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Violencia obstétrica: La oscura ecografía de las cesáreas en Chile

Por: El Desconcierto | Publicado: 03.02.2018
Violencia obstétrica: La oscura ecografía de las cesáreas en Chile Cesarea | / Wikimedia
Según el Informe de Gastos de Salud de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, el 47,1% de los nacimientos en nuestro país se realizan vía cesárea. La tendencia, que eleva sus números por sobre el 70% si trata del sector privado, revela una falta de regulación en nuestro sistema de salud, que mantiene en vilo a distintos movimientos promotores del parto respetado.

Producto de tiritones generados por una reacción alérgica a la anestesia, la sonda se le salió de la vagina, orinando por completo su cama. «No mamita, va a tener que esperar porque mañana cambiamos las sabanas», fueron las palabras de las matronas del Hospital Clínico de Magallanes, al rehusarse a cambiar las sábanas de M.B., una madre que en ninguno de sus tres partos estuvo al margen de la violencia obstétrica.

Su primer embarazo lo tuvo con tan solo 17 años, cuando aún cursaba cuarto medio. Según recuerda, en el colegio era víctima de burlas por estar esperando un hijo a esa edad y, para su sorpresa, en sus visitas al ginecólogo también. «Estuviste haciendo artes manuales», era la frase que más le molestaba.

Su parto fue apresurado por el personal médico, que en ese momento le advirtió que su hija tenía que nacer antes de las doce porque después el doctor se iba a almorzar. «Lo que me decían que tenía que hacer lo hacía. Además, estaba contenta ya que con anestesia no sentía dolor», recuerda.

Luego de la intervención, los médicos que la trasladaron a la sala de descanso se dedicaron a hablar un rato de su vida personal. Mientras tanto, ella tambaleaba y chocaba contra las paredes, debido a la falta de atención.

Su segundo parto, a los 23 años, fue mucho peor. El médico le diagnosticó una preeclampsia, una complicación debida al aumento repentino de la presión arterial, que hasta el día de hoy no sabe qué la causó o qué tan verosímil era haberla tenido en ese momento. «Mañana tienes tu guagua», le comentó el doctor ese día.

«Al momento del parto mi matrona puso a todo chancho música de Fito Páez, y yo como estaba nerviosa le pedí que la bajara porque sentía que me iba a morir. Tenía mucho miedo«, dice M.B. La anestesia que le pusieron derivó en temblores corporales que se mantuvieron por 12 horas.

Finalizada la cesárea, recuerda que sangraba mucho y que al lado de la camilla en que la pusieron había un niño sentado que la miraba pasmado. Al momento, le pidió al médico tratante si podían correr las cortinas. Él dijo que no era necesario.

Ya en su tercer embarazo, el médico le advirtió que su hija no estaba creciendo y que tendría que ver con la matrona la disponibilidad de un pabellón. Otra vez, vía cesárea, dio a luz a una niña de 3 kilos, lo que para ella resultó ser algo extraño, y es que para ser un bebé que había dejado de crecer, a su juicio, se veía bastante grande. Sin embargo, lo que más le molestó en ese entonces fue que las matronas se burlaran del nombre que había elegido para ella: Gracia.

Consultados por su versión de los hechos, desde el Hospital Clínico de Magallanes respondieron que no existe registro en las Oficinas de la Subsecretaría de Salud de algún reclamo y/o denuncia formal por parte de la paciente, pues estos poseen una fecha de expiración de cinco años. Luego agregaron: «De todas maneras, si es que hubiese existido denuncia, la responsabilidad administrativa, civil y penal están prescritas por lo que en esta oportunidad, HCM no emitirá declaración».

hospital clínico magallanes

/ Flickr

Estos tres episodios en la vida de M.B., lejos de formar parte de los recuerdos que hoy quisiera estar contando, representan una silenciosa realidad que muchas mujeres en Chile han tenido que enfrentar, y es que el 47,1% de las gestantes que están por dar a luz en nuestro sistema de salud, según cifras de la OCDE, lo van a hacer mediante una cesárea, ya sea de forma justificada o no, posibilidad que aumenta a un 72% si es que nos remitimos al sector privado, lo que nos convierte en el segundo país miembro de la organización con la tasa más alta de este tipo de intervenciones, sólo detrás de Turquía.

