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Pablo Walker, capellán del Hogar de Cristo: «No es tan difícil llegar a decir ‘prefiero ser narco a no ser nadie’»

Por: El Desconcierto | Publicado: 09.10.2017
Pablo Walker, capellán del Hogar de Cristo: «No es tan difícil llegar a decir ‘prefiero ser narco a no ser nadie’» |
Para el sacerdote jesuita la situación que se vive con el narco «es síntoma de un Estado precario donde los derechos más fundamentales no están asegurados, de un sector privado sin foco en las condiciones de vida de sus trabajadores y de una sociedad donde la validación se verifica en el consumo inmediato a cualquier precio. Ahí se crea el espacio para que el ‘Padrino’ asuma las funciones de gran benefactor en medio de la frustración ante la hiriente desigualdad».

El sacerdote jesuita y capellán del Hogar de Cristo, Pablo Walker, realizó un recorrido por el efecto social del narcotráfico, y sobre cómo éste puede llegar a romper confianzas y afectos.

Esto, tomando en cuenta los datos del último informe de la Unidad Especializada en Tráfico Ilícito de la Fiscalía (Observatorio del Narcotráfico en Chile, de 2016), que indica que existe un aumento progresivo en el comercio de drogas y que al menos en 426 barrios críticos impera una «narcocultura».

En entrevista con El Mercurio, Walker dio ejemplos de cómo en Chile aún existen los toques de queda: «Los niños juegan a tirarse al piso en la sala y los profesores cambiando los horarios en las escuelas, el rumor en la feria de que mañana queda la escoba, la suspensión de la reunión en la capilla por las balaceras, el cierre temprano del almacén, el miedo de los choferes de micros o colectivos a entrar tarde, los Carabineros y las ambulancias que tampoco entran».

El capellán señaló que en la Región Metropolitana existen al menos 16 comunas además de otras nueve en las demás regiones, donde se ve «un Estado intermitente, un repliegue de las organizaciones de base, una ausencia de inversión privada y el deterioro de esa vida en comunidad que era el orgullo de una población. En ese despojo, ante el despiste del resto del país, se instalan las mafias decidiendo quién entra y quién sale a tal calle, asegurando, a su manera, ‘trabajo’, ‘previsión’, ‘vivienda’, ‘salud’, ‘educación’…».

«Piensa en qué te pasaría si tu abuelo y tu madre hubiesen trabajado en lo ajeno hasta agotarse y hubieran muerto pobres, piensa en la oportunidad de tener hoy por la tarde lo mismo que te muestra y te prohíbe la televisión, piensa en por fin darle lo que quiere a tu hijo. No es tan difícil decir ‘Prefiero ser narco a no ser nadie’. Si solo tienes que ‘tener este paquete’ o simplemente ‘no ver’. Así avanza el crimen organizado, aprovechando el ‘mercado’ de la injusticia para extenderse. Y el país hace como que no ve», agrega Walker.

Para el capellán del Hogar de Cristo, esta situación «es síntoma de un Estado precario donde los derechos más fundamentales no están asegurados, de un sector privado sin foco en las condiciones de vida de sus trabajadores y de una sociedad donde la validación se verifica en el consumo inmediato a cualquier precio. Ahí se crea el espacio para que el ‘Padrino’ asuma las funciones de gran benefactor en medio de la frustración ante la hiriente desigualdad».

«El narco da respuesta a necesidades vitales -colchones antiescaras, sillas de ruedas para los ancianos, bolsas de mercadería para los que están cesantes, préstamos de dinero, organización de fiestas para los niños, útiles escolares, etc.- de familias que viven la exclusión. Les da lo que ni el Estado, ni la empresa, ni la Iglesia, ni las organizaciones de base les están dando. Así se hace querido, e incluso logra ser defendido por la comunidad», asegura Walker, y luego agrega: «La ‘narcocultura’ avanza cuando desaparece la comunidad».

Según explica, la narcocultura también rompe con los vínculos familiares: «Es estremecedor escuchar el grito de una mamá ante una hija ‘que anda metida’ en la droga. Como adivinando un infierno por recorrer. Te deja helado ver cómo trafican, en tus narices, tus hijos o tus vecinos. Y te sientes cómplice y encubridor. Jamás irías a denunciar a tu hijo. Se te va de a poco tu marido, tu hermano te engaña o lo ves consumiendo y robando, o llegando con cosas que sabes que no puede comprar. Y te encuentras con los vecinos vendiendo veneno a tus hijos, y no sabes qué hacer entre el miedo y la rabia. Y sabes dónde, y cómo, y quién vende. Y sabes que jamás denunciarías a nadie, no solo por miedo a que te maten, sino porque es tu gente».

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