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Opinión

Ser de izquierda en el siglo XXI luego de leer a Carlos Peña

Por: Esteban Vilchez Celis | Publicado: 07.04.2018
Leer a Peña será siempre un estímulo intelectual invaluable. Imperdibles su libro “Ideas de perfil” y su libro respuesta a Michael Sandel, “Lo que el dinero sí puede comprar”. Aunque me quedo con Sandel y también con Martha Nussbaum y su «Sin fines de lucro».

A riesgo de ser malentendido, explicaré por qué me defino como un hombre de izquierda y qué entiendo por ello. Pretendo explicarle lo que pienso, a ver qué piensa usted. Para ello, me voy a aprovechar del mega inteligente y articulado Carlos Peña.

Leer a Peña será siempre un estímulo intelectual invaluable. Imperdibles su libro “Ideas de perfil” y su libro respuesta a Michael Sandel, “Lo que el dinero sí puede comprar”. Aunque me quedo con Sandel y también con Martha Nussbaum y su «Sin fines de lucro».

En una entrevista en La Tercera, del 18 de noviembre del año pasado, Peña advertía que las elecciones las ganaría Piñera. Se trataba de su –acertado, por lo demás– pronóstico, no de su deseo, pues, sostenía, ganaría una derecha económica, conservadora y acompañada –¡qué buena palabra la que elige Peña!– por varios carcamales, es decir, sujetos viejos y achacosos.

Agregaba que la DC es una rareza política todavía atrapada en el comunitarismo y las filosofías de Mounier o Maritain y que la Nueva Mayoría no había logrado advertir cuán capitalistas nos hemos vuelto los chilenos, incluidos –y esto es lo más triste– los más postergados y maltratados de nuestra sociedad.

Hacia el final de la entrevista, Peña señalaba que él creía en una “izquierda liberal, que sepa apreciar las virtudes del individualismo y la libertad personal, que no riña con la modernización y se cure de cualquier ilusión religiosa como la de pensar que debemos vivir en comunidad, abrigados por el colectivo”.

Después de leerlo, uno se llena de dudas obligadas.

Yo, no podría ser otra cosa, soy un hombre de izquierda. Pero, ¿qué digo con eso? ¿Qué quiere decir?

Partamos por lo primero. Entiendo que se trata de una elección originalmente emocional que, además y posteriormente, se demuestra intelectualmente correcta o, al menos, más correcta que ser de derecha o de centro. Es una elección a favor de las víctimas. Como decía Albert Camus, en un mundo de víctimas y victimarios, es el trabajo de la gente pensante no estar del lado de los victimarios. Así, soy de izquierda porque no estaré del lado de las hidroeléctricas, sino del de las personas sin agua; no del lado de Pizarreño y sus fábricas generadoras de asbesto, sino del de los que sufren de asbestosis; no del lado de las transnacionales, los extractivistas o los manejadores de los conflictos armados en el mundo, sino del de los que sufren sus consecuencias.

Ya en lo intelectual, ser de izquierda tiene que ver con entender el mundo equilibrando lo estrictamente individual con lo social y colectivo. Lo que sitúa a una persona en la izquierda o la derecha es precisamente la preponderancia que otorga a lo colectivo, específicamente en aspectos económicos que determinan la mayor igualdad de posiciones (es decir, menor diferencia en los ingresos que perciben dichas posiciones diversas, como los de un gerente y un estafeta de una empresa), la protección y reconocimiento de derechos sociales que se excluyen del sistema de mercado (la salud, la educación o las pensiones, por nombrar las esenciales) y el aprovechamiento colectivo de las riquezas que en teoría nos pertenecen a todos (recursos naturales como la minería, los peces o los recursos forestales).

Creer en lo opuesto es lo que define a la derecha: la exaltación de la libertad económica, la priorización del crecimiento por sobre la distribución (y la creencia de que son antagónicos) y el apoyo a la desregulación económica, a la disminución del Estado y a la entrega de los derechos sociales al mercado.

Lo valórico es mucho más transversal, pues usted encuentra liberales de izquierda y de derecha, conservadores de izquierda y de derecha. Pero lo que lo convierte en alguien de derecha o izquierda es, ante todo, su manera de entender el sentido del Estado, el mercado y los derechos sociales.

He dado, pues, un grueso –muy grueso, lo sé– sentido al concepto de izquierda, desde lo económico.

