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Opinión

Once es hoy en cada espacio de mi corazón

Por: Richard Sandoval | Publicado: 11.09.2017
Once es hoy en cada espacio de mi corazón | / Agencia Uno
Once es en todos los rostros desfigurados, sonrientes, diseminados, que aparecerán en esa conversación. Once es en el chileno que quedó, que está, trabajando en la precariedad de un call center o a duras penas jubilado, y en el que todavía no puede volver a su país. Once es en el ciudadano más pobre que cree que su vida será mejor votando por la voz neoliberal, y once es en la tía de izquierda que se va a morir nombrando a su compañero ¡presente!

Once de septiembre es hoy en cada espacio de la carne y de la tierra de esta indescifrable patria. En el aire que permanece en la esquina donde detuvieron al Roberto, en el paradero en que los chanchos pusieron un revólver contra la nuca de la María, que estaba recién embarazada; en la taza del té que la señora Magaly conserva desde el día en que se esfumaron sus hijos. Once es hoy en los hermanos, hijos, padres y abuelas de las decenas de ejecutados y detenidos desaparecidos que estudiaban en la Universidad de Chile y que este lunes reciben el título honorífico de los que ahora viven pegados en las rocas, junto al mar, en cada gota del agua salada que los recibió cuando venían lanzados desde los más bárbaros helicópteros que haya conocido este viaje que es la historia. Once es hoy en los demonios, en los que se desquiciaron en el abuso, ayer como tortura, y hoy como idiotez en el pedir ampliar el privilegio de Punta Peuco para ganar un par de votos en una elección presidencial en que quedarán en vergüenza.

Once es en el camionero que amenaza a la presidenta con la misma tirria en la vista que tenían los de hace 44 años, los que fueron capaces de la sangre derramada con tal de conservar sus intereses. Once es en el paso cansino del ex frentista que ayer, recorriendo el frío y el silencio del Cementerio General, se volvió a preguntar cómo fue que se salvó el tirano y cómo fue que nos vengaron los jinetes del terrorismo de Estado. Cómo fue que nos persiguieron y mataron para cimentar tranquilos el paso a una democracia que nos trató de locos, una democracia que se olvidó de todos los locos que no quisieron la indignidad de la entrega, al mercado, al conformismo, a la caída de los sueños por los que los amigos fueron masacrados.

Once es este fin de semana en el Estadio Nacional, en las portadas del mundo que –cuando Chile fue campeón de Copa América- se preguntaron qué hacía entre medio de la gloria un par de tablas viejas, podridas, aguardando la memoria de los que por ahí perdieron la esperanza. Once es en las flores que el sábado David Pizarro e Isaac Díaz dejaron en esas tablas en honor de los caídos antes de empezar lo que debería ser puro goce y alegría, un partido de fútbol. Once es hoy en la carne tibia del niño que acompaña a sus abuela a la romería de La Moneda, y que conoce que hubo un presidente que se llamó Salvador Allende al que empieza a considerar un superhéroe, el “amigo” de su abuelo –un militante de base común y corriente- a quien ahora imagina junto al Chicho cambiando el mundo de los que viven en el cielo. Es que hay que hacerse de nuevo cada día, le enseñó la canción que sus hermanos socialistas le mostraron para que aprendiera a tocar la guitarra. Once es en ese niño y también es once en lo que está pasando en la otra esquina, a un par de cuadras, en la sede del colegio de periodistas, donde hoy suenan con más rabia y orgullo que nunca los nombres de los 23 profesionales del gremio y siete estudiantes de periodismo asesinados en la dictadura. Once es hoy en todo Chile, once es hoy en los cerebros y espíritus de los derrotados y victimarios desde hace 44 años.

