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Opinión

Mini Miss Chile: Tú no, princesa, tú no…

Por: Guisela Parra Molina | Publicado: 11.02.2018
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Lo importante en las mujeres es cultivar, además de la sumisión y el servicio, la superficie. Píntate la piel de la cara; alárgate las pestañas; tíñete unos pelos y sácate los otros; ínflate las tetas, levanta y menea el culo, y cuida el peso del resto del cuerpo; camina con garbo, habla suavecito; muestra el escote, los muslos y las nalgas; sé complaciente. Así serás atractiva para los hombres, que es el objetivo y el sentido de la vida de una mujer.

 Vai bien empolvá
te ponís carmín
y agora pa l’era contenta y feliz.
-Violeta Parra

Menos mal que el único vómito que puede absorber una página de papel son las letras. De lo contrario, tendría que pedir múltiples excusas a lectoras y lectores por dejarles los ojos salpicados –o anegados- con el contenido de mis entrañas, cansadas y asqueadas de tanta aberración.

Ayer mi día comenzó con una noticia cuya índole es tan recurrente, que ya casi no sorprende; aunque no por eso resulta menos indignante, por el contrario: femicidio en Concepción. En Concepción, en mi querida Conce, en las mismas calles que recorrí y aplané tantas veces, en tan diversos estados de ánimo, durante toda mi infancia y juventud; en Lincoyán, entre Barros Arana y Freire, Marisol Vásquez, de 24 años, colombiana, fue asesinada por su pareja (supongo que debo incluir ese tan necesario, legal y repetido adverbio: “presuntamente”).

Más tarde, en un noticiero de la tele, la ministra subrogante informaba sobre el protocolo que deberán usar los servicios de salud para cumplir con la ley de aborto en tres causales. Explicaba todo lo relativo a la objeción de conciencia y etcétera. No sé si me llamó la atención o no me sorprendió en absoluto escuchar de su boca que “para nada estamos hablando de aborto libre. Estamos hablando de que las mujeres puedan tomar una decisión en una situación muy crítica”. Durante todo lo que duró su discurso, a esta ministra se la mantuvo bien encuadradita en el lado izquierdo de la pantalla; mientras tanto, en el derecho –más ancho que el otro, como siempre- se mostraban profusas imágenes de mujeres muy embarazadas y muy felices, que se acariciaban el vientre, también profuso, intercaladas con otras de madres ejemplares cuidando y entreteniendo a sus hijos en un parque de juegos, y varias ecografías en modernos colores, de fetos completitos, de término, sin ninguna malformación, con su carita de cuasi bebé perfectamente desarrollada.

No sé si aquella funcionaria gubernamental tendrá conciencia del vivo retrato social y cultural que hizo a través de ese enunciado. Por si no la tiene, se lo traduzco: hemos promulgado una ley que permite interrumpir un embarazo cuando esté en peligro la vida de la mujer embarazada, cuando el feto no vaya a ser capaz de llegar a un nacimiento propiamente tal o cuando la concepción se haya producido a causa de una acción extremada y comprobadamente –sobre todo comprobadamente- violenta. Si bien en estos casos una mujer que decida abortar no será perseguida ni encarcelada, ni por un momento hemos puesto en duda que el libre albedrío de las mujeres deba ser paradójicamente limitado y permanecer así; restringido a circunstancias desesperadas, cuyo grado de desesperación, por lo demás, no le corresponde a ella evaluar.

