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Crítica a «Dios nos odia a todos» de Patricio Jara: Un narrador bicéfalo

Por: Gonzalo Abrigo | Publicado: 03.10.2017
Crítica a «Dios nos odia a todos» de Patricio Jara: Un narrador bicéfalo dios nos odia a todos |
«Dios nos odia a todos» logra su objetivo como nouvelle fantástica pese a sus atavismos estilísticos, y abre provisoriamente la posibilidad a un imaginario personal que pueda inventar un pasado ligado tanto a la historia efectiva como a esa geografía más bien afectiva que el autor Patricio Jara ha intentado ya desde hace un tiempo desplegar.

Hace algunos años atrás, la novela Quemar un pueblo (2009) fue particularmente reprobada por algunos críticos que, además de resaltar su endeble arquitectura, no toleraron la presencia de un oso pardo que en uno de los capítulos el escritor antofagastino Patricio Jara (1974) hacía entrar, o más bien salir desde el mismísimo océano Pacífico alcanzando la playa de algún pueblo del norte durante el siglo XIX. La atención en esta, digamos, micropolémica, se centró en el mentado plantígrado. Sin embargo, era la novela misma en su globalidad, más allá del conejo sacado del sombrero, la que no conseguía plenamente flotar.

Distinta fue la suerte que corrieron los trabajos siguientes del escritor nortino. Geología de un planeta desierto (2013), cosechó elogios unánimes, y curiosamente esta vez nuevamente se apelaba de entrada a un episodio surreal que, en un gesto acaso todavía más arriesgado, debía sostener todo el resto de una fábula cargada de intimismo y biografía: el padre fallecido aparecía en la casa del hijo, saludando y conversando como si estuviera perfectamente vivo. El oso náufrago, el padre resucitado: aquí se detecta una estrategia. Pero no es que el foco sea “lo freak de la historia”, pues a Patricio Jara lo que le interesa, impopularmente en Chile, es simplemente el género fantástico. Claro que también el realismo acuñado en la cultura popular contemporánea, ese que en Antipop (2016) le valió consideraciones favorables, retratando en primera persona la formación de un productor musical, su tránsito desde la provincia al centro y el éxito de su emprendimiento.

Este rodeo vale solamente para lanzar una hipótesis: Jara ha sido hasta ahora (tal como uno de sus anormales de circo de atracciones), un escritor bicéfalo. Por una parte está el Jara de sus novelas ancladas en la anécdota histórica y en el pasado del actual norte chileno (El sangrador, El exceso, Prat, y la propia Quemar un pueblo); por otra, asoma el escritor que prefiere situarse en el presente, ese que narra con mayor agilidad, soltura y sin mayor parafernalia (Desde aquí se ve tu casa, Geología, Antipop).

Pues bien, su último trabajo, Dios nos odia a todos, pertenece al primer conjunto. Aquí se retorna al mapa de la Antofagasta boliviana del siglo XIX, pre Guerra del Pacífico, para describir una peste letal que se apodera de la ciudad, aniquilando a prácticamente la totalidad de una joven población excepto a una pareja con antepasados italianos y a un grupo de simpatiquísimos niños chinos. La ciudad desaparece con el higiénico bombardeo final acometido nada menos que por un general Grau de viñeta capitaneando el Huáscar, mientras Lucio Carbonera y Elena Cubito, la pareja enamorada que no rezará jamás, consiguen a tiempo concretar su huida en medio de la caótica borrasca.

Que la pareja no eleve plegarias a lo divino no resulta un hecho al azar, pues de lo que se trata esta novela es de resaltar precisamente la inapelable inclemencia del alto cielo ante la catástrofe. Por ello tampoco es casual que Dios nos odia a todos deba su título a un disco de la mítica agrupación metalera Slayer (a la que Jara le dedicó el año pasado un ensayo), pues asuntos como la peste, el mal así como la crítica a la divinidad, suelen ser temas recurrentes del rock pesado y sus variantes. Más aun: este trabajo, como Jara informa explícitamente al final, se nutre de un puñado de versos extraídos desde letras provenientes de lo más granado de las bandas de heavy, death, gothic y hasta de grindcore metal, las cuales aderezan el paisaje apocalíptico y agorero de desamparo y descomposición generalizada.

La peste, como se sabe, es un hit reconocible del cine y de un buen puñado de novelas históricas abestselleradas, varias de ciencia ficción, y desde luego de algunos clásicos como La peste de Camus o alguna novela de Defoe o Jack London. También es, recordemos, la excusa perfecta para los canónicos relatos del Decamerón. Las razones de la maldición, las posibilidades de sobrevivencia, así como el temor al contagio, son algunas de las claves inevitables de este tipo de ficción que Jara no elude, administrando cada uno de estos lugares comunes con sensatez narrativa, contención y resuelta ironía.

Si bien no alcanza la emotividad, destreza y sustancia de Geología o Antipop, esta novela resulta mucho más lograda que todo el conjunto de sus antecesoras ambientadas en siglos pasados, pues tanto los elementos anecdóticos como los fantásticos alcanzan una solidaridad que, a pesar del a ratos fatigoso ritmo de la prosa, mantiene vivo el relato y lo independiza mucho más del esqueleto de investigación que predominaba algo tediosamente en las primeras novelas del antofagastino. Como si se hubiese percatado que para configurar un relato fantástico -incluso uno que exige coordenadas histórico geográficas- no es necesario mantener tirantes las cuerdas de la erudición, Jara esta vez consigue lo que en parte ya había conseguido hace rato en esa novela breve y, si se quiere, juvenil Desde aquí se ve tu casa (2004): que la narración no se imponga sino a fuerza de gracia y el lector siga el relato hasta el final.

Dios nos odia a todos logra su objetivo como nouvelle fantástica pese a sus atavismos estilísticos, y abre provisoriamente la posibilidad a un imaginario personal que pueda inventar un pasado ligado tanto a la historia efectiva como a esa geografía más bien afectiva que el autor ha intentado ya desde hace un tiempo desplegar. Creo, de todos modos, que el autor funciona, hasta ahora, muchísimo mejor en el segundo conjunto descrito más arriba, pues como el mismo narrador de Quemar un pueblo apuntaba describiendo a los hermanos Dámaso y Gastón, en un hombre de dos cabezas siempre una sola es la que controla el cuerpo.

Tal vez el antofagastino esté a tiempo —y Dios nos odia a todos podría ser el punto de inflexión— de contradecir tal condicionamiento biológico de su propio personaje.

Dios nos odia a todos
Patricio Jara
Emecé
$9.400

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