Once es en la Universidad Católica, en la mirada de asco del Rector Sánchez petrificando la pinochetista ausencia de derechos sobre el cuerpo de una mujer pobre, once es en los dirigentes evangélicos usando el te deum como una plataforma para invitar a seguir discriminando a los que aman distinto, once es en los ex agentes de la CNI que dan cátedras morales en sus trabajos actuales, como el ex presidente de la iglesia metodista pentecostal, Roberto López, que le dice a los ateos cómo tienen que vivir.

Once es en la presidenta de la UDI pateando una y otra vez el proyecto de ley que busca terminar con el secreto de la comisión Valech, levantamiento de información que podría por fin dar la paz de la justicia a las víctimas de la prisión política que no alcanzaron a ser ejecutadas. Once es en el abuso de los ex comandantes en jefe de las fuerzas armadas que en una carta cuestionan la discriminación que sufrirían los ex uniformados en temas judiciales. Son los mismos –incluido el investigado por su irregular patrimonio Juan Miguel Fuente Alba- que nada dicen sobre el increíble privilegio de los militares en las pensiones, quienes con un 90% de financiamiento del Estado –plata de todos los chilenos, según el economista Andrés Solimano- gozan de pensiones que en su promedio más que doblan las de los que estamos obligados a cotizar en AFP. Y para qué vamos a hablar de los sinvergüenzas que roban con irregulares pensiones por invalidez. Once es hoy ahí, en ellos, todos los días.

Once es hoy también en las poblaciones tomadas por el narcotráfico, ese cáncer que creció en la pobreza de los ochenta, robando la vida de cabros anestesiados por pegamento que pierden su voluntad en el vicio. Once es en la desigualdad que se perpetúa en cada hogar destruido por la violencia y la drogadicción. Once es en esa desigualdad que en el otro extremo tiene en el trono la prepotencia omnipresente de un empresariado que aterriza en avioneta y hace pic nic sobre el desierto florido y sale libre de polvo y paja. Once es en el descaro de la familia Matte, que a poco de coludirse para estafar a todos los chilenos y hacerse más rica, golpea la mesa para retar al sector político que le pone un supuesto freno a su crecimiento. Once es en cada odio irresistible a la política porque sí, el odio de la despolitización que termina entregando el poder a Andrés Zaldívar hasta que cumpla cien años y a la hipocresía de Andrés Allamand, un divorciado que hace una década votó contra la Ley de Divorcio y hoy acusa de no estar por la vida a mujeres violadas que quieren abortar.

Once es en Mariana Aylwin gozando de un manto de poder para acusar a Cuba de expulsarla y luego burlarse de la precariedad de ese mismo país en el preciso momento en que el peor huracán de la historia lo azota. Once es en el asqueroso rol de personajes de esa estirpe, esa que vistiéndose de mártires de la democracia construye día a día la democracia disfrazada que pactaron con la dictadura, la democracia que al que no tiene plata lo mata en la sala de espera de una miseria de hospital.

Once de septiembre es en cada espacio de mi corazón y de mi alma. Y en cada espacio de la tuya, del vecino y la madrina que cuando falta una semana para llegar a fin de mes recuerda que de casi nada tiene derecho, recuerda que de nuevo hay que tomar la tarjeta para ir a endeudarse por mercadería. Once es en la mamá que pide un avance en efectivo para pagar la matrícula de su hijo, once es en las conversaciones junto a un vino en la fuente de soda de esta tarde en que otra vez nos preguntaremos si es en ese descalabro social que todavía vive la dictadura. Once es en todos los rostros desfigurados, sonrientes, diseminados, que aparecerán en esa conversación. Once es en el chileno que quedó, que está, trabajando en la precariedad de un call center o a duras penas jubilado, y en el que todavía no puede volver a su país. Once es en el ciudadano más pobre que cree que su vida será mejor votando por la voz neoliberal, y once es en la tía de izquierda que se va a morir nombrando a su compañero ¡presente! Justo dos segundos antes de cerrar sus ojos para que nunca más se vuelvan a abrir. En este ni en ningún otro país.

Richard Sandoval