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Opinión

Poli Délano y la apología a la vagancia

Por: Paulo Andrés Carreras Martínez | Publicado: 17.01.2018
Hay novelas que marcan no solo por su trama, sino porque uno de sus personajes te representa, parece hacer o decir lo que uno piensa, encarnar tus errores, triunfos y derrotas con una mirada existencialista de la vida.

Dentro de mi profesión es muy recurrente que los alumnos de diversos cursos me hagan la siguiente pregunta, «Profe, ¿cuál es el libro que más le ha gustado?».

Debo reconocer que cuesta muchísimo responder esta interrogante, pues me es muy difícil dentro de tanto texto que ha llegado a mis manos entregar una rápida respuesta. Esto por una vasta herencia literaria dejada por mi extinto padre y el amor por la lectura que tanto mi hermano como yo hemos cultivado e incrementado a través de los años.

Ambos profesores, él de Historia y Geografía y yo de Castellano o Lenguaje y Comunicación, hemos visto en la lectura, el mundo de la filosofía, la ficción o el ensayo la válvula de escape para sortear el tránsito a veces pedregoso y hostil de la vida. Después de pocos minutos, la mayoría de las veces, solo segundos de llenar la mente y hacer pasar como fantasmas desvelados, el desfile de títulos que en la proximidad o lejanía del recuerdo golpean mi cerebro, cuesta encontrar uno en particular que me plazca.

Sin embargo, hay un libro que hace unos cuantos años llegó a mis manos recomendado por un entrañable amigo. Éste a modo de sugerencia, dijo que lo leyera mientras yo pasaba por un estado anímico deplorable. “Cero a la izquierda” la pequeña novela del escritor chileno Enrique Poli Délano (1936 – 2017) y en particular la figura del protagonista, (un innominado y que me trajo ciertas reminiscencias del aplana calle Holden Caulfield de la novela “El guardián entre el centeno” de J.D Salinger) desde la primera página atrapó mi atención por su simple pero a la vez profunda historia de un muchacho de enseñanza media, que en su último año de colegio vive el amor y el desamor, el fracaso, la pérdida de la inocencia, la traición y la amistad, entre otros temas propios de la existencia humana.

Debo señalar que hay novelas que marcan no solo por su trama, sino porque uno de sus personajes te representa, parece hacer o decir lo que uno piensa, encarnar tus errores, triunfos y derrotas con una mirada existencialista de la vida. A mí eso me pasa cuando releo este libro, pues si bien es cierto el protagonista bordea los dieciocho años, en las páginas finales nos damos cuenta que la narración en primera persona es un racconto del personaje en plena adultez. Todos alguna vez hemos sido o seguimos siendo un “cero a izquierda”, un “don nadie” para el sistema, el mundo del mercado laboral, los otros, o nosotros mismos cuando nos auto-flagelamos. La novela no es tan solo un cúmulo de las aventuras y desventuras de un chico adolescente, instala en sus líneas ideas filosóficas importantes y eternas sobre la libertad, el tiempo, la amistad y el amor que invito a leer.

Me detengo específicamente en el capítulo diez, genial a mi parecer, pues tiene unas magníficas reflexiones del protagonista sobre precisamente la libertad y el romper con las cadenas del tiempo en esta sociedad que corre y corre hacia “el anhelado éxito”.

“Era la ciudad. La ciudad que nos coge como a migas y nos echa a andar, nos pone en movimiento, sometiéndonos a su ritmo imposible de evadir…Comenzamos a vivir como autómatas y ya nada de lo que hacemos es voluntario. Todo es necesario. Comemos, dormimos mal, fornicamos, trabajamos por nuestro pan, defecamos, nos lavamos los dientes. Pero hemos dejado de gozar de las pequeñas cosas. De comer, de dormir. Es un monstruo titiritero y nosotros somos las marionetas.”

