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Opinión

El crimen contra Joane Florvil y las “malas madres”

Por: Ana Paula Viñales | Publicado: 28.10.2017
El crimen contra Joane Florvil y las “malas madres” joane |
Lo que le hicieron a Joane podría venir a constituirse en símbolo de un problema ordinario del Estado país en relación a la maternidad. Un Estado hipervigilante hacia mujeres/madres pobres y el ejercicio del rol parental. La violencia hacia Joane se debió a supuestos que encuentran su fundamento no solo en la estigmatización en tanto haitiana, sino en la conjetura de haber contravenido el rol materno.

El pasado 30 de septiembre del año en curso, tras una cadena de vejamenes, Joane Florvil muere, aparentemente en ese entonces, a causa de autolesiones en su cabeza. Sin palabras dejan los nuevos antecedentes que levantan la hipótesis de una muerte provocada por golpizas por parte de Carabineros de Chile. Titulares de noticia continúan
refiriéndose a “la muerte de joven haitiana” pero Joane fue asesinada, de una u otra manera Joane fue asesinada. ¿La mataron con un golpe? ¿Con golpizas? ¿La mataron con el arma del desprecio y la desidia? Aun es incierto el cómo, pero a Joane la torturaron. A Joane la mataron.

Su vecina Isabel Araya relata para este medio: “me dijo que la habían metido en una pieza cerrada con llave y que horas después viene un carabinero (o carabinera, no pudo especificar el género) y le tiró un colchón al piso para que durmiera. Le dice ‘acuéstate ahí’, pero ella dijo ‘no, no, quiero mi bebé’. Y entonces me indica que la empujó con fuerza contra la pared y se pegó en la cabeza -se tomó su cabeza- y ahí, me dijo, ‘empecé a golpearme’. Se pegaba aquí y aquí -señalando cabeza y cuello- para quedarse dormida. Se quería morir”. Joane habló con su cuerpo porque su palabra fue negada, y su palabra fue negada no solo por ser mujer, pobre y haitiana, sino imperdonablemente una “mala madre”.

Así, queda de manifiesto que Joane fue asesinada por un país machista, clasista y racista.

Resulta importante preguntarse cuál de estos tres mecanismos de opresión se hizo caer con mayor peso a la hora de su muerte. Sin duda, el lugar de cada uno de estos tres dispositivos de dominación ha sido transversal, sin embargo, pareciera necesario mirar más allá.

Lo que le hicieron a Joane podría venir a constituirse en símbolo de un problema ordinario del Estado país en relación a la maternidad. Un Estado hipervigilante hacia mujeres/madres pobres y el ejercicio del rol parental. La violencia hacia Joane se debió a supuestos que encuentran su fundamento no solo en la estigmatización en tanto haitiana, sino en la conjetura de haber contravenido el rol materno.

La violencia patriarcal naturaliza la maternidad, la idoneidad para cuidar de otro queda esencializada en lo femenino, Silvia Tubert indica que “no se trata de una legalidad explicita sino de un conjunto de estrategias y prácticas discursivas que, al definir la feminidad, la construyen y la limitan, de manera tal que la mujer desaparece tras su función materna”. Existe una obligatoriedad cultural a ser una “buena” madre. ¿Cómo no serlo si habría un instinto materno? De esta forma, y sin profundizar en cómo los hilos del patriarcado han oprimido a las mujeres desde esta representación de lo materno, están las “malas madres”, que son condenadas moral y socialmente en relación al grado de la desobediencia. Existen mujeres que no desean convertirse en madres, transgreden así el orden social, sin embargo, abandonar a un hijo significa contravenir el mandato cultural del ser mujer/madre de una manera absolutamente radical, indefendible. Abandonar a un hijo no solo es un delito legal sino moral y el más grave de los delitos morales que podría cometer una mujer.

Tras una situación confusa, a Joane, mujer pobre e inmigrante, le imputaron rápidamente el abandono de su hija, fue “inhabilitada” parentalmente, había transgredido, a juicio de los culpables directos, un mandado sociocultural de su constitución de mujer, la maternidad. En esta lógica, Joane se configuró en cuestión de segundos en una suerte
de peligro para la sociedad, no solo le arrebataron a su hija sino obturaron su palabra como castigo, llano gesto de deshumanización. Su origen haitiano y la pobreza en que vivía la condenaron a reforzar la idea de una “mala madre”. Si la maternidad es considerada instintiva y fundante de la identidad femenina y del orden social heteropatriarcal, una “mala madre” puede llegar a ser anulada no solo como mujer sino como sujeto, destituida subjetivamente, denegada en su estatuto de humana, despreciada, denigrada y en este caso gradualmente asesinada (por omision o no precisamente).

Las residencias del Sename y programas ambulatorios consideran en sus lineamientos el trabajo en las “habilidades parentales” con madres y padres que han vulnerado a sus hijos desde el maltrato, negligencia o abandono, en este trabajo se espera de esas madres un cumplir y deber ser, siendo muchas veces negadas en su subjetividad. La biografía no es del todo invisibilizada, por el contrario, el sistema en su perversión, utiliza esta misma para argumentar la incompetencia en lugar de tomarla para trabajar en la reconstrucción de una subjetividad: “es drogadicta” “es prostituta” “es delincuente” y, en un registro inconsciente, “es haitiana”, “es pobre”. No viene al caso desarrollar esta idea, pero aparentemente parte de la individualidad es entonces extraída del sujeto mujer madre para ser devuelta en su contra, sin posibilidad de escucha.

Rita Segato propone el concepto de violencia moral para referirse al “conjunto de mecanismos legitimados por la costumbre para garantizar el mantenimiento de los estatus relativos entre los términos de género. Estos mecanismos de preservación de sistemas de estatus operan también en el control de la permanencia de jerarquías en otros órdenes, como el racial, el étnico, el de clase, el regional y el nacional”. La autora refiere que esta violencia se constituye en la principal forma de control y opresión social con efectos devastadores para la liberación de las categorías sociales subordinadas, agrega que se caracteriza por presentarse por medio de actitudes invisivilizadas, gestos, miradas, indiferencia, desvalorización, etc.

Si el Sename se da a la tarea de “habilitar” a una “mala madre” pareciera imprescindible preguntarse de qué forma la está escuchando. Sin duda no es posible pasar sobre la ley, no obstante es preciso pensar si estas mujeres, madres, pobres y en muchos casos inmigrante ¿están siendo acaso escuchadas? ¿Son pensadas como quien porta un decir? ¿O son simplemente sepultadas como madre/ mujer, como humana? Una sepultura metafórica, que en el caso de Joane se materializa trágicamente en lo real.

Ana Paula Viñales