño y cariñoso, describiendo la lucha en pie de su familia por todas las víctimas de violencia policial.

Fue asesinado el 25 de agosto de 2011, una fecha que quedaría marcada con fuego en la historia del movimiento estudiantil y de toda una generación. Esa noche, mientras transcurría el paro nacional convocado por la Central Unitaria de Trabajadores, Manuel salió junto a su hermano Gerson a observar lo que ocurría con las protestas a pocas cuadras de su casa, en la Villa Jaime Eyzaguirre de Macul. Eran días de intensa agitación social en el país.

El estudiante de 16 años empujaba la silla de ruedas de Gerson mientras conversaban y se acercaban a la pasarela de Américo Vespucio desde donde obtendrían mejor vista. Apenas segundos después, se escucharon tres disparos y Manuel cayó al suelo.

«Me dieron», alcanzó a decir antes de perder la conciencia y derrumbarse al costado izquierdo de Gerson. La bala que impactó su pecho provenía del otro lado de la pasarela, el mismo lugar en donde se había estacionado un furgón de Carabineros. No alcanzaron a entender lo que ocurría. La noticia comenzó a viralizarse durante la madrugada: los pacos habían matado a un niño. 

Jacqueline Gutiérrez tiene los mismos ojos de Manuel. Las fotografías en donde ambos salen abrazados y sonrientes dan cuenta de la herencia compartida: una mirada de inconfundible verde claro, transparente y luminoso. Al igual que el resto de los integrantes de su familia, la vida cambió abruptamente para Jacky desde la partida de su hermano. Y aunque han pasado 6 años, la herida no logra cicatrizar:

-Hemos tenido que aprender a vivir con esta ausencia, una falta, una necesidad de verlo y tocarlo, de tenerlo, que se transforma en dolor. Increíblemente, pese al paso de los años, el dolor no se hace menor, no se aplaca, sino que simplemente uno le hace una lugar en la vida. 

Durante los primeros años, cuando buscaban justicia con desesperación mientras comenzaba amenazarlos la impunidad, entendieron que tendrían que aprender a vivir con ello. Aprender a vivir y caminar con la pena de no volverlo a escuchar.

«Es peor y se ahonda más aún en el hecho de saber que no murió de una muerte natural o de un accidente, sino que nos lo arrebataron. Lo asesinaron y a pesar de todo el esfuerzo que hicimos y de lo mucho que nos movimos como familia y con todas las personas que nos apoyaron, no se hizo justicia», explica Jacky.

Tras la muerte de Manuel, todos los dardos apuntaron a la institución policial, que inicialmente negó todas las acusaciones. «Yo descarto de plano la participación de carabineros», dijo el general Sergio Gajardo a horas de lo ocurrido. Lo mismo intentaron los oficiales detenidos, entregando versiones contradictorias y encubriendo al responsable hasta que la investigación sumaria determinó que el sargento Miguel Millacura había disparado su sub ametralladora UZI. Él lo reconoció a los pocos días a sus superiores.

Cuatro días después, se había dado de baja a Millacura, además de los cabos Patricio Bravo y Francisco Vásquez, el carabinero William Rodríguez y la subteniente Claudia Iglesias. También se llamó a retiro al general que negó la vinculación con los hechos a los medios. Más tarde, el caso fue tomado por la Justicia Militar, consolidando un camino de injusticia para la familia de Manuel.

Millacura alcanzó a estar dos meses en la cárcel

-Es una herida que no va a cicatrizar nunca.

La mayor de los Gutiérrez Reinoso cree que habrían logrado algo de paz si la muerte de su hermano no hubiera quedado impune. No fue así y el dolor de la pérdida, con los años, comenzó a mezclarse con el sabor amargo de la resignación. Hasta que ocurrió la peor tragedia de sus vidas, no sabían que existían dos tipos de justicia en Chile: una civil y otra militar. Tampoco tenían tan claro que ser pobres era otro obstáculo a la hora de conseguir una respuesta del sistema ante la muerte de un niño de 16 años, en manos de la policía.

«Lo hemos visto en nuestro caso como en otros que hemos reunido en la Agrupación de Víctimas de Violencia Policial, que es donde estamos participando ahora», apunta Jacqueline. «Para el pobre no hay voz, no hay justicia, no hay medios de comunicación que difundan los abusos. No se le muestra al mundo los excesos de las fuerzas uniformadas con el pueblo, con el poblador».

Pese a no estar identificados con la actividad política, la muerte de Manuel despertó un activismo más allá de la religión para su familia. Junto a Miguel Fonseca, iniciaron un trabajo de visibilización y denuncia de los abusos de Carabineros en contra de otros jóvenes y niños y personas a las que la violencia uniformada les quitó la vida. El noviembre del 2016 se tipificó en Chile el delito de torturas, que abrió una puerta para que los delitos cometidos por la policía puedan ser juzgados en la justicia ordinaria:

-Pero sabemos que igual la ley es ambigua y que lamentablemente no nos da una garantía de que las investigaciones o que los ejecutores de los delitos sean realmente investigados.