Las distintas propuestas en vía de un parto humanizado

A través del seguimiento que ha llevado por años la OCDE, podemos dar cuenta de cómo ha ido cambiando la realidad de las cesáreas en nuestro país. Si en 1985 sólo representaban un 25% del total de nacidos, hoy ya abarcan a casi la mitad.

En la actualidad, son estas preocupantes cifras, que sumadas a la nula legislación por parte del Estado para abordarlas, las que han hecho que distintos movimientos comenzaran a levantar propuestas para visibilizar esta problemática. Dos de ellas en particular, siguen durmiendo en el Congreso.

La primera es el Proyecto de Ley de Violencia Gineco-Obstétrica, impulsado en el 2015 por las diputadas Loreto Carvajal (PPD) y Marcela Hernando (PR), que a diferencia de la actual Ley de Derechos y Deberes del Paciente, busca consagrar como como delito el concepto de violencia gineco-obstétrica, estableciendo penas y sanciones a los funcionarios hospitalarios que cometan este tipo de acciones.

La segunda propuesta ante la problemática es la promoción de la conocida “Ley Trinidad”, que emerge desde la Coordinadora de Derechos de Nacimiento y de otras agrupaciones dedicadas al tema, quienes buscan establecer un protocolo en contra de la violencia obstétrica, avalar por los derechos sexuales y reproductivos de las futuras madres del país, y eliminar ciertas prácticas y procedimientos de los médicos que se contradicen con las recomendaciones nacionales e internacionales de atención de salud.

El debate sobre ambos proyectos ha causado revuelo en distintos sectores, ya que el término “violencia obstétrica” aún genera resquemor en algunos de ellos.

Este es el caso de la presidenta del Colegio de Matronas, Anita Román, quien por medio de un reportaje del diario El Mercurio publicado el 23 de noviembre del presente año, sobre la emergente visibilización de los casos de violencia obstétrica en el país, desmintió el hecho de que todavía existan estas prácticas y que “podían pasar hace 30 años atrás”, pero ya han habido grandes avances.

Recien nacida - parto

/ Agencia Uno

Desde la vereda opuesta, el director del Observatorio de Violencia Obstétrica de nuestro país, Gonzalo Leiva, hizo hincapié en que estamos ante un problema real, y recalcó el valor de estos proyectos. “A uno le da la sensación de que vamos en la dirección correcta, es indesmentible que este es el camino”. Sin embargo, advirtió que existen fallas en las actuales propuestas ya que “si queremos cambiar las cosas habrá que ponerle plata para capacitación, mayor recurso humano, entre otras cosas”.

Si bien el levantamiento de estas propuestas han abierto el debate, desde el Gobierno la respuesta no ha sido la esperada, y así lo deja ver Marcela Hernando, quien señala que al ejecutivo “no le ha acomodado la idea de enfrentarse con los gremios”.

Fuera de toda la polémica, desde el Ministerio de Salud han impulsado una “Norma para el monitoreo y vigilancia de la indicación de Cesárea”, la que lejos de solucionar la problemática, solo se basa en un documento en el que se especifican indicaciones e indicadores para realizar este procedimiento tanto en establecimientos públicos, como privados.

Heridas por cesárea: una violencia pública y privada

Paula Vega llegó con 38 semanas de embarazo al Hospital Público de Talcahuano. Aquel 8 de septiembre del 2003, se enteró que el parto iba a ser realizado por cesárea, ya que su bebé comenzó a presentar síntomas de sufrimiento fetal. Esa noche, frente a ella, doce mujeres gritaban y se quejaban amarradas de los barrotes de la cama, y entre todas, había una que se llegaba a doblar del dolor, mientras las enfermeras le decían: “No te gustó que te lo pusieran, no te gustó que te lo ponieran”.

Al momento del parto a Paula le pidieron que rompiera su bolsa, porque supuestamente ya no se dilataba lo suficiente para las 4 horas que llevaban. La cubrieron en sabanillas mientras mucha gente la veía, entre ellos, practicantes y facultativos que ni siquiera estaban implicados en la operación. En aquel instante, sentía como mucho líquido salía de su cuerpo, y al momento de llegar a los 9 centímetros de dilatación, le dijeron que ella misma agarrara el suero y fuera a la sala de parto. Mientras caminaba, sentía el peso de su bebé en la vagina, pensaba que se le iba a salir.