Precisamente el filósofo inglés Bertrand Russell en su ensayo “Elogio de la Ociosidad” señaló que “El deber, en términos históricos, ha sido un medio, ideado por los poseedores del poder, para inducir a los demás a vivir para el interés de sus amos más que para su propio interés. Por supuesto, los poseedores del poder también han hecho lo propio aún ante sí mismos, y se las arreglan para creer que sus intereses son idénticos a los más grandes intereses de la humanidad.”

Ese deber impuesto muchas veces para cumplir, ser productivo, convertirse en el mejor o solamente poder ganar un miserable salario y no morir de hambre, a sabiendas de la necesidad de hacerlo es una ley imperiosa del sistema, se instala como lo correcto y todo acto vinculado a la vagancia o el ocio, entendiendo este como el momento, las horas, el tiempo que tenemos como derecho a hacer nada, es casi un lastre, una palabra cargada semánticamente de negatividad, sinónimo de flojera y desidia. Quedarse más horas que las legales en el trabajo, regalar fines de semana, no tomar las vacaciones o postergarlas son muchas veces una práctica aplaudida por los patrones, una señal de compromiso institucional, de actitud servicial y de empleado modelo.

El protagonista decide parar (como yo lo he querido muchas veces), no entiende por qué y hacia  donde corre con tanta prisa. Los ceros a la izquierda, aquellos que no cumplimos con los cánones establecidos, que nos cuesta someternos al “deber” instaurado por los que detentan el poder seguimos viendo en la vagancia, el ocio y la contemplación de lo que nos rodea una forma distinta para ver la vida. Amamos la libertad e intentamos vivir de pie y no de rodillas.

El arte de Poli Délano, como él mismo dijo, «se nutre de la calle, de la intrahistoria y de la historia con mayúscula». En sus relatos las historias marginales y el retrato de lo cotidiano sirven para dar cuenta, a veces con humor y otras con un agudo realismo, de una realidad social más profunda:

“Nosotros somos las marionetas que apiñadas en una esquina de la Alameda se lanzan al cambio de luces todas a saltitos, a pequeñas carreras hasta la mitad de la calzada, a esperar el nuevo turno, mientras algún temerario, un intrépido insolente, a todo meter sortea vehículos, hace frenar camionetas y es miserablemente atropellado en su frenético intento de alcanzar la otra orilla; las que en un moderno quick-lunch son capaces de comerse, de tragarse un bistec con ensalada, de pie, en tanto que alguien espera el lugar, porque no hay tiempo de sentarse, no hay tiempo para masticar.”

Si estar en contra de esta forma de vivir, de triunfar a toda costa, de colmar expectativas, encajar, me declaro un completo cero a la izquierda, al igual que el personaje de esta novela, el eterno “perdedor” para el sistema, léase derrotado dentro de lo impuesto. El conflictivo fuera de norma.

El periodista argentino Roberto Artl señalaba que el hombre es una bestia perezosa. Una magnífica bestia con un cuerpo demasiado pequeño, pero en aras del progreso, la modernidad muchas veces destructora del medio ambiente, extirpadora de nuestro tiempo y hambrienta de tecnología, nos hemos convertido en precisamente marionetas, simples peones de un tablero de ajedrez, útiles para el Rey y la Reina, protectores del sistema a quienes regalamos nuestra época más fértil de vida, juventud, fuerza y energía, para luego recibir una pensión miserable.

Como bien decía Jean Paul Sartre en su dialéctica del grupo “Somos en este mundo y sociedad una serie de libertades que se unen por el hecho de pertenecer. Estamos sometidos al cumplimiento de condiciones similares y delegamos nuestra libertad en el grupo, pero al final del día esto es imposible. Llegará el momento que me encontraré solo con mi libertad, como el personaje de “Cero a la izquierda” detendré mi marcha, dejaré de correr, aminoraré el paso y me preguntaré ¿Por qué cresta estoy haciendo esto?

Tal vez sea en ese momento cuando vuelva libremente a vivir.

Paulo Andrés Carreras Martínez