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Diego Alfaro, poeta: «A Chile nadie lo conoce por sus emprendedores, Neruda y Mistral seguirán siendo por siglos nuestros personajes más conocidos»

Por: David Bustos | Publicado: 09.12.2017
Diego Alfaro, poeta: «A Chile nadie lo conoce por sus emprendedores, Neruda y Mistral seguirán siendo por siglos nuestros personajes más conocidos» |
De regreso en nuestro país tras un periodo radicado en Argentina, el escritor oriundo de Limache repasa acá su ideario político y literario. «Hay que desarmar la academia y no darle tanto crédito al intelectual de escritorio sino también al de acción, al que edita, crea, organiza y enseña en otros instancias que no son las del conocimiento como consumo», declama.

Es el período de las marchas estudiantes (2011). El país parece haber despertado de un largo letargo. Diego Alfaro (Limache, 1983), hace clases en un liceo de Peñalolén. La educación chilena es un enfermo terminal que ha decidido irse a vivir al cementerio. Diego ya ha publicado su primer libro de poesía y siente que debe hacer un cambio radical en su vida. No tiene una respuesta, la inquietud lo tironea a buscar en su bolsillo una moneda y lanzarla al aire. Con una mochila y unos pocos pesos llega hasta Buenos Aires. Lee y escribe compulsivamente. La poesía chilena de alguna forma es su patria. Se abre un mundo. Los días de profesor de liceo han quedado atrás. Como vendedor de libros trabaja en las librerías Prometeo, Caleidoscopio, y la librería Norte, ubicada en el barrio Recoleta. Comparte conversaciones y lecturas, conoce a Juan Forn, Edgardo Cozarinsky, Ricardo Piglia, Hebe Uhart y Fito Páez. Estamos en los últimos años de los Kirchner. La moneda que lanzó al aire en Chile parece haberse detenido en el aire. Son los años de escritura de «Tordo», libro de poesía ganador del Premio Municipal de Literatura (2015).

Ya han algunos años desde «Tordo» y Diego (34) ha vuelto a Chile para presentar su nuevo libro de poesía, Litoral Central (Pez Espiral). Hablamos con él, hablamos de una Argentina con Macri y sus similitudes con Piñera. Nos contó del caso Maldonado y de la educación pública. Conversamos acerca de la figura del intelectual, de la poesía chilena y de la poesía argentina. Nos comentó cómo nació «Litoral Central», producto de anotaciones en plazas y viajes esporádicos a Chile.

—Llegaste con Cristina y ahora está Macri. ¿El país ha cambiado mucho? ¿Cuáles son las diferencias?
—Lo que no va a cambiar nunca es que el argentino se ría de todo, pero sí hay cosas que se transformaron radicalmente. Como por ejemplo el nivel de consumo. Lo que primero hizo Macri fue quitarle retenciones al campo y a la minería, todo ese costo lo terminó pagando la gente, mientras también se quitaban un montón de subvenciones a los servicios básicos. Obviamente que había cosas muy mal planteadas por el gobierno anterior (que poca o nada autocrítica ha hecho). Lo cierto es que Argentina está devastada desde hace décadas, con un nivel de pobreza cada vez más grande (más de un 30% de la población), con su territorio destruido por las plantaciones de soja. Es un país riquísimo que Macri –siguiendo lo que pasó en Brasil- quiere liberalizar aún más con una reforma laboral que atenta contra todos triunfos de los trabajadores del siglo XX, una reforma que baja el sueldo mínimo, amplía las horas laborales de 8 a 12, aumento de los años para la jubilación y un largo etcétera que viene para Chile de la mano de Piñera, en la búsqueda por bajar el costo de producción en el continente que solicitan tantos las multinacionales occidentales como las chinas.