Es perfectamente posible hablar, si lo económico es lo que define los conceptos, de una izquierda totalitaria o una democrática, así como de una derecha totalitaria y una democrática. Ejemplos de unas y otras sobran. Pido excusas a queridos amigos y amigas que no comparten este juicio, me parece que Fidel Castro no fue un izquierdista democrático, al menos no en el sentido en que yo entiendo la democracia. Digamos que aproximadamente 40 años en el poder, un partido único y una escasa presencia comunicacional de los disidentes me hacen pensar que Fidel era de izquierda, pero no del bando de la democracia. Salvador Allende, en cambio, era un hombre de izquierda profundamente democrático (de nuevo habrá muchos que se enojarán conmigo por lo que digo, pero más adelante podremos debatir este punto). Y en la derecha podremos encontrar el mismo fenómeno.

Aunque no es privativo de la izquierda, me parece que un izquierdista del siglo XXI debe reconocer dos límites infranqueables: uno, los derechos humanos se respetan siempre e irrestrictamente; y, dos, las ideas sobre cómo construir nuestra sociedad deben vencer en un campo de batalla incruento llamado democracia, la que a su vez exige pluralismo y serias limitaciones a la influencia del dinero en ella. Yo creo que ser demócrata es parte de ser de izquierda, pero ese es otro análisis.

Y retomo lo dicho por Carlos Peña. Me parece que hay zonas para el individualismo y la libertad personal en donde no hay espacio para la intromisión del Estado o de terceros: la orientación sexual, la libertad de conciencia, la elección racional del propio proyecto de vida, la libertad de expresión, por nombrar algunas. Pero hay espacios comunes que no pueden depender de ese individualismo, que requieren una mirada social, colectiva, solidaria, colaborativa y que, en ciertos casos, desemboque en la franca protección estatal y en lo que Peña llama estar “abrigados por el colectivo”.

Tome Ud. a la salud como ejemplo. Una enfermedad devastadora y de costos de tratamiento inabordables basta y sobra para entender que lo individual y la libertad personal dejan de tener sentido, sobre todo si su Isapre le dispara su cantaleta de «no tenemos código para su enfermedad». ¿En serio? ¿La protección de la vida misma dependerá de un código? Cuando la vida depende de tratamientos de cientos de millones de pesos, la libertad parece una noción vacía. A veces la vida depende precisamente de si estamos “abrigados por el colectivo”. Eso lo entendió Tommy Douglas en Canadá y hoy, en ese país, ni siquiera un alter ego de José Antonio Kast viviendo en Montreal o Toronto estarían por un sistema de salud mercantilizado como el chileno. No concuerdo con Peña en que aquí haya una “ilusión religiosa”, sino más un deber moral de entender a la salud como un derecho del todo ajeno a poderes adquisitivos, propiedades accionarias, mercados, lucros y balances

Tome Ud. la educación. ¿Su capacidad adquisitiva le da a Ud. derecho a una mejor educación? Y si tiene poco dinero, ¿es justo que reciba menor o peor educación? Creo que debe estar fuera del mercado, en especial si se tienen presentes las agudas reflexiones de Pierre Bordieu en su libro “La nobleza del Estado”, donde demuestra que el sistema educacional es un reproductor eficaz de las diferencias sociales y una fábrica de una nueva élite que, como todo grupo minoritario y lleno de privilegios, impondrá cláusulas abusivas en el contrato social de adhesión que las mayorías no pueden modificar, sino solo aceptar.

Ser de izquierda significa ateísmo del dios mercado-dinero. Y significa entender que el abrigo social no es una ilusión religiosa, sino un deber moral que puede perseguirse y conseguirse por medios racionales en ciertas áreas de nuestras vidas y en el que la libertad se evapora. Y aquí es donde discrepo profundamente de Carlos Peña. Pues lo que me parece una grave ilusión es creer que no vivimos en una comunidad, porque de hecho lo hacemos. La verdadera elección está en decidir en qué tipo de “comunidad” queremos vivir: si abrigados, como en Canadá, o pasando frío, como en Chile.

¿Le digo lo último? Pero no lo divulgue mucho… creo que ser de izquierda es, ante todo, un tema de amar, o tratar siempre de amar, a los que más sufren. De eso se trata.

Esteban Vilchez Celis