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Opinión

¿Para qué sirve la literatura?

Por: Daniel Noemi | Publicado: 10.01.2018
¿Para qué sirve la literatura? | Leo Tolstoy y su caballo
La literatura nos descubre y desnuda, nos advierte y divierte, nos calla y habla. O puede hacerlo. Alguna. Al menos. O quisiéramos creer eso. Quisiéramos creer que una novela va a cambiar el mundo (altamente improbable); que nos va a cambiar a nosotros (puede ser que suceda, pero uno tendría que preguntarse si el cambio no hubiese sucedido de todos modos). Quisiéramos creer en tantas cosas.

El termómetro marca 25 bajo cero. Con el viento, dice la radio, se siente como si fueran menos 40. Las calles están nevadas y vacías. Blancas y solitarias. Junto al esmirriado fuego de la chimenea, leo un libro sobre literatura. Sobre lo que la literatura es, no es, podría ser, puede hacer, quisiera hacer, nunca ha hecho, pero a pesar de todo, etc. No es un buen libro. Mejor dicho, es un libro muy específico que solo leerán un par de tipos y tipas en el mundillo académico, pensando que en eso se nos va la vida (que si citamos a fulano o a mengano cambiaremos el curso de la historia —ahora, digamos de paso, que en contadas ocasiones eso ha sido así; creérsela es otro cuento—).

La canción sigue siendo la misma, Jethro Tull, ¿no? Pensar la literatura hoy sigue siendo la misma imposible tarea que lo fue hace tres siglos o hace dos mil años. Y al igual que en esos entonces, es hoy urgente, necesaria, inclaudicable y, ya que estamos, impajaritable. ¿Por qué? Porque la literatura nos descubre y desnuda, nos advierte y divierte, nos calla y habla. O puede hacerlo. Alguna. Al menos. O quisiéramos creer eso. Quisiéramos creer que una novela va a cambiar el mundo (altamente improbable); que nos va a cambiar a nosotros (puede ser que suceda, pero uno tendría que preguntarse si el cambio no hubiese sucedido de todos modos). Quisiéramos creer en tantas cosas. En la revolución y en el amor. Que Trump no es presidente donde escribo, que Piñera no ha vuelto a ser electo presidente… detengámonos ahí: la literatura, al contrario de lo que muchos pregonan, no es la alternativa para hallar esos mundos imposibles, apócrifos; no, ella nos devuelve y nos revuelve a nuestra realidad. Es cosa de leer a Borges para darse cuenta.

El libro que leo se llama Anti-literatura. Está escrito por Adam Shellhorse y trata de cómo la idea de una literatura que va en contra de la literatura es la mejor literatura que puede haber, o mejor dicho, la que se necesita para cambiar cómo están las cosas en el mundo. Simplifico mucho al decir eso. Shellhorse sigue la senda por donde han ido los subalternos teóricos que en el mundo latinoamericanista académico han sido. Eso quiere decir que hay una dosis grande de reflexión teórica. Para quienes no están metidos en ese mundo, claro, a ratos se puede tornar un tanto incomprensible o aburrido, pero hay algo que vale en ese intento de reflexionar sobre las ideas de las ideas, sobre el pensar del pensamiento.

Entonces, ¿qué onda con la literatura? Las preguntas son como el hilo negro: para partir, ¿qué es? Después, ¿para qué sirve? ¿Puede transformar el mundo? ¿Cómo se relaciona con la política? ¿Puede ser pura, estar en Becker? ¿La novela que leemos en vacaciones, en la playa, el lago, el campo o en la pega porque no tenemos vacaciones, es literatura? Mis estudiantes dirían que da lo mismo. Que lo que importa es que me entretenga o que me diga algo, que me sienta identificado o identificada; en fin, que la misma pregunta por la literatura es irrelevante. Sin embargo, a pesar de los pesares, creo que mis estudiantes estarían equivocados. El problema no es si una novela de playa, de esas que se leen de una patada, es o no literatura.

El asunto es cómo hacemos funcionar y actuar a la literatura en nuestro mundo: buscar constantemente la capacidad de quiebre, renovación, revolución, innovación (del lenguaje, del modo en que miramos el mundo, de cómo lo soñamos), que tiene. Y, evidentemente, hay muchos libros que no nos aportan nada de eso. Esa, podríamos decir, es una literatura entretenida a ratos, pero sosa (ojo: no se trata aquí de ponerse a hacer listados; hay algo que decir respecto a la experiencia de cada una o cada uno con un libro). Hay otros libros, en cambio, que son capaces de descolocarnos: de reconvertir a la literatura y devolverle lo que el poeta Celaya llamara ser un arma cargada de futuro. Esa es la literatura que es siempre y más que nunca ahora necesaria.

¿Por qué? ¿Por qué esa necesidad; por qué escribo esto ahora? Puede ser por el frío. Pero también puede ser porque cuando ya nada se espera personalmente exaltante, mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia… se dicen las verdades (Celaya de nuevo). Cuando el futuro se cubre de nubes y las derrotas se tratan de disfrazar con andrajos; cuando la realidad parece un precipicio inevitable, es en esos momentos (como el actual) en que la literatura puede ayudarnos, un poco, a pensar de nuevo y nuevamente, a inventar un camino o continuar las luchas más desiguales y enfrentar a los molinos más ventosos.

Toda literatura que se precie de tal ha sido en un momento anti-literatura. Sí, amigos, amigas: queremos para los tiempos que se avecinan, en el sur o en el norte, a un lado o allende los Andes, una buena dosis de literatura que se meta en los intersticios de las lógicas que nos obligan a funcionar, que descoloque y trastoque, que ser ría y putee, que, en fin, sea la posibilidad del futuro que necesitamos para cambiar el que se nos está viniendo.

Daniel Noemi