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Opinión

¿Qué es el pinochetismo?

Por: Rodrigo Karmy Bolton | Publicado: 24.04.2018
¿Qué es el pinochetismo? pinochet 2 | Agencia UNO
La cuestión clave redunda en que “pinochetismo” es el horizonte del cual aún no salimos y frente al cual aún debemos resistir. No por nada los estudiantes no dejan de clamar: y va a caer, y va a caer, la educación de Pinochet.

Pinochetismo no es sólo el nombre de aquellos extraños y marginales personajes que defienden su legado. Quizás “pinochetismo” designa una racionalidad precisa que atraviesa a varios actores y configura lo que de un tiempo a esta parte hemos denominado “democracia”. Aquellos personajes oscuros que aparecen como marginales, se pasean por algunas universidades o mantienen uno que otro escaño en el parlamento, en rigor, pueden ser vistos como la verdad de nuestra democracia. “Verdad” aquí designa lo no dicho que, sin embargo, opera como pivote de toda nuestra institucionalidad.

El lugar de excepción, la zona cero en la que tales instituciones encuentran su génesis, origen que lleva la firma del general Pinochet y frente a la cual, el neoliberalismo progresista tapó sus ojos por demasiado tiempo. Ese “taparse los ojos” se llamó “transición”. Sin embargo, negar el problema no lo soluciona. Y todo consiste en no aislar o psicologizar a estos extraños personajes que hoy parecen salidos del clóset exhibiendo sin vergüenza alguna su lealtad al legado criminal de la dictadura. “Pinochetismo” no es por cierto una doctrina, tampoco un movimiento (aunque sin duda lo habrá dentro de los militares retirados), menos aún un partido político. Antes bien, constituye la estructura de nuestra democracia. Y mientras tal estructura no sea destruida el pinochetismo –bajo las formas del diputado Urrutia, o las performances de José Antonio Kast- seguirá rampante. Al pervivir impunidad articulada gracias al sacrificio de aquellos pocos militares y agentes del régimen que fueron juzgados –pero que incluso el propio ministro de Justicia del actual gobierno ha deslizado la posibilidad “excepcionalísima” de atender a razones “humanitarias” o, peor aún, a la escandalosa parálisis del gobierno anterior en su imposibilidad de cerrar Punta Peuco– y mantenerse el mundo civil en la más desnuda impunidad; mundoque no fue cómplice, sino actor de primer nivel de la dictadura, el pinochetismo se abre como una categoría más amplia de la que muchos querrían.

A esta luz, diremos que por “pinochetismo” podríamos entender tres sentidos: en primer lugar, a los actores políticos que aceptaron el juego democrático de un sistema articulado en y desde la dictadura (la otrora Concertación y la derecha política) y que alabó a la razón neoliberal parida de la violencia de dicho proceso; en segundo lugar, “pinochetismo” denomina a los nuevos grupos económicos que se beneficiaron del saqueo del Estado y de sus diversas empresas públicas (SQM, por ejemplo) que hoy constituyen una oligarquía corporativa-financiera trasnacional; en tercer lugar, por “pinochetismo” debemos entender a este grupo propiamente fascista perteneciente a un reducto de la derecha política como Kast y Urrutia que reivindican toda la “obra” realizada por el régimen. Sin embargo, es este último sentido el que ilumina a los otros dos, pues es en este último sentido, aparentemente marginal, donde la violencia última, extrema que acabó con la precaria República chilena no sólo no tiene vergüenza alguna de reivindicarse sino que además, posibilitó el despliegue del capital financiero y la consecuente articulación de la Constitución política de 1980 que terminó anudando la violencia estatal-militar con la violencia corporativa-financiera.

Y si en Chile los niveles de corrupción son supuestamente menores en comparación a otros países es porque el saqueo sistemático de los grandes grupos económicos fue abiertamente legalizado gracias a dicha Constitución: ¿cuántas veces hemos escuchado, de boca de variados agentes políticos y económicos acusados o no de corrupción, que su operación tenía un carácter “legal”? En cualquier caso, “corrupción” es aquí equivalente a “pinochetismo” en los tres sentidos señalados. Porque “corrupción” no ha de ser comprendida como una simple falta moral, sino una racionalidad corporativa-financiera que puede arrasar con toda legalidad si es que esta última no da los mecanismos adecuados para su despliegue. En otros términos, “corrupción” es la guerra por la acumulación flexible del capital desencadenada en Chile por sus grupos económicos. “Pinochetismo” no es, por tanto una excepción a nuestra democracia, sino la estructura que jamás la dejó nacer. Mientras se siga escindiendo del análisis el abordaje de la dictadura respecto del de la democracia, mientras no se reconozca que el flujo del capital financiero contemporáneo es la forma “espiritual” de Pinochet en tanto fue articulado por sus “hijos” educados entre la Iglesia católica y la Escuela de Chicago, mientras sigamos “sorprendiéndonos” de la “corrupción” como un hecho aislado, estaremos perdidos. La cuestión clave redunda en que “pinochetismo” es el horizonte del cual aún no salimos y frente al cual aún debemos resistir. No por nada los estudiantes no dejan de clamar: y va a caer, y va a caer, la educación de Pinochet.

Rodrigo Karmy Bolton