Con todo lo que me asquean y me indignan estas “noticias”; con todo lo que me siguen sorprendiendo a pesar de no ser sorprendentes, hay otra cosa que me abismó y me enfureció de manera incomparable. Ayer tuve también ocasión de leer las bases de un insólito concurso: Mini Miss Chile. Según se estipula en dichas bases, es un certamen para niñas chilenas de entre 5 y 13 años, con cupos limitados, un costo de inscripción de 50 mil pesos, cuyo premio para la niñita que obtenga el primer lugar será el “honor” de entregar la banda a la Miss Chile para Miss Mundo 2018 y ser invitada especial a dicho evento. Los padres y madres que decidan pagar 50 lucas para exponer y traumatizar a una niñita (¿esta decisión también entrará en la categoría de “libre albedrío”?) deberán enviar tres fotografías de su hija, con el fin de comenzar su exposición a través de las redes sociales y, de este modo, dar comienzo en la vida de la infanta el proceso de ansiedad y angustia propio de toda competencia, que no la abandonará jamás. Para qué hablar de la frustración y las nefastas consecuencias en la autoestima. Ojo, padres y madres, que el costo de una sola sesión de psicoterapia, de las muchas que va a necesitar su hijita a causa de esta experiencia, será equivalente al de la inscripción, sólo si tienen suerte. Esto, sin perjuicio del desarrollo paralelo del proceso de inserción en los estereotipos patriarcales –en que se incluyen los parámetros de esta competencia y el propio concepto de competencia-, que comenzó en cuanto la criatura dio el primer respiro en este mundo, o antes.

Entre otras “cualidades”, se evaluará la “actitud de cada chica” en una pasarela donde las niñas deberán lucir un “traje patriota bien chileno”. Recibirán una “exclusiva clase de pasarela” de una profesora experta en el ramo: la instructora oficial de Miss Mundo Chile (¡qué gran honor!). El día de la coronación, deberán desfilar, además, en traje de noche. Me disculparán, pero mi útero y mi alma de mujer y madre de una mujer me retrotraen y me hacen gritar: ¡¡una niñita de 5 años en traje de noche, por la cresta!! ¡¡A quién chuchas puede ocurrírsele algo semejante!! ¿¡Acaso no se dan cuenta de que están exhibiendo a su hija como una deliciosa mercancía!? ¿¡Cómo no perciben que están haciendo una promisoria invitación a los violadores!?

Sin embargo, casi se me cayó el poco pelo que me queda cuando, al verme en ese estado de estupefacción, mi hija me informó que en otros países existen realities en que a las niñitas no sólo les ponen trajes, bikinis y maquillaje en las pestañas, sino que incluso les encajan una placa dental para cubrir el natural proceso de caída de los dientes de leche. Bueno, no nos falta mucho para emular aquello, y no puedo dejar de recordar el título de una película de antaño: «El mundo está loco, loco, loco», se llamaba.

Y en este mundo loco, loco, loco, hay que reforzar aquello que lo sostiene y lo hace girar; hay que reafirmar una y otra vez un modelo social que nos mantiene dando vueltas como en un remolino desquiciado. Hay que desarrollar en los niños los “valores” de esta era: la competencia y el aplastar al otro. ¿Para qué? Para ganar. ¿Ganar qué? No se me ocurre otra cosa que plata, plata, plata, como decían Schwenke y Nilo. Hay que fomentar en esas personitas la superficialidad y las relaciones de poder; tienen que aprender que el mundo se divide en ganadores y perdedores. Y más vale que las niñas se acostumbren desde chiquititas a formar parte del segundo grupo, para que la toxicidad de esta dinámica social no se interrumpa. No importa tanto que las feministas reclamen contra instancias como la Bomba 4 o Miss Reef y, curiosa y coincidentemente, los hombres que las dirigen entiendan que “el mundo está cambiando” y decidan eliminarlas, porque en esa etapa las mujeres y los hombres ya aprendieron su lección social. Lo fundamental es inculcar a una edad temprana el mirar la vida con frivolidad. De lo contrario, si las personas se ponen a pensar y a cuestionar como las feministas habrá riesgo de rebelión, y ¡ahí sí que los quiero ver! Podría cambiar el mundo, efectivamente. Capaz que se les desarmara el remolino.

Lo importante en las mujeres es cultivar, además de la sumisión y el servicio, la superficie. Píntate la piel de la cara; alárgate las pestañas; tíñete unos pelos y sácate los otros; ínflate las tetas, levanta y menea el culo, y cuida el peso del resto del cuerpo; camina con garbo, habla suavecito; muestra el escote, los muslos y las nalgas; sé complaciente. Así serás atractiva para los hombres, que es el objetivo y el sentido de la vida de una mujer. Como dijo la Violeta, te ponís la bata nueva y en ca’a trenza una flor; tenís que andar buenamoza por si pica el moscardón.