“Las mujeres seguían gritando muy fuerte, y cuando iba a doblar al pasillo, una de las mujeres grita, levanta sus piernas y tenía al bebé en la bolsa, pero su cabeza estaba asomada en su vagina”, recuerda Paula.

La sala era angosta, con un olor horrible a humedad y en lo que parecía ser a simple vista una silla eléctrica, muy arcaica, con unas correas encima, le colocaron ocho veces la anestesia. Cada vez que lo hacían, la matrona comprobaba su efecto enterrando las uñas en sus piernas.

Ese día Martina nació a las 4 de la tarde, pero Paula la conoció a las 4 de la mañana del día siguiente.

En el sistema privado de salud las cosas no son muy distintas. El 21 de octubre de 2015, una matrona del Hospital Clínico Viña del Mar, le informó a Valentina Parra González que no se encontraban las condiciones obstétricas para un parto normal, y tenía que ser derivada a cesárea el día siguiente.

El día de la operación, Valentina llegó tarde a la clínica, en el horario solicitado por su matrona, quien desde ese momento, la empezó a tratar mal. Cuando ella lloraba de los nervios por la operación, esta le decía “déjate de llorar, si no eres ni la primera ni la última en tener una guagua, más encima esto es una cesárea no más”.

En el pabellón todo estaba iluminado, “parecía una cocina o un matadero”, recuerda Valentina. La gente entraba y salía, independiente de lo que estuvieran haciendo con ella. Al manifestarse en contra de la situación, la anestesista solo atinó a decirle: “A ver, o te callas, o te duermo entera, y si te duermes enteras no te vamos a poder pasar a tu hijo, te lo vamos a pasar mañana.”

Esa vez a Valentina se le acabó el efecto de la anestesia apenas terminó la operación. El dolor fue inmenso, sintió que se estaba muriendo, pero nadie hizo nada.

A pesar de que ambas historias transcurrieron con más de 12 años de diferencia, los relatos de ambas se unen bajo un mismo dolor: el que solo puede causar la violencia obstétrica.

En Chile, la alta tasa de cesáreas en el sistema de salud se presenta de manera transversal tanto en el sector público como en el privado, siendo este último el que muestra los números más altos, alcanzando un 72% de este tipo de intervenciones.

Las razones, para Gonzalo Leiva, son claras: “Si en el sistema privado tienes por sobre un 70%, es porque claramente no son los aspectos médicos los que están primando». Esta postura es compartida por el Director de Salud Pública de la Universidad de Los Andes, Jaime Mañalich, quien en entrevista con La Tercera, advierte que el aumento de las cesáreas en ambos sistemas condice con el crecimiento de las pacientes que, a través de Fonasa, deciden atenderse de forma privada.

Sobre este punto, una de las tesis que cobra más fuerza sobre el alza de los nacimientos por cesárea en Chile, es la que señala al Programa de Pago Asociado a Diagnóstico (PAD) de Fonasa como el factor excluyente de este fenómeno, esto porque entre las prestaciones del beneficio se encuentra el pago diferenciado de un parto natural o uno vía cesárea bajo la Modalidad de Libre Elección, que le da la posibilidad a la institución médica y a sus pacientes de decidir, frente a complicaciones, el tipo de intervención que se quiere realizar.

Mañalich advierte que de las 51 mil usuarias de Fonasa que utilizaron el sistema de libre elección durante el 2014, 38 mil tuvieron a sus hijos a través de una cesárea.

Sin embargo, hay algo que las cifras aún logran captar, y es que la falta de regularización por parte del Estado, sumado a la facilidad ofrecida por el PAD para elegir el tipo de intervención que se desea, no entregan las garantías suficientes para que las distintas instituciones no favorezcan la generación de “imprevistos” que deriven a la mujer gestante hacia la intervención quirúrgica.

Doulas: las nuevas acompañantes del nacimiento

doula

Ese tipo de incertidumbre es la que Gabriela Pavéz, de 33 años, no quiso volver a experimentar cuando supo que iba a ser mamá por segunda vez.

El 14 de agosto del año 2012 tuvo a Damián, su primer hijo, y a pesar de que en su embarazo todo parecía normal, ese día le dijeron con absoluta tranquilidad que los latidos de su bebé estaban bajos. A poco andar, el ginecólogo advirtió que había que hacer tacto. “Ahí me dice que la guagua estaba muy arriba y que lo más probable es que tenga una circular al cuello”, recuerda Gabriela. “Media hora después ya me estaban haciendo la cesárea”.

