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«Catábasis» de Verónica Jiménez: En busca de la rama de oro

Por: Belén Roca Urrutia | Publicado: 15.12.2017
«Catábasis» de Verónica Jiménez: En busca de la rama de oro DL_dante_mal |
Su más reciente publicación es Catábasis, una plaquette que integra la colección de Cuadro de Tiza, editorial que ha hecho circular en este formato las creaciones de destacados poetas nacionale e internacionales. Catábasis es un poema dividido en sucesivos segmentos que presentan un desarrollo, una especie de viaje interior, desde la katábasis hacia la anábasis, el descenso y el ascenso, conceptos que surgen de la mitología clásica y que son una categoría de la dialéctica filosófica.

Verónica Jiménez (Santiago, 1964) es una poeta reconocida en el panorama literario chileno. Además de sus publicaciones en este género, ha escrito narrativa y ensayo. Su libro Cantores que reflexionan. Cultura y poesía popular en Chile, que obtuvo el premio mejores obras del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes en 2012, nos muestra también su interés por difundir este tipo de composiciones, de las que ha realizado un par de antologías. Su último libro de poemas, La aridez y las piedras, fue distinguido esta semana con el Premio Municipal de Literatura 2017.

A partir de su título, podemos afirmar que Catábasis nos muestra una escritura subversiva, una escritura que se rebela contra la posmodernidad, contra el relato fácil, mínimo, y vuelve la mirada hacia la grandeza del género, abofeteando, en un doble engaño, a lo cotidiano para sumergirse en un metarelato.

¿Cómo debe ser una persona que vigila un horno? Son sus primeros versos, planteando una pregunta al lector. En la Odisea, Homero nos cuenta que Ulises emprende su viaje a Ítaca, después de la guerra de Troya. Pero ¿qué debe hacer para volver? Necesitado de la ayuda del ciego Tiresias, desciende al Tártaro para escuchar su consejo (Odisea, canto XI). Emprende entonces la katábasis o nekia, la misma que en latín se nombra descensus ad infernos (descenso al infierno). De esta forma, el genio de Homero comienza una larga tradición de un motivo literario utilizado en toda nuestra cultura occidental y en casi todas las civilizaciones existentes.

Pasados los siglos arcaicos, llegamos a la Roma imperial donde el poeta Virgilo retoma este motivo en su Eneida. Eneas, el piadoso, que lleva a su anciano padre sobre los hombros escapando del infierno de Ilión, desciende a los infierno, al no-tiempo donde las almas peregrinan en el Hades, y se produce entonces la metafísica de trasmutación. La contraseña, la rama de oro, permite la trascendencia. El héroe piadoso habla con Anquises, su padre, pero luego, surge la pregunta: ¿Cómo se regresa? ¿Cómo se asciende? ¿Cómo se produce la anábasis?

No en vano, 1.300 años después Dante elige a Virgilio para guiar el viaje al purgatorio y al infierno en su Divina comedia, y Miguel Ángel se trastorna pintando al poeta latino, que quiso quemar su obra antes de morir ardiendo la fiebre en Brundisium.

Damos un salto para llegar hasta la actualidad y retomar la  pregunta inicial del poema de Verónica Jiménez: ¿Cómo debe ser una persona que vigila un horno? Una mujer, nos dice el poema, que mira al tiempo convertirse en ceniza. Derrida señala que después de que el fuego ha hecho su trabajo solo resta la ceniza. La ceniza es lo que resta, lo que queda, es el ser que queda de un no ser, tesis y antítesis, donde la antítesis  solo se explica porque ya aniquiló a su tesis; la ceniza solo se define por la extinción de lo que consumió el fuego. ¿Qué es lo que conforma el último elemento de esta triada hegeliana? El tiempo.

En Catábasis, la mujer es la portadora de una dualidad: cuchillo y herida. La mujer cocina para una multitud, agobiada de calor. Horno/ cuchillo/  herida/ calor/ multitud conforman los elementos de un infierno, es la imagen del “horno” (horno del holocausto, que quema, que incinera cuerpos, multitudes; pira demoníaca). Katábasis de una mujer que alimenta multitudes: la mujer nos lleva a la Odisea de Penélope, la que lucha por mantener su fidelidad acosada por una multitud de pretendientes, 136, que devoran su hacienda, la hieren, la acosan, la devoran. Su arma de defensa es un sudario para su suegro Laertes, que teje y desteje para retrasar el momento de la decisión, de abrir la carne con el cuchillo, de cerrar las puertas del horno, del infierno de la ausencia, de la larga ausencia, como lo resume el helenista Antonio Ruiz de Elvira.

Hago cortes en la parte tangible de la realidad” nos dice la voz del poema, la que ya carga sobre sus hombros una historia antigua. La realidad tangible, “un trozo de costilla extraído de una bandeja”, un cuerpo cercenado por ella, ¿será su propio cuerpo? Escapa a estos versos la realidad intangible, la que se configura como el escenario, el descenso a un mundo mítico, al averno, al infierno, donde ya no solo peregrinan almas, sino que los restos de cuerpos que son preparados, cocinados. “La parte de un Todo”, nos diría el monista Spinoza, todo es parte de un todo, que es el “uno mismo”, tangible, intangible, accidentes de una misma sustancia.

Aparece entonces “Él”, “que levanta escaleres como Jacob”. La escalera, la salida, representa el inicio de la anábasis, el retorno, la conexión intermundos. Pero “Él” no es un ángel que desciende y asciende: es alguien que come, escupe huesos, es un nombrador de ciudades, excede más allá. Es quien ordena el ascenso, pero para dar inicio a la anábasis falta la contraseña, conocer la salida de esos cuerpos opacos, extraños, desnudos entre las sábanas, el ritual sexual que enciende el fuego, que hace arder el infierno.

Dijo ascender”, señala el poema. ¿Quién dijo? “Él” lo dijo. Luego, el cambio de la persona gramatical nos dice que “ella” dijo. ¿Existe en este infierno ese “Él”? Los versos ostentan lecturas, aguas saladas de una receta superficial y de una receta profunda. Se lee en la superficie el choque de géneros, él, ella, pero el cuchillo, el cambio gramatical “dijo”-“dije” nos sugiere que él no es otro; es la manifestación de un viaje de uno mismo, hombre o mujer, da igual, porque son lo mismo, a su infierno de cuchillo/herida/carne del sacrifico/holocausto de sí mismo/horno donde incinero mi propia carne/te convierto cuerpo en otro/ en el que soy yo en el infierno.

Justamente esto lo que presenta el poema de Verónica Jiménez, ir y venir entre la katábasis y la anábasis, un viaje, del que no sabemos si la voz volverá, sí ascenderá al fin, y que es simultaneamente el viaje de todo ser humano, el viaje de Ulises, el de Eneas, el de Dante, el  Ulises que vive dentro de cada uno, el que somos cuando descendemos a nuestro propio infierno. El ascenso, la anábasis, se propone también como una posibilidad de sanación: “La vida interior es también / una promesa de cicatriz”.

Catábasis
Verónica Jiménez
Cuadro de Tiza Ediciones
20 páginas
Precio de referencia: $1.000

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