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Piñera dio una paliza y no fue culpa del Frente Amplio ni de los “fachos pobres”

Por: Richard Sandoval | Publicado: 19.12.2017
Piñera dio una paliza y no fue culpa del Frente Amplio ni de los “fachos pobres” | / Agencia Uno
No fueron los «pobres», los «ignorantes», los «tontos» alejados del conocimiento y la correcta moral -que supuestamente contenemos inherentemente en política los de izquierda- quienes dieron el triunfo a Piñera, fue la masa contundente del país, gente sencilla, común y corriente, gente de todo tipo y lugar, nuestros familiares, amigos y vecinos, tan o más inteligentes que nosotros, tan o más concienzudos como lo puede llegar a ser cualquier ser humano, quienes vieron representados sus intereses y sueños de mejor manera en la carta de la derecha.

No fue culpa del Frente Amplio, no fue culpa de los «fachos pobres», no fue a raíz de la mayor participación en el barrio alto, solamente. Piñera ganó bien y no fue culpa de nadie. Fue responsabilidad de quienes no supieron superarlo.

Hay que asumirlo y entenderlo con respeto e hidalguía: Piñera es el nuevo presidente de Chile, y se ganó ese derecho muy, muy bien, para pesar de quienes hicimos campaña en su contra, a quienes sólo nos queda aceptar la derrota y reflexionar sobre las razones de su forma tan apabullante y clara; porque no fueron los «pobres», los «ignorantes», los «tontos» alejados del conocimiento y la correcta moral -que supuestamente contenemos inherentemente en política los de izquierda- quienes dieron el triunfo a Piñera, fue la masa contundente del país, gente sencilla, común y corriente, gente de todo tipo y lugar, nuestros familiares, amigos y vecinos, tan o más inteligentes que nosotros, tan o más concienzudos como lo puede llegar a ser cualquier ser humano, quienes vieron representados sus intereses y sueños de mejor manera en la carta de la derecha. Y allí debe extenderse nuestro debate.

¿Por qué Piñera nos ganó por goleada? Primero, por seguridad, en sí mismo y en sus ideas, por apego a una opción que le ofrecía al electorado que lo votó -un electorado que no es íntegramente de derecha- menos incertidumbre, un proyecto -en términos generales- sin medias tintas, sin zigzagueos y sin ambigüedades: más crecimiento y más empleo, y por lo tanto, más consumo y mejor calidad de vida.

Porque ese es el país construido en casi el último medio siglo, uno en donde la idea cultural de felicidad pasa por la posibilidad del acceso al consumo, dejando la idea de «derechos sociales» –la mayor de las veces intrincados proyectos en educación, salud y previsión- como un añadido al derecho al consumo, camino simple y directo al placer, camino que se recorre con mayor o menos fuerza con la energía del mérito. Ese es el meollo de nuestra cultura, y para derrotar una matriz valórica tan potente, y tan bien personalizada en la figura del «hacedor de plata», la figura del hombre inteligente y capaz de Sebastián Piñera, debía haber enfrente una figura segura y con un proyecto transformador contundente, y hoy debemos asumir -so riesgo de ser generales después de la batalla- que ese proyecto en la segunda vuelta no estaba, o que por lo menos, no se supo expresar como la alternativa contundente que ofreciera tanto apego y seguridad como para respaldarlo.

El remezón debe ser fuerte para la izquierda y los sectores progresistas que disputan el poder: el trabajo, la dignidad, el bienestar no son conceptos que el pueblo hoy entiende como patrimonios de la izquierda porque sí –y nunca ha sido así, siempre ha sido una disputa-, y mucho más lejos de aquello están los conceptos de “buena economía” y crecimiento, los que sí se los ha apropiado con habilidad la derecha. Hoy todos esos son conceptos que están en disputa, y como expresó la última elección, para Chile entre el proyecto de Piñera y el de Guillier, la Nueva Mayoría estuvo lejos de representarlos de la mejor manera. Y en ese escenario hay que identificar y señalar que la de Guillier fue una candidatura que confundió; perdida entre el desorden de una coalición que llegó dividida y muerta como tal a la primera vuelta -con sus posteriores socios ligando al senador a la tibieza y a un alcalde narco en la franja de noviembre-, el «independiente» tuvo que moverse de aquí para allá en sus últimos días de campaña, un día tranquilizando a los empresarios y al otro prometiendo condonación del CAE al 40% luego de dos minutos de ser interrogado en el debate, y a pocos días de contradecir por segunda vez a su jefe de campaña, que insistía en que era solo una suspensión de la deuda. Así no se iba a convocar, por ningún motivo, ni por el más bien desarrollado antipiñerismo, a todo el voto crítico del modelo de la sociedad de consumo, ni menos se iba a entusiasmar a los críticos que no votaron en la primera vuelta no por él ni por el Frente Amplio, esa masa que compone el 50% que no vota, y a la que sí supo levantar en alguna medida Piñera –no sólo en el sector oriente de Santiago-, quien sacó cientos de miles de votos de espacios que no se expresaron en noviembre, espacios que ahora si entendieron la importancia de vencer a Guillier, porque Piñera sí era claramente lo que los representaba. Eso Guillier, hacia los votos que sí debía mover y convocar, no lo logró.

Y ahí está la lección fundamental, más allá de la rabia, del llanto, de la indignación, y de todos los análisis que pronostican una cuestión que no deja de ser verdad: con la derecha aumenta la desigualdad y son los más desvalidos quienes sufren las consecuencias de un impulso a la sociedad de mercado. La lección fundamental está en que para impedir en una elección futura la realidad de cuatro años con -seguramente- más crecimiento, chorreo, desigualdad y carencia de derechos -no olvidemos que Felipe Kast a un día de la elección anunció el retorno del copago escolar- debe haber una propuesta contundente, sin medias tintas, que si dice no más AFP defienda la propuesta hasta el final, y no la maquille de algo que nadie entiende, una propuesta que no sienta que ilumina solo porque es más inteligente y “sensible”, sino que se meta en el corazón del pueblo criado en el neoliberalismo para proponer medidas que representen, con coherencia y rigurosidad política, y un lenguaje que contagie y no asuste (como dijo Luis Corvalán, “para conocer cómo piensan los campesinos fui al campo”). Una propuesta que dialogue con quienes están endeudados con el CAE, una candidatura que si quiere dejar de sentir rabia porque pierde en Atacama o Coquimbo, reductos históricos de la izquierda, se meta a conversar sin temores ni prejuicios con esa gente para construir en conjunto una sociedad solidaria que entienda el cómo hasta aquí todos hemos vivido, que entienda cómo se puede mover a votar a los que ya llevan en la sangre la ética del “a mí nadie me ha regalado nada”.

Porque es cierto, en una sociedad ultra precaria en derechos, que ha sido administrada casi 30 años por diferentes sectores políticos, con reformas que muchas veces quieren quedar bien con Dios y con el diablo, a la gente nadie le ha regalado nada. Y entre dos opciones que en su espíritu conciliador y moderado no se diferencian -simbólica y comunicacionalmente- mucho, esa gente se fue a la segura.

Piñera ganó bien, interpretó mejor, y su victoria no fue culpa de nadie.

Richard Sandoval