La llegada al mundo de su primer hijo no fue para nada como ella lo había planeado. Todo el proceso que se imaginó, recibir a su hijo en brazos, mirarlo a los ojos inmediatamente después de nacido, se vino abajo cuando comenzaron los dolores posteriores a la intervención. “Producto de esa cesárea yo no tuve apego temprano, no tuve nada de lo que podía estar acorde a un nacimiento. Y como no viví nada de eso me dolía mucho y vine a conocer a mi hijo cuatro horas después, y esas cosas te empiezan a perseguir. Cuando me dijeron ‘le tenemos que traer a su bebé’, les respondí ‘¿Qué bebé? Me duele de la puta madre, hagan algo para que no me duela’, y eso fue porque de verdad la cesárea te desconecta”, explica Gabriela.

Para el nacimiento de Lisa, su segunda hija, decidió que las cosas debían ser diferentes, como ella quería. Fue así como, a través de una matrona, comenzó a adentrarse en el mundo de los partos respetados y contactó a Sylvia Muñoz, quien desde hace seis años viene ejerciendo el oficio de doula.

“La labor de la doula es acompañar, informar y empoderar a la mujer gestante para que viva su proceso de manera consciente, sin intervenir en sus decisiones y respetándolas”, señala Sylvia sobre este oficio, que si bien en nuestro país no cuenta con cifras oficiales, por medio de organizaciones como la Coordinadora de Doulas, se encuentra en vías de profesionalización mediante distintos cursos y charlas que se ofrecen a través de las redes sociales.

Durante el año 2015, el Consejo Nacional de Enfermería español elaboró el “Informe Doula”, en el que según recoge el diario UChile, se las señala como partícipes de un “negocio lucrativo y fraudulento”, además de representar un “peligro para la vida y la salud de las madres y sus hijos”.

En nuestro país, a pesar de que esta actividad aún se desarrolla de manera acotada también ha comenzado a generar detractores. Anita Román, presidenta del Colegio de Matronas, señaló al mismo medio estar completamente de acuerdo con el informe: “Nosotros vemos el peligro que significa depositar el inminente trabajo de parto en una persona que no tiene el conocimiento científico como para manejar este proceso”. Del mismo modo, en el diario La Segunda, advirtió que “cada vez que las doulas intervienen, lo hacen influenciando a las mujeres, haciendo que a veces no acepten decisiones que hay que tomar para poder salvar la vida del hijo”

Ante estas palabras, Sylvia Muñoz, señala que Román “habla desde el desconocimiento absoluto de nuestra labor. Una doula no debe hacer cosas médicas, ni escuchar latidos, tomar presión arterial, o hacer tacto. Y en lo emocional, no puede influenciar decisiones, ya que para eso se conversa con la madre y la pareja de lo que deben permitir o no”.

En el caso de Gabriela Pavéz y su pareja, ellos tomaron la decisión de tener a su segunda hija en casa junto a Sylvia, su doula, con el fin de recuperar las experiencias que no pudieron disfrutar durante su primer embarazo. “Fue lo más increíble que he vivido. Fue intenso, muy intenso. Es una experiencia límite, que una vez que la vives, sientes que eres imparable. Sobrepasas miedos, angustias, todo. Es la diferencia de poder decidir cada segundo y que no decidan por ti”, comenta Gabriela.

Y más allá del dilema generado por el rol que ejercen las doulas al momento del parto, Gabriela, dice haber encontrado en la compañía de Sylvia todo lo que no tuvo en el nacimiento de su primer hijo: “Sylvia me ayudó de manera silenciosa con el manejo del dolor, con técnicas de relajación, con contención. Me ayudó con cosas prácticas de movilidad. Y en el postparto fue importante para mantener el círculo de energía que se forma en el proceso de gestación”, asegura.

El nacimiento de vías alternativas para un parto seguro, las discrepancias entre distintos movimientos y gremios médicos para impulsar una ley de protocolo intrahospitalario, sumado a una falta de rigurosidad estatal, denotan la invisibilidad de una problemática que ha estado presente durante décadas en Chile, y que solo hoy, a través del testimonio de quienes han sido violentadas, logra ser, en parte comprendido, como el tortuoso calvario de muchas en el momento en que daban a luz a una nueva vida.

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