—¿De qué manera el caso Maldonado marcó a la sociedad Argentina?
Pregunta difícil, porque lo que el caso abrió fue la puerta al inframundo, desde donde surgieron varios fantasmas de la historia nacional y latinoamericana que parecían estar arrinconados. La acción del Estado y su participación en la desaparición de una persona activa los miedos más grandes en una sociedad que lleva la marca de la violencia. Argentina ha tenido golpes de estado sangrientos, dictaduras terribles, fusilamientos públicos, conflictos armados con sus vecinos, matanzas de pueblos indígenas con un salvajismo que uno no se imagina. Martín Kohan tiene un libro tremendo sobre eso que se llama “El país de la guerra”. No por nada uno de los textos fundacionales de la literatura argentina es “El matadero” de Esteban Echeverría. Pero ese fantasma ha estado siempre latente, porque a pesar de los juicios, el nivel de impunidad de los residuos de la dictadura llega a ser delirante, así como el poder de ciertos grupos políticos, con sus mafias o en el mismo fútbol, donde un partido no se juega con el público visitante. Y eso es lo que marca, la reivindicación de la violencia como medio de orden, algo que en varios sectores de la sociedad argentina cae muy bien.

—¿La educación pública gratuita en Argentina hace una gran diferencia en lo social, en la manera que tiene el ciudadano argentino en relacionarse con el arte y la literatura?
—Eso es parte de una formación que viene más de la casa que del orden estatal. El argentino promedio sabe que tiene que gastar el 10% de su sueldo en cultura, dígase ir al cine, al teatro, comprar un libro, ir a una exposición, al menos tomarse un vinito en un centro cultural escuchando una banda. Después la gratuidad provee que todos los individuos puedan acceder a ese 10% desde su formación, sin poner un peso. Lo que pasa es que también existe un gran debate –y que es continuo- sobre el papel de la enseñanza en el arte y el papel del docente. Pero lo más, pero más importante, es que el argentino no cree que la universidad sea el final de la vida y de la formación de una persona, porque existen millones de talleres de lo que te imagines, en todas la ciudades del país –o en la gran mayoría- y en donde uno puede continuar su educación sin títulos –que al final son 3 pesos más a fin de mes-, pero de manera más involucrada con lo que uno quiere hacer con su tiempo en este mundo y no lo que te impone tanto el modelo. A la vez, la educación pública y gratuita permite que el estudiante al recibirse no sea esclavo de su deuda, de pagar su formación hasta una edad avanzada, y que te puedas independizar antes, trabajando al mismo tiempo, tener 25 años con 5 años de experiencia laboral y no terminar siendo el zángano de tus padres a los 30.

—¿La figura del «intelectual» en Argentina aún tiene cierta vigencia? Pienso en Beatriz Sarlo o lo que fue David Viñas. El tejido político cultural al parecer está imbricado, aquí en Chile me parece que los intelectuales están arrinconados en las universidades. ¿Piensas parecido? ¿Cuál crees que son la razones para ese tipo de diferencias?
La figura del intelectual sigue teniendo un peso importante, más allá de que la trilogía política-farándula-fútbol sean los reinantes en los medios de comunicación (esos enormes dinosaurios). Sarlo sigue saliendo en la tele y cuando aparece siempre hay una frase o un fragmento de su discurso que pasa al ámbito de lo público. Igualmente no hay que olvidar que la tradición en Argentina fue mayormente formada por la clase dirigente, por lo que es difícil encontrar voces radicales que pongan en cuestión el modelo en sí o la lógica peronismo-antiperonismo. La izquierda como tal es bastante débil y no tiene un discurso sólido. Todo tipo de discusión se da en el plano de la reforma y la crítica a los procedimientos, como por ejemplo el valor que puedan o no tener los derechos humanos para el gobierno actual, o la brecha creciente entre ricos y pobres o la explotación indiscriminada de los recursos naturales. En Chile tenemos también ese espacio y nuestros intelectuales también tienen un nivel de convocatoria interesante, la poesía para no ir tan lejos tiene un peso en nuestro país y –aunque todo sea medio improvisado- se da la discusión y esa discusión convoca. Ahora, creo que en Chile nos tenemos que tomar más en serio las cosas y no tanto para el tandeo, dejar la improvisación, creer en la producción local, ponerla en valor, difundirla más, no como un chauvinismo, sino como una manera de integrarnos al debate del continente, del que estamos alejadísimos; y eso pasa también por desarmar la academia y no darle tanto crédito al intelectual de escritorio sino también al de acción, al que edita, crea, organiza y enseña en otros instancias que no son las del conocimiento como consumo.

