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Opinión

Ese extraño derecho a tener algo que decir

Por: Jaime Coloma | Publicado: 30.03.2018
Ese extraño derecho a tener algo que decir la haya |
Los alegatos en La Haya han dejado entrever todo tipo de fanatismos y nacionalismos mal entendidos, donde comentarios al voleo y de alto carácter efectista y populista van y vienen por parte de nuestra fauna mediática y farandulera.

Lo confieso desde el inicio de ésta columna, la reflexión que hago se la debo al filósofo y crítico uruguayo Sandino Nuñez, al que ocupo en parte en mi tesis de magister y también a la hora de hacer mis clases de comunicación y medios.

Sandino Nuñez reflexiona, para mi gusto con mucha razón, sobre esa necesidad imperiosa del mundo actual de tener algo que decir, de opinar per se, de manifestarse casi como un vomito frente a algo de lo que no necesariamente tenemos idea pero que de alguna manera establece un imperativo emocional de hablar. Tanto es así que hoy por hoy incluso existe un trabajo relacionado con esto, el de “opinólogo” o panelista. Dejamos atrás entonces al especialista, al analista o al crítico especializado para dar cabida al desborde emocional traducido en incontinencia verbal constante sin mediar una mínima reflexión.

Lo sé, trabajé en eso por años y fracasé. Efectivamente no se y no supe ser “opinólogo” o panelista, no puedo hablar de aquellas cosas que no me interesan ni mostrar un ficticio interés por algo de lo que no manejo ninguna información o siento que más que aportar podría perjudicar al mundo en el que habito ya que todavía creo en el rol social y reflexivo de los medios y de los comunicadores. No es malo  recordar que etimológicamente la comunicación viene de la idea de comunión y comunidad, es decir de algo que tiene un elemento en común, una idea o una ideología, un código, un signo que sabemos descifrar porque nuestra cultura se ha desarrollado desde ahí y nuestras emociones y razonamientos también. En definitiva es un acto que potencia y permite crecer y fructificar en eso que tanto nos cuesta hoy que es el conocimiento, la reflexión, el análisis y el juicio crítico. La comunicación debería ser fructífera, fértil y generadora de ideas y nuevos pensamientos, debería aportar a una evolución reflexiva, sin embargo y gracias a esa necesidad imperiosa que han ´puesto de moda los medios de comunicación, justamente es todo lo contrario. No se establece un dialogo sino más bien una necesidad ansiosa de decir algo, sin mediar la escucha de por medio, sin entender al otro, sin reflexionar, sólo decir y decir porque sí, porque tengo derecho a expresar mi opinión y es democrático que lo haga.

Por supuesto que todos tenemos ese derecho pero cuando éste se ocupa en torno a una verborrea irreflexiva sin mediar una pausa necesaria para pensar qué decir y el por qué se está diciendo algo, el mensaje sólo se presta a ser recibido de manera emocional, provocando una serie de interlocuciones donde no existe nada más que la necesidad simple de decir algo por decirlo y espera a ver quién es el que saca la mejor y más efectiva cuña generando un mayor impacto en la población que recibe sin pensar ni cuestionar todos estos estímulos.

Lo extraño en todo esto es que uno de los medios de comunicación más penetrantes e influyentes en crear cultura y conductas, la televisión, ha hecho de esta práctica no sólo un trabajo sino una manera de funcionar avalada socialmente. Es así como nos encontramos constantemente con personajes del mundo televisivo hablando sobre cualquier problemática sin mediar un: “es mi opinión”, “yo lo creo así” o “la verdad es que no manejo nada del tema por lo tanto me resto”.

Hoy de hecho nos hemos enfrentado a variados ejemplos donde justamente éste fenómeno da cuenta de su fuerza y arraigo entre nosotros.

Los alegatos en La Haya han dejado entrever todo tipo de fanatismos y nacionalismos mal entendidos, donde comentarios al voleo y de alto carácter efectista y populista van y vienen por parte de nuestra fauna mediática y farandulera. Caso aparte es lo ocurrido con el ex candidato a la presidencia José Antonio Kast quien ha ocupado comunicacional y políticamente la agresión de la que fue objeto logrando instalar, por lo menos en redes sociales y en algunos diarios digitales algo que siempre ha sido difícil de entender y digerir, la famosa paradoja de la tolerancia planteada por Karl Popper.

Por supuesto el chisme y el concepto de post verdad se hacen carne y se establecen como realidades indiscutibles porque alguien me dijo, vio o sintió y muchos medios de comunicación en su intención inocua de sólo entretener dan por sentado que no tienen responsabilidad en la sociedad que se está configurando. Lo peligroso de esto es que se coarta justamente el fenómeno comunicacional, ya no sólo somos un país cuyos habitantes no entienden lo que leen, también somos una sociedad que no escucha, que está altamente conectada pero que estas conexiones no le sirven porque el individuo que la conforma sólo se atiende y entiende a si mismo.

Jaime Coloma