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Rodrigo Olavarría, escritor: «Ninguna relación amorosa real está hecha para durar demasiado tiempo»

Por: Belén Roca Urrutia | Publicado: 24.02.2018
Rodrigo Olavarría, escritor: «Ninguna relación amorosa real está hecha para durar demasiado tiempo» | Km Cero
El autor (Puerto Montt, 1979) lanzó, a fines del año pasado, «Cuaderno esclavo», un título que desafía al lector a salirse de las convenciones clásicas sobre lo que es tal o cual género literario, siguiendo la trama de un quiebre amoroso que inicia una serie de cuestionamientos a las ideas sobre el amor y la familia. Las preguntas propuestas por la editorial son decidoras: «¿Es este un testimonio? ¿O un diario? ¿Podemos llamar a esto que estamos leyendo, una novela?». El Desconcierto conversó con Olavarría, intentando encontrar las respuestas.

En comparación con el resto de los formatos en las publicaciones, es notorio que «Cuaderno esclavo» es una mezcla de varios géneros referencial, ensayo, novela, cuestión que en Chile, considerando los rígidos parámetros de los concursos públicos, junto con el panorama internacional, es extraña. ¿Es complicado legitimar, a nivel editorial, esta forma de escribir?
—Sí. Es difícil. Antes hice un libro llamado Alameda tras las rejas, que era un diario de vida: contaba con fechas, la narración era fragmentada, etc. Cuando lo tuve listo, lo envié a concursos de novela. Un amigo me decía «pero mándalo a un concurso de poesía» y yo me veía en este dilema: de acuerdo a los criterios de los fondos de creación, era demasiado narrativo como para entrar en la categoría de poesía, o bien no se advertía su carácter de novela de acuerdo a las nociones estatales de lo que debe ser una novela. Alejandro Zambra, incluso, quien no es proclive a ser tan estricto en la categorización de los géneros literarios, me decía «para mí, este es un libro de poesía», lo que también puede interpretarse como una forma vanguardista de pensar a la propia poesía. Lo complicado es decir que estás cumpliendo con las condiciones de un género, cuando tu objetivo es relativizar el concepto mismo de género literario.

—¿Por qué crees que hay tanta restricción en las definiciones de los campos literarios?
—Tiene que ver con un deseo de conformarse a la norma, de ser más legibles. Estos formatos «otros», como ocurrió con Alameda tras las rejas y con Cuaderno esclavo, pese a responder a distintos formatos narrativos, exigen concentración al lector. De hecho, la gente a la que les muestro los manuscritos me insiste en que sea más claro. Esa claridad es conformista con las fronteras entre géneros. La forma en que escribo intenta traspasar tales límites.

—La ruptura amorosa, puntapié inicial para lo que sucede a lo largo de Cuaderno esclavo, permite explorar una dimensión masculina de los sentimientos con un nivel de detalle que es, mas bien, escaso. La literatura escrita por hombres suele estar hecha por tristes borrachos, que procesan sus tristes emociones a través de la triste embriaguez. ¿Son las expectativas de los hombres adultos —casarse, tener hijos, comprar la casa, morir— un flanco a partir de donde abordar cómo el patriarcado también afecta a los hombres?
—Totalmente. En mi caso, el rollo con la ruptura nunca fue por tener encima la presión de tener hijos, más allá de los típicos comentarios de la mamá sobre «¿y cuándo el nieto?». Tiene que ver más con el fantasma de la idea de lo que te puede hacer feliz. Veo a mi hermano, por ejemplo, que es padre de dos hijos, y él está bien. Se siente completo. Me pasa que hay días en que estoy con él y su familia, y el día es precioso, y después me voy solo a mi casa, y son dos las reacciones: hay veces que me da pena, por la misma soledad; hay veces en que me siento infinitamente aliviado. Aborrezco, un poco, el proyecto de vida burgués. Lo veo en mis pares, trabajando y gastando plata sólo en cosas que tienen que ver con la reproducción, en todos sus significados: de su propia familia, de un sistema, etc. Yo estoy en contra de la humanidad, no creo que deba ser eterna.

Sobre las mujeres, existen dos destinos posibles relacionados con el itinerario de la vida bien vivida: uno de ellos es terminar la universidad, dar vueltas un rato y luego establecerse en la maternidad bajo el supuesto de que hay una carrera contra el tiempo que marca el «reloj biológico»; el otro, la soltería, donde la mujer deviene paria por no haber cumplido con lo que se espera de su género. Los hombres, en cambio, tienen la posibilidad de elegir ser cualquier cosa y, pese a ello, también insisten en perpetuar la narrativa de la familia bien constituida.
—Es lo que te decía antes del proyecto de vida burgués. Casarse, por ejemplo. ¿Qué sentido tiene institucionalizar el amor si no es con fines reproductivos? Y, siguiendo esa idea: ¿para qué yo querría reproducir estas cosas que desprecio? Creo que ninguna relación amorosa real esté hecha para durar demasiado tiempo. Insistir en el «felices para siempre» es una ilusión y es conveniente que se acabe. Lo que no quiere decir que en mi cabeza persista la fantasía de una felicidad perpetua, ojo, pero mi parte racional parte por verla desde el desprecio. Piensa que hubo un gobierno dictatorial cuyo norte principal fue influir en el llamado pilar de la sociedad, la familia, y piensa en todos quienes crecimos desde 1980 en adelante y constatamos que ese proyecto, de ese tipo de familia, fue un fracaso.

—El nivel de control sobre la familia es ridículamente grande en Chile. El ejemplo más reciente es la despenalización del aborto bajo las 3 causales, pero yendo más atrás, el divorcio y la bastardía dejaron de ser temas tabú hace no mucho tiempo.
—Es chistoso, porque en otros países de Latinoamérica creen que acá vivimos en Finlandia por cosas como el Acuerdo de Vida en Común, y ahí uno tiene que estar rebatiendo esas proyecciones con las cifras: los hijos ilegítimos desaparecen recién en 1998; el divorcio existe desde el 2004; el aborto, el 2017, y así.

—Hay una parte en Cuaderno esclavo en que refieres al pragmatismo sensual del portugués. Yo creo que el castellano puede expresar pasión. Trilce, de César Vallejo, por ejemplo, que también aparece en tu libro, pero pasa con la poesía chilena que es medio trancada. ¿Es así?
—Puede ser. De hecho hay un modelo, que se puede ver en los poemas más importantes de Chile: los Veinte Poemas de Amor, de Neruda…

—»…y una canción desesperada».
—Justamente. El tipo, el hablante lírico que dice: «cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos, te pareces al mundo en tu actitud de entrega» no está teniendo sexo, sino evocando cuando lo tuvo, o imaginando que podría tener. Está proyectando. No habla de hechos consumados. Hay una distancia con el cuerpo. En Huidobro quizás hay algo más interesante, o en otros poetas menos leídos, como Rosamel del Valle, donde hay una mirada menos trancada, pero en general en la poesía chilena está ausente el erotismo. Una amiga una vez me hizo una pregunta, intentando distinguir el tono de un poema: «¿es sensual o manflinflero?». Esa última palabra es el adjetivo que ocuparía para definir lo que se escribe desde acá.

Cuaderno esclavo
Rodrigo Olavarría
Hueders
148 páginas
Precio de referencia: $12.000

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