—¿Cuál es, a tu entender, las diferencia y semejanzas entra la poesía chilena y la poesía argentina?
—Me cuesta ver semejanzas, pero las hay. Lo que pasa es que en Chile solemos pensar que la poesía argentina o que Argentina es solamente Buenos Aires y eso es un error garrafal. Creo que hoy los poetas más interesantes están en las provincias o provienen de ahí o incluso del conurbano bonaerense. Pero en sí la poesía argentina está cruzada por sus mixturas, las migraciones constantes y una cadencia más metafísica, una poesía que piensa. Pero también es una poesía más ligada al ritmo y a la música, sin ir tan lejos un gran poeta es Ramón Ayala, un cantante que sintetiza en su voz toda la cultura del litoral. Santiago Sylvester, por ejemplo, mezcla su paisaje salteño con una reflexión con el lenguaje tal que me recuerda a Carlos Cociña o a Juan Luis Martínez. También Claudia Masin con una flora y fauna que se entrelaza con la experiencia o Carlos Batilana, que siendo más urbano, remite a la cotidianidad y la familia, pero siempre pensando en la forma, en la cadencia y en la autocrítica. Y eso también me pasa leyendo a Mario Ortíz que posee esa elasticidad para pasar del verso a la prosa, del ensayo a la crónica. Ese nivel de reflexión hace que los géneros también se mixturen y el pensamiento se expanda como el Río Paraná.

—¿La poesía chilena tiene lectores en Argentina?
Muchísimos y es una epidemia exponencial. Justamente ahora estoy conduciendo un taller de lectura de poesía chilena en la que están inscritos 9 jóvenes de distintos lugares de Latinoamérica y ya llevamos cuatro meses de funcionamiento ininterrumpido. Además estoy dando unas charlas sobre algunos autores chilenos en el Centro Cultural de la Embajada. No me deja de impresionar la recepción que tiene acá y lo mal que está nuestra salud cultural para no darnos cuenta. A Chile nadie lo conoce por sus emprendedores o por sus empresas, con suerte por sus vinos, en verdad nuestra fuente está en nuestros artistas y ante todo en la poesía. Neruda y Mistral seguirán siendo por siglos nuestros personajes más conocidos y hoy se ve eso mismo con la recepción que está teniendo la obra de Raúl Zurita, Elvira Hernández u otros. Estamos equivocando el eje mal, y eso se ve hasta en el poco interés que las editoriales chilenas de poesía ponen a la distribución y la exhibición. Sin ir más lejos, cuando trabajé en el stand de Chile en la Feria del libro de Buenos Aires se daba la estúpida situación de que se homenajeaba a Gonzalo Rojas y no había ningún libro de él, o que el autor invitado más importante era Pedro Lemebel, pero sólo habían tres ejemplares de sus crónicas; pero bueno, el día en que en los ministerios estén los creadores y editores y no los “técnicos”, la cosa va a cambiar. Eso te lo paso firmado.

«Tordo»fue un libro leído y premiado aquí en Chile. ¿Cómo sentiste que fue leído ese libro en Argentina?
Me pasaron cosas muy lindas con «Tordo», como que una vez me paró un muchacho en la calle para preguntarme si yo era el escritor del libro, porque le había encantado y que me había visto en una foto (¡en la calle!). Otra vez también llegó Diana Bellesi a la librería donde trabajaba llenándome de besos y diciéndome “mi tordito”, luego de que alguien le acercara la edición que hizo aquí del Dock. Salieron entrevistas, invitaciones a la radio, pero lo más interesante fue acercarme con poetas o personas ligadas al arte que hoy siento que son mis amigos, mis compañeros de ruta y con los que nos juntamos a charlar de cualquier cosa. Si la poesía no sirve para hacer amigos, aunque sean invisibles, no le veo otra función (risas).