Pero ¡ojo! Si el moscardón no te gusta, no sacarás nada con decir no, porque no te va a creer… si la maternidad no te tinca, tampoco te atrevas a negarte, porque te expondrás a la condena social y penal. No oses querer decidir sobre tu cuerpo y tu vida, porque tus derechos son de utilería.

Aunque no es requisito, los padres de la pequeña candidata también tienen la posibilidad de exponerla en un video “mostrando un talento”, de donde se elegirá a una Mini Miss en este rubro. ¿Valdrá la pena preguntarse a qué se refieren con “talento”? ¿O si se incluyen talentos silenciosos, como pintar, escribir u observar? Además de ése, hay varios otros premios denominados “especiales”: simpatía, elegancia y sonrisa, entre otros. ¿Cómo se evalúa la simpatía de una niña? Me imagino que hay alguna escala, ¿en qué se basa? ¿En la facilidad con que se entrega al primero que le hable? ¿Según qué criterio se clasifica a una niña como elegante? ¿Debe menear su potito infantil al caminar? ¿Qué etapa de desarrollo de tetas se exige en la categoría de 9 a 13 años para ser elegante? ¿Qué requisitos debe cumplir una niña para ser elegida Miss Sonrisa? Tal vez sea importante que tenga todos los dientes. ¿Pueden ser de leche? Proyección, pasarela: ¿le restará puntaje caminar por la pasarela con los dientes chuecos? ¿Qué pasa si se tropieza? ¿Qué significa proyección? ¿Acaso es algo como pronosticar que en la próxima década dejará los frenillos? ¿Vaticinar que los chocleros que no están le van a salir derechitos? Belleza Integral: ¿qué características incluye esa belleza? Supongo que no se refiere a que se les recomiende comer pan integral: me imagino que ya les habrán prohibido los carbohidratos a esas pobres niñas, ya que, como sabemos, los patrones de belleza femenina así lo exigen.

Por otra parte, infiero que estos premios son tan “especiales” como los que en mi tiempo se llamaban “de consuelo”. Y así como aquéllos lo que menos hacían era consolar, éstos no harán que la niña se sienta especial; sino especialmente frustrada por no haber logrado ocupar el lugar donde quería estar, donde sus padres esperaban que estuviera. Todos estos, digamos, premios de especial consuelo (¿“galardones subrogantes”?), la niña los traducirá a su lenguaje y entenderá, por ejemplo: no eres la más linda, no te queda bien el traje chileno ni el vestido de noche; no mereces el primer premio, no mereces ser invitada especial ni coronar a la más bonita del mundo; pero eres simpática.

Huelga preguntar por qué no hay concursos de Mini Míster. Infiero que se debe, en primer lugar, a que concursos de belleza para hombres hay pocos y los criterios de selección son otros menos vistosos, como habilidad para correr o subir cerros en bicicleta. Por otra parte, elementos para cumplir con cánones de “belleza masculina” del tipo modelo de pasarela o bailarín de despedida de soltera, como bíceps, calugas, calzoncillo bultoso y rasgos de esa índole, serían un poco más difíciles de implementar en niños pequeños. Pero más importante que todo eso es que los niños deben aprender otros estereotipos. A los hombres no se les enseña a exponer el cuerpo, menos las emociones: el llanto es mal visto, la tristeza se oculta, la frustración se transforma en violencia. La violencia se incentiva. El poder se incentiva. El abuso de poder se incentiva. La competencia de los niños no está en ningún concurso de simpatía, elegancia, sonrisa ni belleza sin pan integral; sino en agarrarse a combos para mostrar que son “bien hombrecitos”; más tarde, su hombría se medirá en número de minas “conquistadas” (por decirlo de un modo casi elegante), el medio de conquista no importa. El resultado, tampoco; la voluntad de la conquistada, menos (de lo contrario no sería conquista).