El 11 de noviembre se promulgó la Ley 20.968, que también modificó las competencias de la Justicia Militar en Chile, estipulando que ningún civil, ya sea como imputado o víctima, podrá ser procesado en tribunales castrenses. Sin embargo, aún se espera una reforma integral al Código de Justicia Militar, que actualice sus normas y garantice un debido proceso.

Así lo explica Jacqueline: «Si bien es cierto se modificó la ley, todos sabemos que los fiscales trabajan junto con los uniformados y son aliados, por lo que no hay una investigación como corresponde». Se dieron cuenta de esto al conocer uno de los casos que han intentado promover desde la agrupación: el de Luciano Villanueva (21), quien fue asesinado por el sargento Juan Marcelo Morales en medio de un operativo policial. Pese a las pruebas que dieron cuenta del exceso, el fallo de la justicia ordinaria lo condenó a cinco años y un día de libertad vigilada.

-No hubo una persecución como correspondería, porque sabemos que los fiscales trabajan de la mano con los policías. No hay una debida investigación porque son sus pares los que juzgan a sus pares. Falta mucho por avanzar en este tema y es algo que la gente no conoce a fondo.  La ignorancia sobre el tema provoca que no se alce la voz para pedir que todo esto se modifique y que las justicias actúen como corresponde.

Miguel Millacura, el asesino de Manuel Gutiérrez, no alcanzó a estar dos meses preso. En los primeros días de noviembre del mismo año fue dejado en libertad bajo fianza y nunca volvería a pisar una cárcel. Hoy en día, recuerda Jacky, el ex policía camina por la calle sin antecedentes.

«Goza de total y absoluta impunidad. No hay registro ni antecedentes de que haya asesinado a una persona. A un niño, porque Manuel era un niño todavía, tenía apenas 16», afirma.

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La lucha de la familia continúa por otros y otras

La investigación a cargo de la fiscal militar Paola Cofré determinó que Millacura debía recibir una condena que partiera desde los 10 años. La familia estuvo conforme con los resultados de las pesquisas, pero luego fueron los tribunales quienes les dieron un portazo en la cara: primero, otorgándole al ex carabinero una condena de 3 años y luego rebajándola a 400 días de pena remitida. 

La profunda sensación de injusticia despertó la lucha en la familia. Hoy no soportan la idea de que otras personas hayan vivido el mismo dolor y que muchas más puedan experimentarlo en algún momento. Si de algo sirve lo que tuvieron que enfrentar para ayudar a otros, que así sea, dicen los Gutiérrez Reinoso.

Jacky, la mayor, se ha hecho más fuerte desde la pérdida y encabeza los actos que cada 25 de agosto reviven la memoria de Manuel y evidencian ante el resto el dolor de un hogar dañado por la violencia policial. Lo hacen para que se acabe de una vez la impunidad:

-Buscamos unir fuerzas para que la gente no tenga que sufrir los abusos tan aberrantes que cometen las instituciones y la policía contra la gente pobre como nosotros, contra el que se levanta todos los días temprano a trabajar y que se saca la cresta para sacar adelante a su familia. Son a ellos que les matan a sus hijos, les matan a sus padres o a sus hermanos, como nos tocó a nosotros.

La pelea también se inspira en el recuerdo del hermano asesinado y su entrañable figura. «Era un niño lleno de amor, se entregaba mucho por la gente que quería. Lo hacemos honrado su memoria, porque si él hubiese estado aquí y supiera lo que hacemos, estaría tranquilo y feliz de saber que usamos lo que vivimos para ayudar a los demás», explica.

Este año y todos los días, rescatan los detalles de Manuel para mantenerlo cerca y presente. Sus risas estruendosas, su alegría y sus tallas. Lo buen hijo, hermano y nieto que era, esa manera de entregarse que lo hacía llegar «a ser pegote de tan cariñoso», como describe su hermana, riendo con pena y ternura. Así también quieren que la gente lo recuerde, que su figura inmortalizada en murales en diversos puntos del país, casi convertido en mártir estudiantil, no deje evocar al niño sonriente y feliz que aparece en todas las fotos.

-Él era un buen chiquillo, al que que lamentablemente un tipo se le ocurrió arrebatarle la vida por creerse con el derecho de hacerlo y porque sabía que lo iban a avalar y justificar. Es así la historia y es así como ocurrió. Así ha seguido pasando y esperamos que no siga.

En un nuevo 25 de agosto, a 6 años de su pérdida, los Gutiérrez Reinoso se reunirán en torno a la mesa, a tomar once. Otra vez buscarán evitar que los recuerdos de los momentos vividos en ese día trágico, que angustiosamente permanecen intactos, nublen la querida presencia de Manuel. Van a revivir sus anécdotas como cada día, porque él todavía parece inundar aquella casa y toda la Jaime Eyzaguirre.

«Se siente que él está ahí, aquí, está vivo en cada recuerdo que atesoramos», cierra Jacky.

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