—¿En qué momento decidiste comenzar a escribir «Litoral central»? ¿Recuerdas cómo nació este libro?
Creo que «Litoral central» nace de un mismo momento en mi vida y que es el de articular un proyecto en común con otra persona, de construir una cotidianidad y de convocar con ese cariño a una realidad que nos represente. El libro empezó como una serie de poemas de amor, que involucraban a la ciudad, la lectura, la contaminación, la pobreza, la política, el cine; porque cuando empiezas a compartir con alguien compartes también tus miedos, tus falencias, tus taras y sobre todo una carga genética que comienzas a evaluar. Entonces en esos viajes de vacaciones a Chile llevé a Claudia a conocer el litoral central. Tuvimos unos días hermosos en Maitencillo con mi familia, antes de la temporada turística, en donde todos los animales están ahí, interactuando y puedes moverte en la playa como un investigador. Yo llevaba mi cuaderno de notas a la arena y después de pasear en los roqueríos, me iba a dibujar o anotar impresiones. El poema final del libro es una recopilación que luego de tres años de trabajo logré darle la forma de un poema de largo aliento que pensara tanto el paisaje, como la carga histórica de este, que incluyera la flora y la fauna, mis muertos y la destrucción también de ese ambiente, todo eso, nuevamente, en un largo poema de amor. Lo genial de las dos ediciones –tanto la argentina y la chilena- es que Claudia trabajó ilustrando ya sea la tapa o el interior respectivamente y eso le dio un carácter de labor en común, una lectura compartida del territorio.

—¿Por último, nos puedes contar cómo la experiencia de trabajar en librerías en Buenos Aires?
Yo inventé un aforismo para describir la experiencia de las librerías: “La librería es la patria de los arrepentidos”. Esto porque siempre llegan ahí los que buscan esa cita, esa página, referencia o lo que fuere que alguna vez vieron, pero que obviamente desapareció en el vaivén comercial de la industria. Y eso descubrí en Buenos Aires: la librería es un animal en peligro de desaparición frente al poder de los grandes sellos. Hoy por hoy es imposible recibir todo lo que te envían y mantener un catálogo. Se ve de todo también: desde gente preciosa, hasta –y la gran mayoría- personas destruidas que buscan refugio en la lectura; jefes peores que Stalin, que humillan a sus empleados, a algunos otros dementes de los libros y amantes de la mugre. La salud mental no tiene nada que ver con las librerías, sino que con los libros.

—¿Qué libros buscan el argentino en las librerías?
Existe el mito de que los argentinos leen cosas muy interesantes, pero eso es falso, son grandes consumidores de best sellers, de autores de moda, de política contingente; como me dijo una vez un conocido “mi biblioteca está llena de policiales y de novelas argentinas contemporáneas… en diez años no va a valer nada”. Está eso y luego los grandes lectores; en Buenos Aires uno puede encontrar en medio de esa fauna algunos lectores impecables, que digieren todo con una voracidad apabullante. Son pocos, pero son los mejores, se pasean desde la poesía a la neurociencia.

—¿Y tu relación con los escritores argentinos?
Conocí a Juan Forn, Edgardo Cozarinsky, Alejandro Crotto, Pedro Mairal, Laura Ramos, Ricardo Piglia, María Moreno, Hebe Uhart, Jorge Aulicino, Santiago Sylvester, Laura Wittner, Jorge Fondebrider y conversar con ellos, incluso trabajar con algunos, hacer una amistad basada en el respeto mutuo. Por lo menos puedo decir que he sido bien recibido y con mucho cariño.

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