Mini Princesa, un galardón que inevitablemente trae a la memoria una canción de Serrat: «Tú no, princesa, tú no». Tú eres distinta. No eres como las demás chicas del barrio. Así los hombres te miran como te miran. Así murmura envidioso el vecindario. Qué madre no ha pensado, en algún momento de la infancia de una hija, «tú no, princesa, tú no». Tú no has nacido para pasar las fatigas que yo pasé. Tú no has de ver, consumida, cómo la vida pasó de largo, maltratada y mal querida…

Pero la manera de evitar que nuestras hijas pasen las fatigas y los abusos que hemos vivido nosotras no es exponerlas en la vitrina de las redes sociales y las pasarelas; no es someterlas al maltrato temprano de tener que entrar en el remolino de la competencia, la conducta forzada y el culto a la frivolidad. No es convertirlas en objetos de exhibición y de invitación al abuso. Cómo quisiera yo que cada vez más mujeres fueran distintas, que murmuraran envidiosos muchos vecindarios. Pero no por las miradas de ningún hombre. Al revés: invito a las madres a cambiar la letra de la canción y convertirla en algo así como «tú no, princesa, tú no. Ningún hombre te mirará al jugo si tú no quieres. Tú no, princesa, tú no. Nadie tomará decisiones por ti. Tú no, princesa, tú no. Tú vas a ser dueña de tu cuerpo y de tu vida. Tú no, princesa, tú no. Tú no vas a ser princesa, porque las princesas de cuento no existen y los príncipes azules tampoco. Y el que te diga otra cosa te está vendiendo una tramposa pomá. Tú no, princesa, tú no. Tú no vas a ser princesa, sino lo que tú quieras ser».

Y si dirijo mi invitación a las madres no es porque los padres sean menos responsables de la crianza. Me dirijo a las madres, porque nadie más que las mujeres sabe lo que es vivir la agresión de los piropos que incomodan, la violencia de los agarrones en la calle, los refregones en la micro. Nadie más que una mujer conoce la humillación de que el pololo le diga que tiene las tetas muy chicas, que la obliguen a hacer dieta o le prohíban alguna prenda de vestir. Nadie más que una mujer sabe lo que es acceder al sexo sin ganas o a una práctica que no complace. Nadie más que una mujer puede conocer el desamparo y el miedo que se siente cuando un respiro de calma se interrumpe con el sonido de la llave que el conviviente maltratador acaba de insertar en la cerradura. Nadie puede sospechar el difícil proceso que atraviesa una mujer antes de, primero, llegar a la conciencia de que está siendo maltratada o acosada y, después, atreverse a denunciar al agresor.

Un hombre, por muy padre que sea, no puede saber cómo es la maternidad, ni en el cuerpo ni en las emociones, porque sólo una mujer puede vivirla. La paternidad es otra cosa. Del mismo modo, nadie sabe lo que siente una mujer que es madre, si la apartan de un hijo contra su voluntad. Y nadie sabe lo que siente una mujer al descubrir que está embarazada por culpa de un monstruo maricón que la violó. Nadie sabe tampoco cómo se siente una mujer al descubrir un embarazo que no quiere. Nadie que no lo haya vivido puede saber qué se siente antes, durante y después de un aborto clandestino. Nadie sino una mujer puede haber vivido la violencia que significa que la priven del derecho legal de decidir sobre su cuerpo y su vida.

Por eso me dirijo a las mujeres. Porque quiero que despierten. Porque ese concurso no es un juego de la plaza de ésos que vigilaban las madres ejemplares al lado de la ministra; sino una invitación a la violencia: ese concurso lo que hace es naturalizar y perpetuar la cultura que aplasta a las mujeres. Me dirijo a las mujeres, porque en ese concurso las niñas comenzarán una vida entera de exposición, no sólo a la pasarela, a la vitrina y al juicio de adultos que no las miran como niñas. A causa de ese concurso arriesgamos que esas niñas pasen las mismas fatigas que nosotras; que igual que muchas de nosotras, vean consumidas cómo la vida pasa de largo, maltratadas y malqueridas. Que se pasen la vida buscando un moscardón, bien empolvá, pensando que muy ligero anda el tren y se van a quedar en el andén. Que conozcan el abuso sexual y el maltrato; que vivan la paradoja del albedrío restringido; que las releguen a un cuadrado; que pongan en duda su palabra de mujer.

Me dirijo a las mujeres, porque si no entendemos nosotras la ironía en la letra de la Viola, si no cambiamos nosotras la canción de Serrat, nadie lo hará.

Guisela Parra Molina